Amancio frente a los malnacidos

Cristina Cifuentes
Cifuentes y el vicepresidente de la Fundación Amancio Ortega (CAM/D.Sinova).

La de las máquinas anticáncer de Amancio Ortega es una de esas polémicas que jamás pensé pudieran surgir en un país democrático. Mejor dicho, en ningún país. Porque, tenga que soportar una dictadura o disfrutar una democracia, uno pensaba que un ser humano digno de tal nombre jamás rechazaría ni montaría un pollo al contemplar a alguien donar 320 millones (53.000 millones de pesetas, que se dice pronto) para luchar contra la gran peste del siglo XXI.  Para que comprendan el calibre de la cesión hay que subrayar que cuantitativamente es superior al presupuesto del 90% de los ayuntamientos de España. Y cualitativamente, sobra apostillarlo, es una bendición del cielo, que no del infierno como predica esa la España de los malnacidos.

Basta hacer un somero repaso a los guarismos de la pandemia para entender lo bien qué vendrán a las 17 sanidades públicas de nuestro país (otro disparate del Estado autonómico que provoca que haya enfermos de primera y de segunda, pero ése es debate para otro día). En España se detectan cada año 250.000 tumores en números redondos: los número 1 son ya los colorrectales seguidos de los que hasta hace bien poco eran los primeros de la fila, los de pulmón. Un total de 150.000 hombres y alrededor de 100.000 mujeres reciben la mala nueva cada año. No menos terrorífico es el dato de mortalidad: 106.999 españoles pierden la vida cada 365 días víctimas de tumores malignos, de ellos 65.367 son hombres y 41.632 mujeres. Hasta hace bien poco la primera causa de mortalidad la constituían las patologías cardiológicas. El sorpasso se produjo hará un par de años: ahora es el temido cáncer, esa enfermedad que todos hemos padecido personalmente o en nuestro entorno más próximo. Nadie se libra.

Para que se hagan una idea de la salvajada de la que estamos hablando basta con resaltar que 106.999 personas son más que la población total de capitales de provincia como Ávila (58.000 habitantes), Cuenca (55.000), Lugo (98.000) o Teruel (35.000). Más almas que las que caben en el Bernabéu (84.000 espectadores) o en el Camp Nou (98.000). La comparación con otra lacra de nuestro tiempo, la mortalidad en la carretera, es igualmente sideral: 2.000 ciudadanos perecieron a consecuencia de un accidente de tráfico del 1 de enero al 31 de diciembre del año pasado. La Dirección General de Tráfico (DGT) reduce la cifra a 1.160 en un burdo maquillaje que no se creen ni ellos: en esta estadística sólo incluyen a los fallecidos en las 24 horas posteriores al siniestro. Es decir, que excluyen los decesos que, por ejemplo, se producen dos días después, tres, cuatro o los que sean. Trampillas de nuestros políticos.

Como ven, la polémica que han prefabricado los apóstoles de la España podemizada a través de asociaciones y mareas negras varias se ve mucho mejor si la pasamos por el tamiz de las tan frías como insobornables estadísticas. A Amancio Ortega no sólo hay que agradecerle la donación sino que, a más a más, habría que animarle a que no pare, a que continúe tirando de talonario. Teniendo en cuenta que es el cuarto hombre más rico del mundo (71.300 millones de dólares) tras Bill Gates, Warren Buffet y el amazon Jeff Bezos no es del género tonto sino del de los gilipollas integrales ponerle a parir por esta cuestión. Porque un individuo que atesora ese pastizal está en disposición de repetir la jugada no una sino 30 veces si es necesario. Lo raro es que el self made man gallego, que continúa yendo a trabajar todos los días a la cadena de producción de Arteixo a pesar de sus 80 tacos, no nos haya hecho una peineta tras coger el petate rumbo a Estados Unidos, Francia, Alemania o Reino Unido, naciones en las que las donaciones no sólo están a la orden del día sino que gozan de un altísimo predicamento social.

