Agonía y muerte de la razón

Agonía y muerte de la razón

“Que el procés iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”. Sirva esta actualización de los versos del poeta catalán Jaime Gil de Biedma para situar al gozoso Rajoy en la sinrazón que está ocurriendo en Cataluña. Se le acabó la siesta al presidente. Es muy triste ver al Gobierno desmarcarse de cualquier postura cercana al diálogo, interviniendo papeletas, deteniendo gente, haciendo registros y hasta intentando controlar a los Mossos. ¿Va en serio lo de detener a 700 alcaldes? Estoy de acuerdo con Carmena: convertir esto en una caza de brujas no vale, porque un problema de este nivel sólo se soluciona hablando, negociando y pactando, no yendo hacia un estado policial donde la cachiporra, la represión y la mano dura tienen más peso que el debate.

Se está ayudando a que se vea a los independentistas como víctimas de todo esto, cuando son una parte muy importante del problema; una turba irresponsable que está lanzando a mucha gente sin trabajo ni futuro a agarrarse a lo último que les queda: la patria. Cuando alguien no tiene nada más, no ha sido capaz de construir nada decente en torno a sí mismo —capacidad de pensar, formación, trabajo, cultura— se deja arrastrar por el primero que pase. Unos venden el paraíso después de la muerte, otros lo fían un poco más cercano, y prometen que cuando estén fuera de España todo será de color de rosa, pero mientras tanto no toman ni una sola medida para mejorar las condiciones de la población catalana. El ruido de sables de momento para la único que ha valido es para ocultar la corrupción y los recortes de los gobiernos español y catalán. Nos la siguen colando y nadie dice nada.

La razón ha sido apartada tanto por unos como por otros. Los bandos se han instalado en la intransigencia, en una política manejada por energúmenos en la que se ha hecho habitual la máxima de: «No te voy a consentir que no estés de acuerdo conmigo». El Gobierno central no piensa sentarse a hablar, exigen la rendición y la humillación pública, pero sometiendo jamás se llegará a buen puerto. Lamentable es también la actitud fascista de las amenazas a políticos contrarios a la independencia. Cuidado con la «pureza de sangre» de la que hablan algunos catalanes, una cosa es querer votar y otra muy diferente es propugnar un nacionalismo étnico y excluyente con los no nacidos en Cataluña que viven, sueñan y pagan sus impuestos allí. Da pena escuchar que los libros de Juan Marsé aparezcan llenos de insultos en las bibliotecas públicas catalanas, o que a Serrat y Buenafuente los tachen de traidores por no adherirse a esta deriva demente e ilegal.

Dice una leyenda urbana que la soberanía nacional reside en el pueblo. Dice otra leyenda —no sé si urbana o rural— que la razón debe predominar en los asuntos que nos atañen a todos, la res publica, que decían los romanos. Desde luego, el asunto catalán está complicándose de tal manera que —siguiendo con Roma— esto empieza a parecerse a la Guerra Civil entre Julio César y Pompeyo. Ganó Julio César, sí. Pero los dos acabaron muriendo apuñalados por sus compañeros. Y en Cataluña sigue subiendo el nivel de intransigencia y crispación. Todo muy fratricida. Todo muy visceral. Todo muy español, con perdón de independentistas y romanos.

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