La prudencia de Rajoy… ¿sólo prudencia?

La prudencia de Rajoy… ¿sólo prudencia?

No seré yo aquel que tenga en Mariano Rajoy un ejemplo de líder político. Tampoco me encuentro entre quienes de manera dogmática, y en numerosas ocasiones colmados de mal gusto, le critican únicamente por sus formas, porque quizá no les alcance mental y moralmente para realizar un análisis, cuanto menos con cierta objetividad, de la labor del jefe del Ejecutivo. Aún así, entendiendo que no hablamos de un líder de masas cuya sola presencia hace emanar desde los suyos verdadera pasión y desde los contrarios auténticos conatos de miedo, no se puede negar la capacidad del político gallego para, sin hacer demasiado ruido ni ventas populistas, acabar resolviendo desde la prudencia todos los conflictos en los que se ha visto envuelto. Y no hablo solamente del embate al que nos hemos visto sometidos por los bufones del soberanismo catalán.

Mariano Rajoy siempre lleva su ritmo, esa templanza a veces desesperante. Lleva el ritmo de aquel que prefiere acercarse despacio a los problemas, observar y desear que sea el otro quien mueva ficha. Se podría decir que se mueve mediante una pericia cuasi felina. No se deja llevar en su toma de decisiones por los medios, ni por los contrarios, ni por los grupos de presión. En la mayor parte de los casos, no se deja llevar ni por los suyos. Sí, aquellos que lo han ninguneado hasta la extenuación mientras con una envidiable dosis de paciencia ha visto ver pasar sus cadáveres. Aquellos agoreros que ahora se agolpan en su entorno ofreciéndose como sustento y bastón en ayuda del vencedor. Recordemos que fue él y solo él quien, instado desde altos e importantes poderes a pedir el rescate a Bruselas en plena crisis, se opuso manteniendo inmaculada la confianza en sus políticas y en los españoles.

Y de forma análoga a actuado ante el desafío secesionista. Fuimos muchos, yo el primero, quienes le instamos a que antes y de maneras más duras y drásticas, actuara en Cataluña. He de reconocer que sí consideré que estaba dejando crecer el problema, al final el problema le ha hecho crecer a él. Cada paso tomado a supuesto un constante y permanente apoyo electoral. Lento pero seguro, como quien lo protagoniza. Y a la vez, mantenerse sonriente desde su atalaya, sin exageraciones ni exabruptos, sin alaracas ni excesos, observando como sus rivales se desangran entre ellos discutiendo, ante tal panorama, sobre el grado de corruptibilidad de don Mariano. No se puede negar su cierta astucia. Pero tal cualidad ha sido utilizada para ir cerrando los graves problemas que se le han ido planteando durante su tronío. En sus discursos aparece una actitud posiblemente calculada y casi siempre impertérrita. Sus decisiones pueden parecer lentas y más al estar acompañadas de un perfil petizo y apocado, donde sumando una presunta carencia de ideología a la antigua usanza, nos puede hacer concluir que nos encontramos ante un político de raza y convicciones, perfecto y seguro conocedor de las decisiones que debe tomar.

Quizá todo ello sea un disfraz. Gran parte de los españoles creían y siguen creyendo que Rajoy debía tener razones graves para mantener su perfil anodinamente numantino cuando en Cataluña se levantaba una montaña de personas contra él y contra el Estado. En ningún momento se le vio con prisas, no se le notó especialmente alterado. Y tomo la decisión. Y antes de tomarla, así es Rajoy, amagó, gambeteó y consiguió ganar tiempo para colocar el tablero de juego a su gusto. Puede que por encima de todo nos encontremos básicamente a un estratega. Se trata de una disposición interesante, tremendamente habilidosa. Realmente, no le quisiera como enemigo. Ha llegado a convertir a Carmen Forcadell en la causa. Solo por eso se merece mi confianza. Como dijo Marco Aurelio, emperador romano: “No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad”.

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