Lo más heavy de toda esta hijoputa polémica provocada por hijoputas es que los 320 millones servirán en su mayor parte para la compra de sistemas de diagnóstico oncológico en una enfermedad en la que las posibilidades de esquivar la parca aumentan exponencialmente si se coge a tiempo. La hijoputa tesis de los hijoputas es que la Sanidad pública no puede vivir de la caridad. Hay que precisar a estos hijoputas que esto no es caridad sino algo que, parafraseando al redivivo Jesulín, se resume en tres palabras: DO-NA-CIÓN. Estos 320 millones son a más a más, que diría un catalán. Dinero sobre dinero, presupuesto sobre presupuesto de una Sanidad española que, según la revista más prestigiosa del sector, la estadounidense The Lancet, es la octava mejor del mundo tras Andorra, Islandia, Suiza, Suecia, Noruega, Austria y Finlandia. O sea, que estamos casi al nivel de ese mítico Estado de Bienestar escandinavo. En eficiencia, según la agencia Bloomberg, somos ni más ni menos que los terceros del planeta tras Singapur y Hong Kong, ciudades estado en las que la Sanidad pública ni está ni se le espera.

Una de las portavoces de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) de cuyo nombre paso de acordarme llegó incluso a afirmar, en el colmo de la imbecilidad y/o de la psicopatía, que los tratamientos contra el cáncer como la quimio y la radioterapia son “malos” y recomendó a los pacientes huir de ellos. Dios o el diablo quieran que no padezca un tumor maligno porque, en aplicación de sus flipantes tesis, sus posibilidades de irse al otro barrio serán altísimas por no decir totales. Cuando se ven acorralados argumentalmente, esta pájara y sus compañeros justifican sus desvaríos en el hecho de que Amancio Ortega produce buena parte de los productos de Zara, Pull and Bear, Massimo Dutti, Uterqüe, Stradivarius, Bershka, Oysho, Lefties y Zara Home “explotando laboralmente a niños en países del Tercer Mundo”.  Olvidan estos abundios que cada vez que ha surgido la más mínima duda acerca de un proveedor en el Tercer Mundo, Inditex ha salido por patas. Y eso que el imperio coruñés efectúa un estudio cuasipolicial de todos los candidatos al chollo de fabricar para ellos. Cuando esta chorrada se desvanece, se aferran a la costumbre “defraudadora” de Inditex. Son tan estólidos que no saben que entre pitos y flautas nuestro protagonista astilla 2.000 millones a Montoro todos los años. Y su tan patológica como perogrullesca estulticia les lleva a desconocer que tienen abiertas 7.000 tiendas en todo el mundo que, como no puede ser de otra manera, tributan en el país en el que operan. En fin…

El delito del leonés venido al mundo en un pueblo de 118 habitantes es, no nos engañemos, ser empresario. En esta España podemizada a los generadores de riqueza se les caricaturiza como sujetos con cuernos, rabo y tridente. Vamos, que son el mismísimo Belcebú: explotadores, defraudadores cuando no evasores, delincuentes y, si me apuran, hasta irredentos puteros. ¿Se hubiera desencadenado este pedazo pollo si en lugar de ostentar esa condición fuera presidente de Venezuela o de la República Islámica de Irán? Obviamente, no. En ese caso, las mareas negras jurarían y perjurarían que el dinero para la guerra contra el cáncer hay que aceptarlo aunque provenga del mismísimo Satanás. En otro país, mismamente cualquiera del ámbito subsahariano, y no digamos ya en Occidente, la trayectoria de Amancio Ortega sería asignatura obligatoria en las escuelas. Aquí, no, aquí se le pone a caer de un burro. Lo raro es que no haya trincado el parné que acumula casi por castigo y se largue a esas naciones protestantes donde la riqueza es motivo de admiración y provoca ese mimetismo que es el verdadero motor de crecimiento de una sociedad.

Hoy no diré, como hice a propósito de la enésima pitada al himno, que los españoles somos unos mierdas. Pero sí que me asquea ser conciudadano de esas mareas de mierda que critican la donación de Amancio Ortega. Lo seré legalmente, muy a mi pesar, pero no humanamente. Gente que se comporta así no son mis conciudadanos. Son basura. Basura que a ver qué hacen si les toca afrontar un tumor (estadísticamente, le tocará al 50% de los hombres y al 33% de las mujeres). Si son coherentes y dignos deberían dejar claro por escrito que si se lo diagnostican no quieren ser tratados con los ultramodernos aparatos de la Fundación Amancio Ortega. ¿A que no hay huevos ni ovarios?

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