Traidores de España

Traidores de España
Jaume Roures, Pablo Iglesias y Carles Puigdemont.

A Pablo Llarena no le van a contar lo que es la Cataluña contemporánea. Básicamente porque es vecino de Barcelona. El instructor de la causa abierta por el 1-O se pasa más de la mitad de la semana en Madrid, donde ejerce como magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, y el resto en Barcelona donde vive su familia. Nadie mejor que él para destripar sociológicamente la coyuntura existente en la antaño región más cosmopolita, liberal y europea. A su mujer, Gema Espinosa, directora de la Escuela Judicial de Collserola, tampoco le van a decir de qué va la vaina. Conoce perfectamente lo que es moverte en un ambiente en el que si no eres nacionalista, el matonismo imperante te mira mal, te aísla y te convierte en un paria. Lo que supone no ser catalanoparlante en una comunidad en la que los castellanohablantes se aproximan en desprecio pasivo al que sufría la población negra en la Sudáfrica del apartheid. El marrón que representa estudiar en una comunidad en la que el diktat lingüístico, la prostitución de la historia y el adoctrinamiento totalitario son las marcas de la casa y, lo que es peor, por ley.

Sin embargo, cualquiera que conozca al hombre tranquilo y reflexivo que es el burgalés Llarena sabe que no hace justicia con las tripas. “Pablo no es un talibán sino una bellísima persona con un sentido común, una sapiencia, un autocontrol y una moderación infinitas”, coinciden en la radiografía sus compañeros de toga. El golpe de Estado fue tan cantoso, tan apabullante y tan desahogado que ha dejado cientos de pruebas incontrovertibles que han agilizado una instrucción que en otras condiciones hubiera resultado eterna por procelosa. Si hubiera sido un coup-d’État al uso, pergeñado en secreto, con el factor sorpresa como garantía de éxito, la instrucción se hubiera eternizado. Los Puigdemont y cía, tan tontos como golpistas (fíjense, pues, sí serán tontos), se pegaron un tiro en la entrepierna cuando decidieron televisar sus actuaciones delictivas. La magistral labor de la Policía y la Guardia Civil ha simplificado y completado el camino con un aluvión de documentos que hacen materialmente imposible la exoneración de esta gentuza. Ellos y los magistrados Llarena y Ramírez Sunyer son los héroes por accidente de esta película de terror que llevamos contemplando demasiados años ya.

A Llarena le facilitó las cosas ese Derecho consuetudinario que de facto regía en Cataluña. Una costumbre que provocaba que todas las barrabasadas salieran gratis a los nacionalistas catalanes. ¡Que robas 3.000 kilazos, da igual porque te llamas Pujol y eres necesario para la gobernabilidad! ¡Que convocas un referéndum ilegal modelo Artur Mas, te dan un tironcete de orejas y a otra cosa, mariposa! ¡Que te limpias el ámbito corpóreo donde la espalda pierde su casto nombre con las sentencias que te obligan a educar también en español, tampoco pasa nada, pelillos a la mar! ¡Que te llevas la pasta a Suiza, Jersey o Guernsey, da igual porque Hacienda no somos todos! La impunidad psicológica llevó a Urdangarin a caer por el precipicio y la misma patología ha puesto caminito de Jerez a los tan prepotentes como paletos golpistas. Y la tan justa como proporcional intervención del Supremo ha salvado España de una situación límite y, lo que es mejor, ha enterrado para mucho tiempo esa sensación tan patria que teníamos todos de que nuestro país era un cachondeo (que diría un Pedro Pacheco que por mil veces menos lleva ya un tiempito en la trena).

