Contracrónica desde el Congreso

Un pasado por delante

Un pasado por delante

No, no lo llamen circo, ni show catódico, ni espectáculo de tertulia. Lo que ha sucedido en el Congreso es la representación política más coherente aplicada por una ideología que entiende el parlamentarismo como el jefe de Jack Lemmon en ‘El Apartamento’: la excusa para corromper la moral y las costumbres privadas. No, no llamen circo a lo que es una perfecta y calculada estrategia de escenificación, con papeles sabiamente representados en ese spaguetti western en el que algunos quieren convertir el hemiciclo. Como en la película mítica de Leone, aquí también había una tríada de personajes: el feo le tocaba hacer a Mariano Rajoy, quien se fajaba en sus discursos irónicos y plenos de socarronería parlamentaria frente a la mala —Irene Montero—, que ejercitó durante dos horas su entrenada boca para el reproche.

Esa elocuencia de celofán fue luego continuada, tras el laboratorio de rigor que siempre entre bambalinas rige los destinos morados, por el bueno —Pablo Iglesias—, quién se presentó con el tono más mesurado que se le recuerda, en un intento por erigirse en el perfecto candidato alternativo. Sucede que la moción de censura sólo se articuló en el apellido, porque al portavoz de Podemos se le olvidó leer el artículo 177 de la Constitución, que reza: «El candidato debe exponer el programa político del Gobierno que desea formar». Nada de esto se esperaba, porque la intención no era quitar al Gobierno, sino tener la cuota periódica de atención nacional, de la gente, que dirían ellos. No, no le llamen circo a lo que es una secuencia pensada de confrontación permanente.

Por la mañana, la non nata moción se desarrolló entre la longitud discursiva tediosa de Montero y el exceso de sarcasmo de Rajoy en su réplica. Lo bueno llegó después, cuando Iglesias fue el Iglesias de siempre. De la moderación inicial pasó al tono mitinero, del perfil de candidato razonable al tribunero que busca los titulares de televisión. Ese Pablo Jekill e Iglesias Hyde es una versión 3.0 de la estrategia de Podemos, que sigue en su empeño por hacer de la política un ruido de sables, teatro del esperpento y zarzuela de patio cortijero. Pero nunca circo. Se toman muy en serio esto. Aunque más allá del flash, conseguido, y de la atención, monopolizada, apenas quede fondo en ese reino de taifas discursivo que es la formación comunista plurinacional.

Rajoy primero apeló a Quevedo para responder a Moreno: “El exceso es el veneno de la razón”. Y a otra cosa Mariano. Frente a él, Iglesias tiró de los recursos de siempre: anáforas, metáforas y símiles para componer un discurso de efervescencia retórica sin mayor profundidad de contenido. Habló de emociones políticas como el miedo, la esperanza o la indignación. Con mano en pecho y tono solemne. El respetable irrumpió entonces en murmullos y sonrisas. Achacó en más de una ocasión a Rajoy llevar sus respuestas escritas. Suele ocurrir que cuando se tiene una oposición tan previsible se tarde menos en construir los discursos.

El presidente, ya en modo vespertino, nadó entre la condescendencia y los ataques ad hominem a un Iglesias que observaba desde su bancada con esa tranquilidad del que escruta al enemigo antes de ejecutar su soberbia jaculatoria. Éste concluyó la parodia de censura resumiendo que esto “va de futuro y de pasado”. Rajoy defendió su deseo de que no gobiernen, porque Podemos, “ya tiene un pasado por delante”. La frase que desarticuló la verdadera trama de ficción de lo que llevamos de legislatura.

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