A Gabriel se le ha puesto cara de infanta Cristina

A Gabriel se le ha puesto cara de infanta Cristina

El martes me impactó la primera entrevista de la exdiputada cupera Anna Gabriel concedida a Radio Tele Suisse. Su primer bolo estelar tras fugarse a Suiza huyendo de Llarena con la ofensiva feminista evacuada en el culo de su pantaca tribal. La que les ha caído en los cantones. “¡La Suisse, Zurich, Basiela y Lugano serán anticapitalistas y feministas o no serán!”. Una vez, hace ahora cuatro años, estuve hombro con hombro con Gabriel cuando vino a explicarnos a los valencianos que nos venía a anexionar o no sé qué. Con la proteica clarividencia que un año más tarde le hizo quedar como Cagancho en Almagro al obtener 535 votos en un pueblo de la Marina Alta llamado Pedreguer. Desde entonces hasta antes de ayer, su metamorfosis ha sido sensacional.

Anna ha desterrado a su Macho Man gutural y ahora se le ha puesto la cara de la infanta Cristina. Exquisita, carnal y con una desconcertante patina heteropatriarcal. Erotizando el francés hasta el extremo gracias a su postura labial recordaba a Carla Bruni con la guitarra de madera y las rodillas desnudas lamentando melódicamente el “Quelqu’un m’a dit”. La obediente Anna era consciente de que para encajar en el mundo ilustrado tenía que ultrajar a su propia naturaleza y dejarse en Cataluña su nauseabundo disfraz. Ahora Gabriel es el Bigotes de la Gürtel fingiendo su incontinencia prostática para ablandar y rogar bufoneando al jurado. Es la mujer del cuñado del Borbón declarando frente a Horrach que sus ministerios no eran otros que el amamantamiento de los hijos. Independientemente de su detención a través de la euroorden ya no queda rastro bélico o gallardo en la exdiputada catalana si es que alguna vez lo hubo, porque Gabriel nunca ha sido lucha sino sopor y carne de subsidio. Azote de la expansión capitalista y sus devastadores efectos al calor de los 7.153 euros públicos por los que peleó contra los estatutos de su propia formación que le impedían repetir candidatura tras haber sido parlamentaria desde 2016.

Gabriel es la vergüenza del andaluz o el extremeño converso sentida por sus propios padres, en este caso los prototípicos mineros de Murcia y de Huelva vendidos por privilegios para la nueva rica de morfología enmantecada por los excesos del asistencialismo. Es la Pantoja en el Hola privatizando su anticapitalismo en el segundo país más caro del mundo. Que no la traiga Llarena. El problema no es que Gabriel se quede en Suiza, el problema es concederle importancia en nuestra presencia internacional. Y el problema es que vuelva, o peor: el problema es que a las gabrieles las fabricamos y las subsidiamos en España en cadena. El problema es que la exdiputada de las CUP no se ha escapado, sino que se ha ido de excursión con la cesta llena mientras Méndez de Vigo pone casillitas para que los padres que quieren español para sus hijos en Cataluña, se signifiquen en medio del único régimen autonómico del mundo en el que se proscribe el idioma oficial de un Estado.

El problema es que, mientras el PP pide perdón por las cargas de la Policía y la Guardia Civil en Cataluña, a Zoido le acabamos de pillar poniéndole seis medallitas más a los maderos de los golpistas. El problema no es que Gabriel se quede en Suiza, sino que sigamos metiendo a los okupas en antiguas sedes bancarias, teatros y edificios emblemáticos mientras los ayuntamientos gobernados por los mamertos del cambio siguen proscribiendo el derecho a la propiedad privada y la seguridad jurídica. El problema no es Gabriel, sino la morbosa atracción social por los gañanes duchos en la nada. El problema es la costumbre hispánica de investir de mártir de la política y de la democracia a aquellos que viven a costa de nuestras propias posibilidades por machacarlas.

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