Pocas veces presencié en mi carrera un caso tan fundamentado desde el punto de vista probatorio. Tal vez por eso, o no, porque son reincidentes, me llama poderosamente la atención la cantidad de colaboradores conscientes por acción u omisión que acumula el golpismo en el resto de España. La legión de partícipes a título izquierdoso que se pasan el día pidiendo “diálogo”, asegurando que “así no se arregla el problema”, menospreciando y corrigiendo a un Tribunal Supremo que está conformado por los Messis y Ronaldos de la judicatura, proclamando que lo del 1-O no fue un golpe de Estado sino un acto político y reiterando que son gente pacífica olvidando que invadieron los colegios electorales, retuvieron a la Guardia Civil y destrozaron sus coches. Donde más y mejores quintacolumnistas hay es en la clase periodística que relativiza cuando no justifica fechorías similares a las que protagonizaron Tejero, Milans y Armada.

Los mismos cínicos, por cierto, que censuraban al Gobierno de España, a la Fiscalía y a la judicatura por fomentar un “choque de trenes” al negarse al “diálogo”. Se ha aplicado el 155, se ha intervenido la Generalitat (a medias, eso sí), se ha trasladado al hotel rejas a esta caterva de delincuentes y no ha habido un solo muerto, no hay una guerra civil y la vida sigue igual. Miento. Igual no porque los independentistas han convertido económicamente su comunidad en un auténtico erial en el que los inversores se van por patas. Espero, confío y deseo que Juan Catalán pida cuentas a estos energúmenos cuando se quede en paro, cuando tenga que chapar su botiga porque la demanda se ha caído por los suelos y cuando sus hijos tengan que emigrar en busca de un futuro mejor de una Cataluña que proverbialmente fue El Dorado para millones de españoles  provenientes de regiones más pobres.

Todos los países y todos los tiempos tienen sus traidores. Reino Unido a Kim Philby, distinguido miembro del Ministerio de Defensa que trabajaba en realidad para la KGB. Los Estados Unidos de América al matrimonio Rosenberg, que vendía secretos de Estado a Moscú en plena Guerra Fría. Si nos remontamos miles de años atrás nos topamos con Judas Iscariote o con Brutus, que asesinó a traición a su adorado Julio César. La España del siglo XXI no iba a ser menos. El elenco de judas es alargado en cantidad y en calidad: el número 1 es ese Pablo Iglesias que hace no tanto trabajaba a sueldo de la Venezuela chavista para desestabilizar la democracia que tanto nos costó conseguir. Los juditas, porque no dan para más, son Irena Montera y el argentino Echenique, que vino del Trópico de Capricornio para darnos lecciones de ética y patriotismo. El tal Domènech, el de los muerdes con el secretario general de Podemos, es otro que tal baila: en caso de duda entre el constitucionalismo y el golpismo siempre optará por lo segundo. La tercera es Ada Colau, una separatista compulsiva travestida de constitucionalista dialogante. Miquel Iceta y el PSC depende del día que toque. Los pares son más independentistas que la madre que parió a Companys y los impares se aferran de boquilla a la unidad de España. ¿Acaso alguien ha olvidado que Iceta pidió el indulto para los delincuentes que duermen en Estremera y Soto del Real?

Pero ninguno como el bello (jajaja) Roures. El hombre al que se ha otorgado en condiciones sospechosas el maná del fútbol televisado, el milmillonario trotskista que se mueve en Ferrari, el dueño del diario oficial de Podemos, Público, es el gran cerebro en la sombra del 1-O. El tipo que ha financiado un referéndum ilegal y una declaración de independencia que nos devuelve a ese 36 en el que comunistas, socialistas e independentistas se dieron la mano para trocear España. El sujeto que juntó en su casa días antes del putsch a Pablemos y Junqueras. El individuo que montó a todo tren el “centro internacional de prensa [sic]” el 1-O. El tipo que, según la Guardia Civil, estaba en la dirección del montaje delictivo que ha llevado a Cataluña al desastre.    

Cuando pase todo esto, que pasará porque España es un país eminentemente pendular, espero que la ciudadanía tome nota. Que sepa quiénes estuvieron del lado de la Constitución y el Estado de Derecho y quiénes con los malos. Que discierna entre periodistas honrados y constitucionalistas y periodistas podemitas antiespañoles. Y que boicotee el fútbol televisado si se lo vuelven a adjudicar a dedo a Roures. Roma no paga traidores. Ni olvido ni perdón.

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