Merci, Belgique

Merci, Belgique

El desesperante garantismo de la justicia belga está propiciando que Carles Puigdemont se ría en la cara de todos los españoles. No sólo eso, además podrá hacer campaña electoral  para concurrir a los comicios autonómicos del próximo 21 de diciembre como si fuera un candidato normal y sin dar una sola explicación ante nuestros jueces. Nunca un golpista fue tan bien tratado por un país que, por el mero hecho de formar parte de la Unión Europea, se supone que debería tener una colaboración especial con un socio como España. Lejos de eso, y gracias al magistrado Christophe Marchand, Puigdemont se puede permitir el lujo de jugar con los tiempos.

El expresident a la fuga intentará rentabilizar al máximo su incomprensible libertad. Si se queda en Bélgica, dada la permisividad de aquel Gobierno, puede hacer campaña electoral con la tranquilidad de que nadie situará un solo palo en la rueda de su demagogia. Si por el contrario decide volver a España antes del 21-D, siempre puede hacer del martirio un recurso electoral y forzar su detención para seguir insistiendo con ese discurso falaz en el que califica a España como un «Estado opresor». Algo que movilizaría a la facción más radical de su electorado. Eso es justo lo que pretende su maquiavelismo circense. Alentar a los más exacerbados, alimentar las vísceras de un discurso sin ninguna base congruente o legal.

Un desvarío ante los ojos de cualquier demócrata que se precie y que está patrocinado por la incompetencia procesal belga, culpable en gran parte de que a estas alturas el líder de los golpistas campe a sus anchas por el país que alberga la Unión Europea para estupor, incluso, de los propios líderes comunitarios. Recordemos, además, que desde el punto de vista legal, la negativa belga a ejecutar su extradición sienta un precedente muy peligroso, ya que deja la euroorden en papel mojado. Un mecanismo que impulsó España hace más de una década y que suponía una solución rápida y eficaz para casos tan graves como éste. Ahora, Bélgica no sólo la ha inutilizado, sino que además ha quebrado un nexo de confianza entre los sistemas jurídicos de todos los países miembros. Gracias, por tanto, por permitir que un golpista haga lo que quiera sin que pase nada.

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