Buscando la centralidad política

Buscando la centralidad política

El centro no existe. Como apelación freudiana que busca resquicios sensitivos al hartazgo hacia el tradicionalismo bipartidista está bien, pero como horma política es una quimera, un Dorado a alcanzar por los partidos, que leen y escuchan a analistas y sociólogos desgajar encuestas llamando a ocupar un espacio de moderación quasi salvífico. En España, conviene recordarlo, se sigue viviendo bajo la intensidad que a izquierda y derecha muestran los guardianes de las siglas que representan al votante cautivo de siempre. Si bien esto empieza a cambiar por la conformación de un nuevo espacio socioelectoral, no sólo aquí sino también en toda Europa, es pronto para concluir que puede abrirse una opción política mayoritaria de swing voters que desborde por el centro lo que siempre ha estado confinado a los extremos.

En ese molde posicional, y atendiendo a los informes, estudios y datos sociológicos recientes, resulta más interesante ocupar espacios de centralidad, porque el ciudadano medio gusta de presumir de moderación. Otra cuestión es cuando ese ciudadano consumidor de información política se convierte en votante pasivo o activista, influidos por los ejes posicionales de costumbre. Ahí, la ruptura generacional fundamenta un retorno a espacios de consenso y superación de trincheras y etiquetas, cuyo origen en el XIX motivó la conformación de dos maneras de concebir España, reacias ambas a entender y aceptar una tercera visión de la misma. Porque las diferentes crisis sólo han alterado las posiciones de los partidos en los sondeos en función del eje nueva-vieja política, pero respetando siempre los viejos axiomas que, en la mente del elector, permanecen inalterables. La izquierda seguirá hablando desde su atalaya de polaridad, combatiendo con la derecha en la batalla de los conceptos, mientras ésta se dedica a presentarse como la opción confiable y útil para gestionar más allá de las utopías.

Para superar esa “hemiplejía moral”, en palabras de Chesterton, la política actual tiene que conjugar la defensa de un ideario firme y propio con una apuesta por valores compartidos, basados en la libertad individual frente a quimeras de masa y a una sensibilidad social que supere tanto la política de votos comprados como el capitalismo salvaje que sólo persigue el beneficio de grupo. La centralidad es por ello el espacio a ocupar, no el centro. Porque los mecanismos políticos no son estáticos, sino que se mueven en función de coyunturas sociales y económicas, a través de contextos determinados que modifican el curso de la historia y que obligan a adoptar posiciones a veces encontradas. Si el tablero político se mueve pero tú como partido te mantienes en el centro original, quedas fuera del nuevo juego de secuencias, es decir, extramuros del debate, y te percibirán como una formación extrema y extremista. Por el contrario, si te mueves a medida que el tablero se desplaza, y siempre ocupas el espacio central del mismo, esté donde esté el debate del momento, nadie podría decirte que tu posición es radical.

En economía, por ejemplo, la centralidad reside en defender un libre mercado que favorezca la apertura de negocios y el libre intercambio de productos y servicios coherente con el entorno global en el que estamos, donde se priorice la libertad individual frente al alzamiento de muros colectivos. Esa defensa de la libertad debe contemplar además como factor de equilibrio una defensa firme de aquellos invisibles sociales a los que hay que proteger y ayudar. Una centralidad, en suma, que defienda una libertad sensitiva, apostando por el pragmatismo como nueva ideología dominante. Este pragmatismo requerirá de una retórica basada en factores de persuasión identificativos, clave en la consolidación de toda idea o producto. Así lo ha entendido Macron en Francia y así lo deben entender en nuestro país quienes compitan el próximo año por conquistar nuevos espacios políticos de seducción.

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