Perdiendo chispa económica: el sino de España

Perdiendo chispa económica: el sino de España

Acaba el año 2017 con España ocupando la decimocuarta posición en el ranking de las potencias económicas mundiales. España ha crecido en 2017 al 3,1%, ha creado cientos de miles de puestos de trabajo, nuestro turismo ha ofrecido su mejor cara, empero vamos cediendo posiciones en la Liga Económica Mundial. Lo malo no es que desde 2007 a hoy hayamos caído del puesto octavo al decimocuarto, sino lo que está por venir.

Durante estos dos o tres últimos años, España no ha sabido aprovechar los vientos de cola que han soplado tan a favor para emprender reformas sustanciales y de calado que sirvieran para dar unos aires renovados a nuestra economía, mimando, tutelando y cuidando a empresarios – resalto la palabra que parece estar en desuso y casi se utiliza en términos despectivos, sacralizando en cambio el rompedor término de emprendedor, que identifica al empresario novel, joven y con ímpetu -, emprendedores – ahora sí creo emplear el vocablo en su justa dimensión -, compañías medianas y pequeñas, impulsando unas coordenadas económicas más del siglo XXI, con menos burocracia y recortando abrumadores papeleos, abonando y preparando el terreno económico para que nuestras empresas, en su gran mayoría auténticas pymes, cobraran nuevos impulsos.

Sin reformas económicas de calado, España se va rezagando porque simplemente, como siempre digo, vamos tirando, tirandillo…, y nada más. A este paso, muy de tortuga a la que le costará llegar a las blancas arenas, en 2027, esto es, dentro de diez años, ocuparemos el lugar decimosexto en el hit parade de las economías mundiales y en 20 años habremos descendido del octavo puesto – que nos permitía disponer de un sillón en el elitista G-8 -, al vigesimoséptimo. No es que esté mal, sino muy mal la evolución de la política económica española.

Esa caída en la tabla clasificatoria solo demuestra que durante todos esos años – los que han transcurrido y los que están por venir – España ha perdido su brújula económica, no sabe en qué dirección exactamente tiene que ir y nos contentamos sencillamente con un “vamos haciendo”…, que confirma que no sabemos que después del presente hay un futuro ni somos capaces de avizorar cómo se diseña y construye ese mañana en lo que ahora mismo constituye cruzar el umbral de una era de profunda revolución tecnológica y transformación digital donde, por decirlo en pocas y oídas palabras, nada será ya igual a antes.

En 2025, España, según las previsiones, dejará de ser la primera potencia económica de habla hispana cediendo tal honor al querido México que, tras algunos vaivenes en 2017 a raíz de la llegada de Trump a la Casa Blanca, sabe enfocar su GPS económico sin tanta dependencia de su vecino del norte.

Cuando uno cavila acerca de los males de nuestra economía, que son varios pero siempre detectables y a los que se puede intervenir con cirugía económica no invasiva, se percata de que con el enredado e inútil patio político que tenemos, en este país flojea el cuaderno de bitácora y carecemos de impulsos briosos. Lo peor del caso es que esa percepción, la de que España hoy por hoy por culpa del tinglado político y vocinglero montado no sabe ver cuál es la senda de su futuro, es captada por nuestros jóvenes universitarios y una gran mayoría de ellos no se contenta con ese escenario y es consciente de que su andadura y desarrollo profesional se encuentra lamentablemente lejos de aquí, en otros lares a los que tendrán que emigrar, primero, en un afán por perfeccionar y mejorar en su formación, y, segundo, en busca de oportunidades laborales que estén a la altura de su nivel de preparación y cualificación. Entretanto, aquí, a España, llegan hornadas de emigrantes de baja cualificación. Mal negocio, en definitiva, ése en el que “exportamos” talento cualificado cual diamante en bruto e “importamos” mano de obra apenas cualificada. El reemplazo de nuestra población activa, a ese ritmo, atenta a la calidad de nuestro futuro mercado laboral y, en definitiva, el estatus de una economía viene influenciado y marcado por la categoría de su factor humano.

En 2031, China será el país que liderará el ranking económico superando a los Estados Unidos. A la larga, si una economía emergente que, aun cuando se halle en una más o menos teórica situación de crisis con crecimientos de su PIB rozando el 7%, va empujando, abriéndose, regulándose, dejando de lado el crecimiento económico meramente cuantitativo en favor del cualitativo, propiciando la inversión en investigación y desarrollo, la innovación, sabiendo manejar adecuadamente las posibilidades que brindan la automatización y la robótica; cuando todas esas circunstancias suman a favor, tal economía emergente, la china, se consolida en el podio económico mundial.

Y no lejos de China, se encuentran otros países que año tras año van exhibiendo sus dotes económicas como India, con aumentos en su PIB del 7% anual; Japón, que siempre está en encefalograma plano pero que ahí sigue al pie del cañón como tercera economía mundial; la pujante Corea del Sur, que es uno de los países que mayor porcentaje de su PIB destina a investigación y desarrollo, más del 4%; Indonesia, cada vez con más visibilidad internacional… Serán esos países los que en 2031 copen posiciones hegemónicas dentro de las 10 grandes potencias mundiales.

Eso se traduce en una pérdida de protagonismo económico de la vieja Europa, de los países que conforman el abolengo de la Eurozona. Y nosotros, desde acá, impasibles, asistiremos como simples espectadores a ese ascenso a la gloria económica de otras naciones que seguramente en vez de perder el tiempo en desaguisados y sainetes políticos, se están sabiendo poner las pilas, andan enchufadas y encaran, con fuste y dándole a la cabeza, los nuevos tiempos.

Lo último en Opinión

Últimas noticias