Carta abierta a la diputada Ángeles Martínez

Carta abierta a la diputada Ángeles Martínez

No deseo engañarla, por lo que comenzar la presente con un “estimada” sería un perfecto fraude, término este que define de manera impecable tanto a usted como a los suyos. Que triste haber sido portada de los medios por su ruin actitud del pasado miércoles en el Parlamento de Cataluña, España, cuando retiró las banderas españolas para dejar solo las catalanas que los diputados del PP habían colocado en sus asientos al abandonar el pleno y ausentarse de la votación. Lo que usted pretendía era ofender, una vez más, a los que nos sentimos orgullosos de ser españoles. Regurgitó un especial rencor envestido de chulería amparándose en la amoralidad que tiene quien se siente impune por sus actos. Desprendió sobre la bandera nacional el mismo odio que hubiera desprendido contra cualquiera de nosotros. Que peligro acecha a una sociedad cuando determinados seres se consideran exentos de cumplir con el más mínimo orden moral. Ante tamaña indecencia no es de extrañar que a su vez se consideren exentos de cumplir con el más mínimo orden legal. Tampoco se ha disculpado.

Señora Martínez, usted y su compañero de formación, un tal Albano Dante Fachín, han afirmado que la actuación no refleja un sentimiento antiespañol, sino que su bandera es la republicana, por lo que si esta última hubiera estado en los escaños populares, no la habría retirado. No le falta de nada. Además es usted una ignorante. El 6 de octubre de 1934, en plena II República Española, Luís Companys, presidente de la Generalitat, se asomó al balcón de la plaza de San Jaime y enfervorecido gritó: “En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña. Proclamo el Estado catalán en la República federal española”. Que mimetismo y sincronía histórica. Pues bien, señora Martínez, el Gobierno español declaró el Estado de Guerra y encargó al general Batet acabar con los secesionistas. Le aseguro que no pretendo dar pistas a quienes tienen el deber y la obligación de velar por nuestro orden legal, si bien a veces ganas no me faltan. Escasamente 11 horas después del último roznido de Companys, la República conseguía abolir el Estado catalán y semejante ópera bufa terminó con todo el Gobierno de la Generalitat arrestado. Sigo sin querer dar pistas a nadie, pero otra vez, ganas no me faltan.

Semejante reacción fue la de “su República” y por semejante reacción, quizá la mía y la de muchos españoles. Usted demostró su bajeza moral, excretó su inmenso odio engarzado en cobardía. La bandera nacional, por mucho que la abomine, es el símbolo de la unidad de los españoles, de aquellos valores comunes que compartimos y que nos identifican como miembros de una comunidad política, histórica y cultural labrada con esfuerzo y sacrificio, con alegrías y tristezas, con aciertos y errores desde hace más de 600 años. Representa el recuerdo y agradecimiento hacia nuestros antepasados, hacia aquellos que forjaron lo que hoy somos. Personifica el deseo de lucha y trabajo por un futuro mejor, por un mañana que siga haciendo sentirse orgullosos de ser españoles a nuestros hijos, del mismo modo que lo somos la mayoría por la labor de nuestros padres.

Pero sobre todo nos expuso, junto con odio, todo el resentimiento que lleva dentro señora Martínez. Permítame aconsejarle algo: entiendo que si realiza una cierta introspección personal es difícil, pero cuide de usted, mímese para curar las heridas morales que lleva dentro. Las cicatrices del alma tardan infinitamente más en curar que las de la piel, pero inténtelo. Entiendo que el dolor que supone el odio marca mucho, pero aspire a construir un entorno mejor, aportando esperanza a los demás y no rabia hacia quienes no piensan como usted. Como dijo el genial Miguel Mihura: “El rencor es la caja de caudales de la maldad”.

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