Gracias, cobardes

Gracias, cobardes

España nunca tuvo un verdadero sentimiento de identidad nacional. Gracias a los nefastos políticos que nos han supuestamente representado, nuestra nación, el Estado más antiguo de occidente, jamás tuvo sentimiento de identidad nacional. Las decimonónicas revoluciones “liberales” fueron un episodio negro en nuestra historia y ante el abandono de una verdadera clase política, solo la Iglesia supo hacer frente al sentimiento de orfandad que nuestros ancestros tuvieron. Y junto con la Iglesia, aparecieron unos “nacionalismos periféricos” que ya desde entonces enarbolaron el mensaje de “Madrid nos roba”, “Madrid nos abandona”, para alimentar el sentimiento de odio hacia España que ahora explota, que en estos momentos brota de manera radical pero cuyas raíces se extienden desde hace demasiado tiempo.

Dos siglos después, en la llamada “Transición democrática”, nuestros constituyentes no supieron afrontar el problema. Nuevamente aparecieron los “complejos nacionales” y ante burdos intereses políticos —los asquerosos intereses políticos— no se supo cercenar el peligro de los nacionalismos periféricos antiespañoles y se cedió ante quienes desde el primer momento quisieron destruir España. No hay justificación. Los avisos del peligro fueron múltiples. Los argumentos justificativos fueron siempre absurdos, incoherentes, disparatados. La “estabilidad” solo enmascaraba el deseo de poder por encima de los intereses de España y ningún gobierno, repito, ninguno, tuvo la valentía y el arrojo suficiente como para parar los pies a un nacionalismo excluyente, especialmente el catalán, que se mostraba voraz, insaciable, con un único fin: el de destruir España por encima de construirse a sí mismo porque no tenía nada que construir. Se cedieron competencias venenosas, como Educación e Interior, se invirtió en odio, se miró hacia otro lado ante actitudes sediciosas, se habló catalán en la intimidad, se nombró “español del año” a quien expolió Cataluña de forma mafiosa y se prometió, de manera traidora, felona e indigna, que todo lo que saliera del Parlamento de Cataluña sería aprobado en nuestra Cámara de representación nacional.

La clase política se mostró indigna ante la agresión a nuestra España. No es un problema de hace semanas. Es la consecuencia de una mala siembra desde hace, mínimo, 40 años. No seré yo quien haga oídos sordos a los desmanes que durante la “Transición” se produjeron. No pretendo ser políticamente correcto. De aquellos barros tenemos hoy estos lodos. Y es muy fácil que quienes dispusieron de poder en su momento para frenar los desmanes del odio ante todo lo español den hoy muestras de patriotismo. Requiere ser acompañado de asunción de responsabilidad por inacción, por cobardía, por intereses políticos, por una falsa “estabilidad política”. Sobre vuestra conciencia caerá la sentencia que dicte la historia. Pero hoy los sentimientos de identidad nacional han tenido que brotar de la propia sociedad que, harta de décadas de inacción de sus representantes, planta por fin cara a los cobardes. Qué grande y quizá qué tarde. Pero es esta sociedad tantas veces silenciosa la que ha gritado que ya se acabó.  Es la sociedad la que se ha enfrentado a los felones, a los cobardes, a los apocados que ungidos en una falsa representación de la nada no han caído en que sus “gigantes” no eran más que “fantasmas enanos” incapaces de mantener con cierta solidez sus incautos, falsos e indignantes argumentos para romper nuestra nación.

Aun así, gracias cobardes. Gracias Puigdemont, Turull, Forcadell y Trapero. Gracias a todos vosotros como representantes de la cobardía y de la indignidad. Gracias también a los políticos que habéis nadado en intereses de poder vendidos como “intereses de Estado”, siempre falsos, amañados y fraudulentos. Gracias por vuestra cobardía porque esta ha provocado un nuevo y desconocido proceso de “reacción nacional”. Que la justicia caiga sobre vuestras cabezas de forma inmisericorde como responsables de la más absoluta traición. Pero que sobre vuestra putrefacta conciencia no desaparezca el hecho de que tan extrema paranoia nos ha devuelto el orgullo de ser una gran nación. Gracias, cobardes, por vuestra indecorosa actitud. España tiene hoy futuro y esperanza. Porque como dijo George Sand, escritora francesa: “Las decepciones no matan y las esperanzas hacen vivir”.

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