¡Resucitemos el PHN!

¡Resucitemos el PHN!

En no muchas ocasiones, pero desde luego algunas trascendentales, España se comporta como un país no excesivo sino loco o suicida. Con frecuencia en procesos donde las elites difunden propaganda a granel por espurias razones que nada tienen que ver con el interés general, y las masas acatan a continuación montañas de falacias sin más reflexión. Un desastre total. Ya se sabe que Europa pagaba una parte importantísima de la imprescindible fiesta del Plan Hidrológico Nacional hace más de una década; que de juerga tenía poco, porque era una obra histórica, vital, especialísimamente útil. Pero, año tras año, y tras despreciar en un error colosal aquella forma única y benéfica de vertebrar nuestro país a bajo coste, los contribuyentes hemos venido pagando, sin remedio, una impresionante morterada de millones de euros para paliar los daños inmensos causados por las riadas en la España húmeda y por la desertización en la España seca. Ahí están con la última crecida los destrozos del desbocado Ebro. ¡Qué linces!

Nada es casual aquí. Y es difícil calibrar si las razones por las que el PHN sigue enterrado —nació ahogado por las mentiras de quienes pretendieron no darle una oportunidad— obedecen más al sectarismo de una parte de nuestros dirigentes o, por el contrario y tristemente, a la insolidaridad entre personas. No. No puede ser que por pretensiones inmotivadas y caprichosas que parten de ámbitos localistas, regionalistas o directamente del nacionalismo excluyente, sigamos sin replantear la sempiterna urgencia de rescatar hasta implementar un proyecto colectivo que sería un éxito incontestable: en términos de creación de riqueza y reparto de la misma, de cohesión social, de innovación tecnológica en ámbitos fundamentales de la economía como la agricultura… y por supuesto de acuerdo con criterios de respeto al medio ambiente. ¡Cuánto más es necesario para que buena parte de nuestros representantes se caigan del guindo!

El ensayo de las desaladoras, carísimas y con un consumo de energía mareante —sin entrar en detalles sobre el sistema de corrupción que trajeron algunas—, es ya un fiasco. El Levante sigue siendo un ejemplo a nivel mundial, junto con Israel, de aprovechamiento máximo —alcanzando tasas récord de optimización— de los recursos hídricos. Contra viento y marea, a base de tesón y de riñón, los agricultores de la huerta de Murcia o del campo de Cartagena se siguen dejando la piel para competir y liderar un mercado globalizado y seguir siendo la despensa de Europa y Asia. ¡Qué mérito el de los regantes!

Es verdad que a un sector productivo tan potente le ha fallado lo de siempre: la comunicación, esa habilidad persuasiva fundada en transmitir información y experiencias de una manera constante, transparente, abierta, eficaz. Pero nunca es tarde. Nadie pretende quitar el agua a nadie. Tenemos el deber y la responsabilidad de evitar que haya ciudadanos a los que se les prive de un bien tan necesario para el desarrollo turístico, industrial, y para las propias necesidades de consumo humano como el líquido elemento. ¡Resucitemos el Plan Hidrológico Nacional! ¿Empezamos?

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