La banda de Puigdemont llega al final de los días

La banda de Puigdemont llega al final de los días

“Subimos la escalera sin saber a dónde iba, con la promesa de encontrarnos en el final de los días”. Podría tratarse de una alegoría sobre el tema catalán con Mas, Puigdemont, Junqueras y compañía como protagonistas, pero no es más —ni tampoco menos— que una estrofa de una canción de Loquillo, quien por cierto ha sufrido la intolerancia de quienes quieren arrogarse el derecho a decidir sobre todos los demás. España es ese hermano pequeño con el que te metes constantemente pero que defiendes a capa y espada cuando otro intenta hacer lo mismo. Y en esas estamos con el desafío independentista desde hace años. En los últimos días, especialmente, hemos visto cómo unos pandilleros venidos a más disparaban a quemarropa contra el corazón de nuestro país y cómo sus secuaces nos llamaban fachas simplemente por denunciarlo.

Son tiempos en los que la razón no importa. Vale más un retuit demagógico que un análisis sosegado, tanto de un lado como del otro. Pero eso tampoco es algo nuevo. La simplicidad y la ignorancia se han hecho mayores, llevan tatuajes y han okupado nuestras vidas para quedarse. El problema no está en ser o no independentista, sino en los argumentos que se dan desde cada posición. Pero eso a nadie parece importarle una mierda. Lo cierto es que la deslealtad de la Generalitat hacia el conjunto de los españoles y hacia la Constitución no merece otra cosa que la condena de quienes consideramos que el respeto a la ley es la base de nuestra sociedad. Hubo pedradas y palos el pasado domingo, pero las armas más importantes siempre son las psicológicas, que en este caso consisten en acorralar, humillar y marcar a quienes ponen en duda la fantasía independentista. 

España es mucho más que colgar la rojigualda del balcón. España, con todos sus errores y defectos, es una victoria: la de la democracia. La chapuza del Gobierno, que ha entrado totalmente a destiempo, no justifica el aquelarre independentista. Porque no hay democracia sin ley, pese a que algunos traten de convencernos de lo contrario.

El daño está hecho y la pasividad del Ejecutivo será recordada por muchos años, pero si el Gobierno quiere seguir siendo Gobierno no le queda más que actuar con contundencia. El Rey ya le marcó el camino a Mariano este domingo con el que quizá sea el discurso más importante ­—que no el mejor— de la historia reciente de nuestro país. Hace tiempo que la Generalitat, con la ayuda de la izquierda radical, se propuso subir la escalera hacia el independentismo sin saber a dónde iba. Ahora, la banda de Puigdemont comprueba que en el final de los días todo conduce a un único punto: la ley y las consecuencias de haberla roto.

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