La pantomima del multiculturalismo

La pantomima del multiculturalismo

La sociedad multicultural que como nuevo concepto paradisiaco se nos está vendiendo, e imponiendo, y que hoy se encuentra en todos los órdenes de nuestra vida, aparece en Europa dando sus últimos coletazos. Aun así, todo aquel que ose poner dicha “inefable moda” en discusión será acusado de “peligroso fascista”. La cultura va mucho más allá que cuatro progres disertando esnobismos, que una doctrina, que un monopolio o que un mandamiento jurídico. La cultura de una sociedad es su historia. Son ideas, conocimiento, sabiduría y experiencias, el poso que nos deja el paso del tiempo. Es tradición. No se impone ni por vías de hecho ni de derecho. No se regula. La globalización de hoy tiene, a través del multiculturalismo, importantes efectos perniciosos.

Hace a las sociedades más débiles. La mezcla de culturas de forma imperativa, de cualquier cultura, hace que estas se desvaloricen, se degraden y pierdan su esencia. Dicha mezcla tiene como objetivo, en Europa, disolver la historia de los pueblos, conformados a través de los tiempos en naciones, para hacerlos más débiles y poder ser sometidos a determinados poderes. Frente a las sociedades homogéneas, en las sociedades heterogéneas la cultura y las tradiciones quedan como una miscelánea, confundidas unas con otras. Provoca grandes dosis de discriminación social. ¿No es discriminación, en nuestra sociedad de hombres y mujeres libres e iguales, su amalgama con aquellas culturas que no solo apartan sino que denigran y convierten a la mujer en mero objeto?. ¿No es discriminación imponer el multiculturalismo a quienes aceptan a sus semejantes sea cual fuere su condición sexual junto con aquellos que torturan y cuelgan desde una grúa a quien es homosexual?.

Genera desigualdades y agravios comparativos, pues otorga condición de igualdad a quienes se incorporan ex novo a una sociedad configurada desde antiguo y reclaman ser tratados como distintos. Distorsiona el conformar natural de toda comunidad al socavar el identitarismo innato con que esta tiende a nacer, como innato es el curso natural de un río. Ninguna agrupación humana nace multicultural. Su imposición artificial genera no solo divergencias sino choques, violencia y enfrentamientos. ¿No fue ejemplo suficiente el proceso de descolonización “con cartabón y escuadra” que nefastamente impuso Europa en la década de los años 60? ¿No fue ejemplo el conflicto surgido con la independencia de la India y Paquistán, de culturas distintas, teniendo que crear un estado ficticio como Bangladesh?

Miente quien afirma que las personas de distintas culturas son iguales. No lo son. No son ni mejores ni indudablemente peores, simplemente distintas y en muchos casos incompatibles. Antagónico al multiculturalismo impuesto se encuentra una sociedad asentada en la solidaridad moral, los sentimientos religiosos y la verdadera cultura de los habitantes de una nación. Antropológicamente está demostrado que los lugares culturalmente homogéneos tienen un sentimiento de comunidad más desarrollado, un apego más sólido. Una comunidad homogénea desarrolla de forma más sólida él sentimiento de arraigo al lugar, es más autosuficiente y orgullosa, menos dependiente del Estado, menos tendente al sustento subvencionado y al igualitarismo colectivo.

Por el contrario, una comunidad heterogénea no tiene consciencia de tal por lo que se dificulta la reacción unitaria ante un problema, siendo especialmente difícil la toma de decisiones en común y necesitando por ello que sea otro, normalmente el Estado igualador, quien tome dichas decisiones por ellos. Hoy el multiculturalismo ha fracasado en Europa y solo ha producido violencia, rechazo, extremismo y radicalidad. Pretende una “mezcla impuesta” y su cenit ha sido, entre otros, “acunar” a musulmanes llenos de odio con europeos acostumbrados a la libertad individual y al gozo y disfrute de derechos individuales y comunes. Pero la progresía ha querido dicha mezcla pues en sus genes siempre prima lo colectivo sobre lo individual, él Estado sobre la persona. Pero ante la insidia que supone pensar distinto, se tiende a mirar hacia otro lado. Como dijo el presidente húngaro Viktor Orban: “Hoy en Europa está prohibido decir la verdad”.

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