Una responsabilidad más allá de la jurídica

Una responsabilidad más allá de la jurídica

Los innumerables delitos que determinados personajes están cometiendo en Cataluña conllevan una directa responsabilidad criminal. No se entendería un Estado de Derecho que mediante su ius puniendi no desplegara todos sus medios y efectivos para hacer cumplir la ley y hacer pagar por sus fechorías a quienes se la saltan a la torera. Los delitos de rebelión, conspiración y sedición, más aquellos referentes a la malversación y sus concordantes tienen su sanción directa a través de nuestras normas penales. El TC, tras la última reforma de diciembre de 2015, debe seguir empleando su poder sancionador frente a los cargos que incumplan con su deber llegando, porque es necesario desde hace demasiado tiempo, a suspenderles de sus funciones e imponer sin complejos las más altas sanciones económicas. Nada como lo anterior puedo desear más. O quizá sí, aunque sea una quimera.

Estos hampones deben pagar, desde su miseria moral, la fractura social que han conseguido crear en la sociedad catalana. Tienen una responsabilidad más allá de la puramente jurídica. Sobre su ulcerada conciencia debe caer el peso de haber enfrentado familias, matrimonios, amistades, relaciones humanas en muchos casos labradas desde el denuedo y hasta el sacrificio, pero convertidas en asidero humano que cada individuo necesita para vivir como tal. Lo han roto. Y han provocado una fractura quizá ya imposible de curar. Y deben pagar por ello. Desde sus odios extremos sustentados en mentiras y falacias, han construido ficciones y “realidades políticas” que solo han generado odio y violencia. Se han atrincherado en la mentira y en la provocación con su voluntad totalitaria. Y sin duda yo les acuso de tan flagrante actitud.

Desde su arrogancia, se han dedicado a señalar con el dedo “al otro”. Han “cosificado” al individuo y lo que es más grave, han conseguido que entre las más humanas e íntimas relaciones sociales, unos se señalen a otros. Provocación hacia una mayoría silente que no tranquila. Una mayoría que ya ni siquiera es admitida, como antaño, solo si se calla, si mira hacia otro lado, si admite mantener un falso statu quo degradante y detonante de lo actual. Que sociedad aquella en la que esa mezquina e irresponsable minoría y sobre una amañada y fraudulenta “realidad” impone su discurso a una mayoría desalentada. Y deben pagar por ello. Y junto con ellos, también delato y denuncio a quien desde la demagogia y el resentimiento se pone de perfil ofertando un ridículo dialogo como quien ofrece caricias a un tiburón hambriento. Sus actitudes les convierten en cooperadores necesarios de tan dramática fractura. Quienes no ven claro donde se encuentra el hostil, deben pagar igualmente, ante la historia y las próximas generaciones, su cobarde felonía.

No existe pena contemplada en norma que castigue tal afrenta. Los fríos códigos no recogen dichos comportamientos como merecedores de reproche legal. Por ello solo queda pedir que el peso de la historia caiga sobre ellos. Que esta generación y las siguientes sean conscientes de que una banda de “irresponsables políticos”, acompañados del corifeo de una minoría de botarates ha puesto en jaque a una sociedad y la fracturó de forma irremisible. No hay otra solución, si acaso consuelo, que la denuncia y el reproche. La historia es muy larga y el camino muy estrecho. Aunque solo sea por esa “mayoría callada” no cabe restaurar el orden social con diálogos y bonitos gestos a la galería que solo responden a un canje y reparto de privilegios recibido en muchos casos como recompensa. Con “guante de seda” o de raso, es el momento del puño de hierro. Como se preguntó el novelista británico Adam Nevill: “¿Tan abarrotado está el infierno que están saliendo de ahí?”.

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