Si yo fuera… catalana

Si yo fuera… catalana

Estos días me pregunto qué habría hecho yo estando en la situación de muchas personas que ahora mismo están viviendo momentos muy difíciles. ¿Qué estaría haciendo yo si viviera en Cataluña? Seguramente salir a la calle cada día, como tantos cientos de miles, a pedir pacíficamente que respetasen la democracia. Llevaría un lazo amarillo en la solapa, pediría la libertad de los presos políticos. Y seguramente me sentiría confusa: entre ilusionada al ver que la mayoría del parlamento defiende una república, pero al mismo tiempo también asustada al ver la gravedad que tienen los hechos producidos por la actuación del Estado español. Porque seguro que no podría imaginar la respuesta tan brutal, la negación continua del diálogo y la cantidad de mentiras que se han contado sobre todo lo que está ocurriendo en realidad.

Porque veo en ellos compromiso y valentía, una lucha honrada para defender aquello en lo que creen. Y resulta que, aunque yo no defienda la independencia, me sumo a la defensa de todo lo demás: de la democracia y el juego limpio, de la soberanía popular, de una gestión mucho más directa en beneficio de la ciudadanía, preocupada por la transparencia y por la participación. Me gustan además las formaciones políticas como ERC, que después de más de 80 años no han tenido un sólo caso de corrupción en sus filas. Me gustan candidatos como Puigdemont, que tampoco tiene la más mínima sombra de duda sobre su conducta al respecto, y créame, deben haber investigado hasta en sus primeros pañales. Pero no solamente pienso cómo estaría viviendo yo ahora mismo en Cataluña. Entre miedo e ilusión, esa incertidumbre de no saber si todo esto acabará muy mal o muy bien.

También me pongo en la piel de Marta Rovira, sobre todo al leer esa desgarradora carta. En la persona de una mujer, de una madre, que ha militado con coherencia en una formación política, se ha presentado a unas elecciones con un programa electoral que en ningún momento ha sido invalidado y que ha hecho, simple y llanamente, lo que prometió hacer cuando concurrió a los comicios. Una mujer, una persona, que como es lógico y normal, ha sentido miedo al ver la desproporción de la actuación por parte del Gobierno y de la justicia. Es lógico que se haya marchado, señores. Perfectamente comprensible. Y no, no es huir. Es acudir a un lugar en el que la justicia suele ser justa y en el que los jueces no denuncian públicamente estar hasta el cogote de que los políticos traten de meter mano en sus decisiones. Sí, yo también me habría ido a un país como Suiza a pedir ayuda.

Como Puigdemont y Clara Ponsatí, como Lluís Puig, como Anna Gabriel, como todos ellos y todos los que han decidido acudir a otros países para pedirles que echen un vistazo a lo que está sucediendo aquí. Porque quizás ya sea hora de pedir ayuda internacional, de solicitar que otros sistemas judiciales puedan intervenir para garantizar el cumplimiento de los derechos humanos. La ONU ya ha dado el primer toque: le dice al gobierno de España que haga el favor de no obstaculizar los derechos políticos de Jordi Sánchez. Y acaba de admitir a trámite la denuncia de Puigdemont contra España en el mismo sentido. Como demócrata y republicana entiendo perfectamente la decisión de los exiliados. Y espero que gracias a ellos, podamos por fin liberarnos de una situación asfixiante que sufrimos todos los españoles, aunque entre los que no se dan cuenta y los que se benefician, tenemos muy difícil darnos cuenta.

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