Cuando conocí a Monedero

Juan Carlos Monedero

Era un 5 de marzo de 2013. Me encontraba en Caracas, impartiendo unas conferencias en el marco de un seminario sobre comunicación al que fui invitado. Siempre recordaré aquel día. Fue la fecha en la que el mundo conoció que Hugo Chávez Frías. El caudillo bolivariano, que llevó a Venezuela a las cotas más míseras y totalitarias jamás vistas anteriormente, dejaba este mundo de capitalistas oligarcas y criollos. Me encontraba en el plató de Globovisión, por entonces la única cadena de televisión que aún no había expropiado el Estado de Bolívar —ahora todos los medios son del Gobierno—. Entre pitos y flautas caraqueñas, mientras esperaba tras bastidores el momento de intervenir, avisan de que “el presidente Maduro ha anunciado comunicado en veinte minutos”. Enseguida supe que el anuncio de la muerte del caudillo rojo se iba a hacer oficial. Así fue. El resto, relato de un pueblo consumido por la división y el caos, historia viva del socialismo y muerte al que conducen estos mesías de la revolución, jerarcas de calavera permanente.

Un día antes de aquello, tuve la oportunidad de conocer a una de las voluntarias que trabajaba para el diputado Ismael García, que pasó de furibundo chavista a convencido anti, como acaban muchos en Venezuela. Me confesó esta chica que el responsable de los continuos ataques a la oposición —esto no empezó ayer— y de ordenar la persecución al disidente chavista era el gurú español que “lleva aquí viviendo un tiempo”. No sabía a quién se podría referir, porque en esta profesión nos conocemos todos, o casi todos. Preguntando, investigando, curioseando, topé al fin con el nombre del conocido asesor áulico de Chávez: Juan Carlos Monedero, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y por entonces responsable del Centro Internacional Miranda de formación de cuadros políticos del chavismo, a la sazón, creador de la estrategia de represión contra el opositor, de persecución a los medios de comunicación libres, e instigador de revueltas internas y externas a fin de justificar la acción ulterior de la Guardia Urbana, hoy tan conocida por representar el escuadrón de la muerte bolivariana.

Muerto Chávez, Monedero fue coronado por su sucesor, quien en su investidura le llamó “hermano”, puño en alto y sonrisa bobalicona, feliz de seguir representando la causa de los oprimidos, aunque viviera en hoteles de cinco estrellas, que así se defiende mejor al pobre. Meses después, España empezó a conocer al personaje. Sus discursos y proclamas, sus mensajes y reacciones. Su comunismo desatado que a muchos persuade y a otros engaña. Pero otros ya lo conocimos antes. Monedero es un personaje sin alma, un trasunto inhumano de cheka moscovita. Recuerda al georgiano Beria, amigo personal de Stalin, que ajusticiaba a disidentes del régimen y ordenaba golpear y perseguir incluso a quienes sospechaba de su compromiso. Como buen mensajero de la muerte soviético, conspira día y noche para quitar de en medio a sus rivales internos. Elucubra cada minuto de su vida para eliminar todo aquello que no entre en su cosmovisión comunista, totalitaria, liberticida, profundamente sectaria y sobre todo, contraria a cualquier defensa decente de una democracia representativa.

Carece del más mínimo sentido de solidaridad, politiza los muertos ajenos con tal de dejar claras sus férreas convicciones políticas. Él no ve adversarios de bancadas, sino enemigos de clase a exterminar. Educado en el odio ideológico más abyecto, propulsa su bilis incluso entre su círculo de amistades. Me cuentan que en su juventud, se permitía dar de lado entre su grupo de amigos a quienes no comulgasen con su forma revolucionaria de ver la vida. Por ello, no se alteren por sus manifestaciones sobre Miguel Ángel Blanco. No se enfaden por ser como es. No se esfuercen en pedirle comprensión, sentimiento o empatía quien ha hecho de la deshumanización política su modus vivendi, una cuestión estética que sublima el siniestro arte de la ejecución. Marat Monedero forma parte de la tríada divina de Podemos, junto a Danton Errejón y Robespierre Iglesias, continuidad de una revolución que sólo entiende la guillotina como forma de argumentar las ideas. Es el ejemplo más claro en el presente de lo que Hannah Arendt alertaba sobre la banalización del mal. Su árnica al necesitado se basa únicamente en justificar el descenso en el sufrimiento colectivo.

Estoy convencido de que la mayoría de los más de cinco millones de votantes de Podemos no son comunistas, ni tienen esa insensibilidad manifiesta de la que presume el Ché de la Complutense. También sé que muchos de los que están en esa formación reprueban las formas y maneras del profesor de tesis nunca comprobada. Pero Monedero, como algunos de sus compañeros de filas, fieles ideólogos de la causa, no desfallecerá hasta convertir España en lo que siempre ha soñado: el paraíso socialista popular, es decir, el páramo de libertades más grande jamás construido.

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