Cataluña: una broma de mal gusto

Cataluña: una broma de mal gusto

El independentismo catalán vuelve a dar una imagen paupérrima. Los disturbios en los alrededores del Parlament, la apología de la ilegalidad, el enfrentamiento constate y el caos continuado son propios de un país bananero, no de una de las regiones más importantes de España. Lo peor es que de seguir con esta broma pesada, nadie tomará en serio Cataluña a nivel internacional. Algo que dañará las inversiones y el empleo y que, por consiguiente, puede lastrar gravemente la economía. Punto por punto, el día a día en la región es un caos insostenible. Este martes hemos tenido la última prueba. En primer lugar, por la insistencia de Roger Torrent en la investidura de Carles Puigdemont a pesar de que lo ha prohibido el Tribunal Constitucional (TC). Si fuera responsable y pensara en el bien de todos los catalanes, el presidente del Parlament optaría por otra fórmula y no insistiría en un imposible. 

Sobre todo porque es ilegal. Puigdemont es un prófugo de la justicia. El expresident ni puede gobernar desde Bruselas ni lo puede hacer en España, ya que de pisar suelo patrio el único camino posible desemboca en la cárcel de Estremera después de pasar por el Tribunal Supremo para rendir cuentas ante el magistrado Pablo Llarena. Esta inestabilidad política e institucional provoca que las calles estén al albur de los más radicales y que la inseguridad jurídica sea el plato principal de cada jornada en Cataluña. Así, hemos visto al líder de la CUP, Carles Riera, alentar a los violentos que pasarán la noche en el Parlament. La irresponsabilidad política es gasolina sobre la visceralidad de los más radicales. Lejos de buscar una solución que pase por la legalidad, arengan a sus acólitos como si en vez de estar en un país democrático estuviéramos en un campo de batalla. 

El peligro de una turba descontrolada ha sido evidente cuando los Mossos no han podido detener el empuje de los distintos grupos en el Parque de la Ciutadella. Una incapacidad que contrasta con el trabajo férreo y escrupuloso que Guardia Civil y Policía Nacional hacen en la frontera. No obstante, y a pesar de la beligerancia de la CUP y los CDR, lo cierto es que la imposibilidad de que los independentistas rijan en Cataluña por encima de la ley está provocando que la unidad del bloque separatista cada día se resienta más. Como si se tratara de una película de Luis García Berlanga, diputados de la antigua Convergència han llamado «cagados» a los de ERC. Una prueba más de que el esperpento es el estado permanente al otro lado del Ebro. Cataluña necesita a la España constitucionalista. De otra manera, los ciudadanos seguirán padeciendo sine die esta broma pesada.

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