¿Guerra comercial entre EEUU y Europa?

¿Guerra comercial entre EEUU y Europa?

A chulo, chulo y medio. Si Donald Trump amenaza, cada vez con más énfasis, que gravará con fuertes aranceles las importaciones de productos europeos, en especial acero y aluminio, Jean Claude Juncker, el presidente de esta Europa unida, le responde tajantemente. Que se vayan preparando los tradicionales pantalones Levi´s y las legendarias Harley-Davidson, el bourbon de Kentucky y hasta el queso de Wisconsin… que sabrán lo que de verdad son los aranceles para vender en la Unión Europea. Y Donald, con su acostumbrado carácter, vuelve a la carga inclinándose por medidas proteccionistas, esas que tienden al aislacionismo cuando el mundo avanza precisamente gracias a la cooperación internacional y al impulso del comercio mundial.

Uno de los riesgos que ensombrecen las, en principio, halagüeñas perspectivas económicas para 2018 es el del proteccionismo. Que Europa vea resentidas sus exportaciones hacia Estados Unidos supone un freno a nuestra actividad económica, como de algún modo también lo es tener un euro fuerte. Al proteccionismo, como manifestación de guerra comercial, se añade el cambio entre el dólar norteamericano y nuestro euro. ¿Debilidad programada del dólar para combatir la fortaleza del euro? ¿Sobredimensionado cambio del euro para que el dólar disponga de mayores atractivos? El proteccionismo norteamericano, de cristalizar, no solo perjudica a Europa; también castigará a Canadá y a México y, evidentemente, a otros países como China, Japón y a todos esos productores que focalizan parte de sus ventas hacia territorio estadounidense.

Un mal precedente, bastante reciente, de ese exacerbado proteccionismo en el que persiste Donald Trump se dio allá por 2002 con medidas adoptadas por el entonces presidente Bush. Conviene, por ello, subrayar algunas de las consecuencias que deparan las medidas proteccionistas. Castigar con fuertes aranceles las importaciones acaba perjudicando a la propia industria norteamericana al elevarse los costes de sus inputs que respondan a importaciones y ese empeoramiento de márgenes conlleva, para cuadrar las cuentas de resultados, prescindir de gastos. Es ahí donde, al final, la mano de obra se ve dañada al ajustarse plantillas. Y, a mayor abundamiento, las políticas de aranceles más gravosos deriva en encarecimientos de los productos que erosionan el poder adquisitivo de las familias. Con todo, tras los contundentes alegatos de Donald Trump uno barrunta si igual se esconde una propuesta tal vez algo deshonesta…

La rebaja fiscal implementada en Estados Unidos gracias al empeño de Trump, con un impuesto sobre sociedades de solo el 21% y aligerando cargas tributarias a rentas altas y empresas, invita a que los grandes conglomerados europeos con fuertes intereses en tierras americanas se sientan tentados de concentrar mayores esfuerzos e incluso centralizar bases operativas en Estados Unidos. No es ningún secreto que uno de los objetivos de la nueva política arancelaria de Trump radica en castigar las importaciones de la industria del automóvil pero, al propio tiempo, el sector de la automoción europeo, sobre todo de nacionalidad alemana e italiana, está muy arraigado allí al punto que varios de sus modelos se fabrican en sus factorías estadounidenses para luego venderse en Europa. Y las amenazas arancelarias de Donald dan pie a que los directivos de grandes compañías europeas cavilen acerca de las políticas fiscales y sopesen pros y contras. En Estados Unidos se abre una nueva etapa caracterizada por máximas facilidades tributarias mientras en la Europa, cuyos pasos marca Bruselas, se intensifica la presión fiscal y los afanes recaudatorios van a más. Confortabilidad fiscal versus hostigamiento. ¿Qué hacer?

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