Esta no es la crónica de los Goya

Esta no es la crónica de los Goya

Hace unos días iba yo con mi ordenador a la espalda. Venía de zamparme un cocido y, aprovechando que estaba por el centro, me fui a estirar las piernas al Retiro. En una terraza muy próxima al parque vi a Maribel Verdú, que tomaba algún licor de moda en un frasco molón junto a una amiga. La miré pensando: “Eres Maribel Verdú”. Ella me devolvió el vistazo con cara de: “Eres el quincuagésimo sexto desconocido que me reconoce en la última media hora”. La actriz parecía relajada y de buen humor. Obviamente, todo ocurrió en un segundo escaso, aunque contado así parece que estuve parado en plan acosador, observándola. Pero no.

Cuento esto porque, en la gala del sábado, me maravilló ver su expresión de estupor ante los chistes de Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes. Maribel tenía la mandíbula descolgada, se estaba coscando de lo mismo que Emily Mortimer, que la pobre no sabe decir en castellano ni “paella”. Desde luego, no eran las únicas que estaban incómodas: Leiva movía la cabeza hacia atrás buscando a Macarena Gómez, como rogando una explicación: “Menos mal que me he puesto el sombrero de Clint Eastwood para la ocasión, así nadie pensará que no me estoy enterando de nada”, pudo pensar el cantante. Y es que, si algo se repitió en la ceremonia, además de las justas reivindicaciones feministas, fueron los caretos de incomprensión del personal. En el patio de butacas había incomodidad. Perplejidad. Chanantismo puro.

Más repetitivas aún han sido las crónicas y comentarios negativos sobre el espectáculo y sus conductores: que si “insulsos”, que si “faltos de ritmo”, que si “sus chistes no tienen gracia”. Si algo les puedo reprochar a Sevilla y Reyes es no haber sido aún más absurdos, mucho más disparatados si cabe. Hay cierta indignación con algunos momentos, por ejemplo cuando Joaquín Reyes le vomita en la cara al Langui. Es verdad que no es para todos los públicos, pero también hay que decir que cualquier cosa que se haga para agradar a todo el mundo será por fuerza un mojón. Al menos Sevilla y Reyes arriesgaron. Con TVE de por medio, no debieron de faltar trabas para los creadores. Me quedo con la pena de no ver al Loco de las Coles entregando un Goya. Sin camiseta, por supuesto. Se esfumó tu única oportunidad, Ignatius.

No me imagino lo doloroso que ha debido de ser para los cronistas abonados al Copy–Paste tener que cambiar el singular por el plural en sus frases, porque esta vez eran dos presentadores en lugar de uno. Con qué facilidad escupen en sus teclados cosas como “el cine español se viste de gala…” o “la gran triunfadora de la noche…” Supongo que las guardan en su ordenador ya escritas y las rescatan de año en año. Queridos compañeros periodistas, blogueros y demás: arriesguen un poquito, piensen, no copien el teletipo y se vuelvan a meter otra vez en Facebook. Si no les gustó la gala, aporten algo, no copien las mismas frases vacías y llenas de lugares comunes. Y acepten una cosa, y esto va sobre todo para los espectadores: cualquiera que se planta delante de la tele un sábado por la noche para dedicar tres horas y media de su vida a ver una gala de premios del cine, que como todas no deja de ser más que una masturbación colectiva, debe aceptar que no tiene nada mejor que hacer. O de lo contrario, salga corriendo. No vea la gala, que son todas un coñazo. Se lo digo yo, que ando tan aburrido que me la tragué de principio a fin.

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