Nazis en Alemania, bobos en Europa

Nazis en Alemania, bobos en Europa
francarrillo-26-09-2017-interior

Unas elecciones no las ganan los aspirantes, sino que las pierden quienes gobiernan. Así suele suceder desde que la política es política, y además, podemos contarla. Cuando un partido oposita a meritocrático de la confianza ciudadana y se viste de sus mejores galas persuasivas para acceder al poder, es el contexto el que determinará sus posibilidades de victoria. En las democracias actuales, cualquier análisis previo se topa con la cruda realidad de una historia empeñada en mirarse en el espejo de sí misma. Alemania ha sido el último ejemplo. Gana la extrema derecha, pierden los partidos tradicionales del sistema. Y los análisis zozobran de incredulidad, incapaces de entender, en su ceguera visual, la deriva imparable de una nueva realidad.

Merkel ha hecho una mala campaña electoral. Apoyada en las encuestas que reflejaban un malestar ciudadano por su nefasta gestión del conflicto migratorio, tanto de gobierno como comunicativa, articuló un programa a medio camino entre la socialdemocracia y el conservadurismo bávaro. Por un lado, quería aumentar los subsidios sociales, por el otro disminuir los impuestos. De un lado apoyaba la llegada de inmigrantes a Alemania para reforzar el depauperado mercado laboral, de otro hablaba de ser más firme en la defensa de las fronteras. Haciendo equilibrismos puede suceder que un día resbales en la barra y ni siquiera el trapecio de votos te aguante la caída. El resultado de las elecciones del domingo pasado confirma un escenario que se veía venir cuando la canciller decidió abrazar el buenismo progre del Welcome Refugees antes que la articulación de medidas que, en conjunto con el resto de países de la Unión Europea, garantizara soluciones factibles y no populistas al estructural problema de la inmigración.

La CDU ha sufrido, al igual que los socialdemócratas de Schulz, su peor resultado desde la Segunda Guerra Mundial. En paralelo, Alternativa por Alemania, un partido de reminiscencias nacional-socialistas con apenas cuatro años de vida, se convierte en la tercera fuerza política del Bundestag con más de 90 diputados y el 13,1% de apoyo ciudadano. La extrema derecha entra por primera vez en el Parlamento de Berlín desde 1945. Un nuevo aviso en una Europa donde ya nos resulta familiar ver a Le Pen disputar la presidencia francesa; a Holanda, Hungría, Dinamarca o Finlandia ser pasto de los populismos extremistas o a Grecia e Italia depender de xenófobos y radicales. Curiosamente, sólo Portugal y España se salvan, dentro de nuestro entorno, de poseer en el Parlamento representación de extrema derecha, a pesar de la insistencia de la izquierda mediática y política en que tenemos un problema con ella en nuestro país. Nada más falso.

El progresivo ascenso de un partido populista de extrema derecha como Alternativa por Alemania, que ha basado su programa casi exclusivamente en su rechazo a los inmigrantes y al Islam, explica lo perdidos que están en Europa con ciertos temas, incapaces desde las instituciones de abordarlos desde su origen y conformados en sintetizar los soluciones con eslóganes facilones y marketing barato. Vivimos un momento catatónico donde parece que nadie es capaz de tomar las riendas ante la polarización que sufre el continente. La socialdemocracia, tradicional equilibradora de pulsiones, subsiste arrinconada en la mayoría de gobiernos de la UE, limitándose, en el mejor de los casos, a ser mera comparsa de coalición postelectoral. Por su parte, los valores liberales parecen tener que justificar cada día su existencia y no dejan de ser partidos de plastilina, débiles ante cualquier error coyuntural. Ante ello, los populismos de izquierda y derecha amenazan la convivencia de una Europa que nació para combatir los extremismos que en su seno la componían.

Y todo acaba por confluir en el asunto migratorio, que ha sido simplificado por unos y menospreciado por otros. El buen rollo totalizador del Welcome Refugees, más allá del demagógico componente humanitario, no ha tenido una alternativa sosegada y proporcional por parte de los gobiernos europeos —como el alemán—, más preocupados en dar buena imagen ante los progres del mundo que en atajar un conflicto que ha servido de acicate para el aumento de estos partidos de ultraderecha. La mayor frontera que existe actualmente son las olas del Mediterráneo y el muro del Este, pero nadie quiere verlo. Ojalá un líder sensato a medio camino entre el aquí caben todos y la deshumanizada pero estratégica inacción.

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