La ambigüedad hecha discurso

La ambigüedad hecha discurso

“Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. (Al Capone)

Ada Colau pasó de mearse en las calles a mearse en las leyes. Sin solución de continuidad, la reina de los desahucios las ha expulsado de su taifa okupada, antigua ciudad condal. De afectada por la hipoteca a retratada por la hemeroteca. En la era digital, nada escapa a la mentira política. Sobre todo, de aquellos que han comido populismo desde que descubrieron el canal por el que transmitir su bilis. Allí, en la arena escatológica del debate, convirtió el prime time en el ágora de discusión por excelencia, donde cualquier rufián político encuentra el escenario perfecto para hacerse célebre, donde la razón y la discusión serenada son sustituidas por los aplausos gustosos de su clá radicalizada.

A partir de ese momento, la sacrificada activista por los derechos vecinales mutó en convencida equilibrista del movimiento indepe. Lo peor de los políticos no está tanto en traicionar sus orígenes, sino en hacerles creer que aún son parte de ellos. Un ejemplo son sus antiguos conmilitones de pancarta, convertidos ahora en látigo que desmonta su hipocresía. Le acusan de cobarde por ceder ante esos propietarios a los que escracheaba con gusto mientras iba camino de ese plató de televisión en el que lucía sus mejores galas sabatinas. ¡Nos la has colau!, le gritaban, mientras ella sonreía con un falso: ¡Os necesitamos!

En las últimas semanas, la emperadora de la ambigüedad, —¡Qué tino, Borrell!—, la diosa del monosílabo inacabado, parece flojear en su impostura política. Las costuras separatistas, que escondía entre las faldas municipales de la ciudad más visitada de España, afloran entre su insolencia calculada y su moderación de todo a cien. No se puede estar a rolex cuando siempre has sido de setas. En política, el discurso de la transparencia es ético. El de la apariencia, como el que profesa la alcaldesa gris, estético. El de la equidistancia, patético. Sus tiempos discursivos se gobiernan entre el cálculo y la suma. Y ahora, prescindiendo del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, pretende virar el acuerdo hacia los secesionistas, con los que tiene en común algo más que el deseo.

Ella, graduada cum laude en kale borroka, quiere ser ahora la nueva doctora honoris causa del independentismo sostenible. Su influencer de moda. Si bien su credibilidad no tiene título ni honra, como prescriptora de apetencias no tiene precio. Se mostró a favor del referéndum pero no arriesgó a ceder locales por cuenta propia, porque una cosa es la República y otra yantar en el talego. Habla de presos políticos cuando desde Amnistía Internacional ya le han dicho que como mucho son presos de conciencia. Bucea en aguas turbias del independentismo porque necesita sus votos, pero apela al obrero españolista porque la poltrona no se alcanza sólo con esteladas. Ni DUI ni 155, dice, cuando lo primero es ilegal y lo segundo lo contrario. Si te pones de perfil en este asunto, ¿qué no harás, querida Ada, en el resto de cuestiones de menos enjundia jurídica?

Las elecciones de diciembre marcarán el rumbo definitivo de alguien que quería ser famosa a toda costa y lo consiguió, vistiéndose en aquel tiempo de Batman feminista, haciendo ruido cacerolada tras cacerolada y subida al runrún del cambio. Y todo, para que al final se aburguesara tras la vara de mando municipal, como esa cortesana de la que Erasmo renegaba por sumisa, servil y abyecta. Ahí puede acabar la historia de esta Juana de Arco que un día soñó con ser Emmeline Pankhurst, pero que se ha despertado convertida en la bruja del cuento de Blancanieves.

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