El despotismo de TV3

El despotismo de TV3

Hay momentos en que el desacato, la desobediencia y la prevaricación adquieren dimensiones escandalosas e insultantes, y es el caso hoy de TV3. Demasiado tarde, ya cuando el agravio a los intereses generales de los ciudadanos de Cataluña es insoportable, se ha alcanzado la conclusión por millones de compatriotas de que con el dinero de nuestro bolsillo hemos estado financiando sin límite una máquina procaz de vomitar publicidad separatista: sin tregua, sin complejos, sin reservas ni freno, sin escrúpulos deontológicos. Así lo ha perpetrado. Se ha instituido en la ametralladora de la infumable y abrasiva retórica soberanista.

En un momento en que toda Europa —y desde luego España— debate la identidad, los fines, el modo de financiación y la calidad en la producción de los contenidos de las televisiones públicas, un monstruo —como en la película del genial J.A. Bayona— ha venido a vernos. En realidad siempre estuvo ahí, pero hoy suelta sus más primitivos y encendidos zarpazos. Por desgracia, ha sido un instrumento desde el que, por ejemplo, se ha lavado la imagen de un líder terrorista como Otegi. O desde el que se ha escuchado, sin posterior enmienda, que los andaluces “son unos vagos que no trabajan nunca”. O desde el que se ha ridiculizado sin reparos —al contrario, con fruición y carcajadas de acompañamiento— la tarea de la Guardia Civil. Había propulsado desmedidamente el odio con tecnología turbo, sí. Pero ahora llega al extremo de comparecer desnuda como un simple martillo de burda propaganda: es la verdadera tele-basura, el auténtico ‘Mátrix reload’ que las arrinconadas huestes de Puigdemont y las desmelenadas CUP necesitan para huir de la implacable realidad.

No. No hay rincón en el mundo civilizado en el que cuando un juez ordena a un medio que no participe en actos preparativos de un anunciado delito como el del 1-O sus responsables se rebelen, denuncien una ficticia mordaza, pongan el grito en el cielo por una inventada censura. Menos, cuando esos mismos responsables —secuestrando la pluralidad de aquellos a quienes se deben— usan la Diada para colocar el micrófono de la cadena en manos de Junqueras a fin de que proceda a entrevistar a Rufián o Romeva, mientras sugieren el inflado de las cifras de la manifestación. Ése es el orden para los independentistas, ésta es su maquinaria de mentiras que mueve a un ejército entero de soldados desinformados, irreversiblemente e ignorantes de su destino, hacia el acantilado.

¡Qué triste! Hoy en esa corporación que se niega a retransmitir los mensajes navideños del Rey mientras pone alfombra roja a los batasunos cada vez que toca, se han perdido definitivamente los papeles. Alejados de cualquier criterio que rija unos mínimos estándares profesionales, sus mandamases se burlan a su gusto del Constitucional para reforzar las consignas de los desesperados gobernantes para los que ejercen, en esencia, de mamporreros. Lo único positivo de este desasosegante escenario es que en quienes hoy comparecen escocidos y chulos, veremos el 2 de octubre caras de funeral. Ya queda menos.

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