Carmena 1984

Carmena 1984

Hay un tic totalitario en la sonrisa de cada político. Suele transmitirse por vena sentimental y en el prospecto del voto no avisan de sus efectos secundarios. El paciente, una vez confía en el tratamiento, porque primero ha aceptado el diagnóstico, acaba por creer que todos los remedios son curables, que todas las palabras alivian su malestar y que el cariño, por sí mismo, mitiga el dolor de la enfermedad. Cuando el ciudadano desconfía de la medicina tradicional le echamos siempre el muerto a los médicos de siempre, sin reparar en el carácter propio del enfermo, cuya voluntad pretende buscar excusas a su desasosiego. La homeopatía política es actualmente la principal enfermedad de la democracia.

Madrid —también Barcelona— es claro ejemplo de cómo los curanderos políticos han alterado el ecosistema tradicional de la sanidad política y la salubridad democrática, mejorable pero en modo alguno sustituible por experimentos circulares que sólo ayudan a construir nuevos caciquismos de orden demagógico. El contrapoder ciudadano que nos anunciaban como remedio mágico a los males sociales deviene al final en control jerárquico de nuevas organizaciones que sólo tienen un propósito: sustituir a las anteriores, pero con tratamientos menos fiables para las enfermedades que dicen saben curar.

La última píldora totalitaria en esa estrategia de control ciudadano del Ayuntamiento de Ahora Madrid es la orden de que los peatones caminen en un solo sentido por la calle Preciados y zonas aledañas, en un intento de facilitar el tránsito circulatorio. Los viandantes, convertidos en hormigas obreras vigilados por la policía del buen rollo, ya andan pertrechados en carriles a los extremos de Gran Vía, llevados en volandas como ganado prieto por el resto de la masa mientras visualizan con el rabillo del ojo los comercios que a izquierda y derecha dejan. Digo visualizan porque si te pilla en medio de la muchedumbre, cualquiera sale de ahí para acercarse a un escaparate o entrar en una tienda a adquirir un producto.

Como el consumismo es capitalismo del malo, los muchachos de Carmena no han reparado en gastos propagandísticos para vendernos la medida como una “garantía de seguridad para el madrileño”, sabedores de que es el concepto que más y mejor abraza el ser humano. Desde que pusieron en marcha esa medida, los comercios del centro de Madrid han visto perjudicadas sus ventas en un 15%. Y las quejas de los ciudadanos siguen agolpándose en el buzón de la impostura de Cibeles. La realidad destruye las ilusiones, el lenguaje construye éstas. El lenguaje construye la realidad

¿Recuerda el lector este párrafo?

“Todo el aparato gubernamental se dividía en cuatro ministerios: el Ministerio de la Verdad, que se ocupaba de las noticias, los espectáculos, la educación y las artes, el Ministerio de la Paz, que trataba las cosas de la guerra, el Ministerio del Amor, que mantenía la ley y el orden, y el Ministerio de la Abundancia, responsable de la economía”.

Pertenece a la obra 1984, escrita porr Eric Blair, ese británico que convirtió en célebre su seudónimo George Orwell, convertido en concepto para definir el carácter proteccionista y delator del Estado, una manera moderna de retratar la distopía de todo mecanismo totalitario. Hoy, ser orwelliano o tener tintes orwellianos viene a ser como esa sombre del demonio que Dante desdibujó en su Divina Comedia. Desde que Ahora Madrid gobierna la capital, cada uno de los responsables de los diferentes ‘ministerios’ hacen gala de su orwelliana forma de entender la política. Sánchez Mato, como titular del Ministerio de la abundancia o Rita Maestre, encantada como portavoz del Ministerio de la Verdad, son sus mejores expositores.

Orwell, en 1948, dibujaba el mundo en el que la democracia había desaparecido y todo estaba bajo el control de dictaduras socialistas, cuya forma de entender la realidad chocaba contra las necesidades del pueblo. Por ello, construyeron un lenguaje propio, una realidad diferente. Y se presentaron como el único gobierno posible de la buena gente. Nunca el aburrimiento fue tan feliz. Algo así sucedió en Madrid cuando Carmena llegó al poder en 2015. ¿O fue en 1984?.

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