Sultana de Andalucía, Susana de España

Sultana de Andalucía, Susana de España

A nadie defraudó. Llamó a los viejos, que diría Bustos, y les pidió enseñar la dentadura, que no está el cortijo para flores mustias. Ella, la Napoleón de Triana, se subió nuevamente al AVE que Felipe llevó en el 92 a Sevilla para hacer el camino inverso y presentarse como la salvadora de un partido que hace tiempo que no labra ni sus principios. Rubalcaba, en esa pose suya entre Richelieu y Mazzarino, saludaba a Zapatero, que entre viajes y encuentros con Maduro aún tiene tiempo de ser socialista. Cuando sus padrinos se refugiaron en Madrid, ‘Sultana’ Díaz heredó una Andalucía estancada donde más le duele, parada allá donde la sonrisa que tanto ofrece se congela de pavor. Porque ‘Sultana’ es de esas políticas hacendadas de viejo cuño, de esas andaluzas cuya casa es su cortijo, como definió Chesterton al inglés —cambien cortijo por castillo—.

Hace tiempo que los andaluces han interiorizado una idea: para que haya trabajo, el PSOE se tiene que quedar en el paro. O dicho de otra manera. Para que Andalucía avance hay que dejar al PSOE atrás. El relato urbano es más contundente que el rural en denunciar el caciquismo de un gobierno que lleva en la poltrona más tiempo del que duró Franco en su trono de dictador. Cuando piensen en un régimen, visualicen San Telmo, huelan los fastos que el jornal «bienpagao» ha hecho del PSOE un PRI con castañuelas. Porque los socialistas se irán cuando quieran, o cuando Europa cierre de una vez el grifo de la subvención que lleva manejando décadas. Mientras el PSOE se va de Andalucía, sus dirigentes toman las de Madrid vía Córdoba en previsión del derrumbe del chiringuito: Primero Chaves, luego Griñán, ahora ‘Sultana’ Díaz. En Andalucía no se apela al cambio, se apela a la súplica. Ahí siguen los que han empobrecido la tierra más fecunda del país, la tierra que más riqueza cultural y artística ha dado a España, el pueblo más emigrante y viajero, cuyo acento empapa de gracejo cada rincón del mundo. Un pueblo que ahora vive resignado a que la peonada de la subvención llegue a la cartilla cada mes.

Algunos datos que muestran el conformismo de un partido (y de gran parte del pueblo que aún le vota) que considera que nadie le podrá echar nunca de Andalucía —el PP estuvo a punto de conseguirlo hace unos años, pero una mala estrategia de Arenas y Arriola lo impidió—. Cada año se destinan más de 200 millones de euros al PER, el gran subsidio agrario con el que se ha tejido una red infinita de favores y silencios. La economía andaluza, según un informe de La Caixa de hace unos años, sufre de estancamiento permanente debido a la escasa cualificación laboral, una baja productividad industrial —un sector que sólo ocupa el 12% del PIB frente al casi 20% del resto de España— que hace que sea imposible impulsar la competitividad e incluso apostar por sectores con más futuro como los tecnológicos. Y lo que es más demoledor: una región que vive del turismo apenas si suma al conjunto del PIB regional un 20% en las exportaciones, más de 13 puntos menos que el conjunto de España.

Ya el último EGOPA —algo así como el CIS andaluz— reflejaba que Susana pierde fuelle en Andalucía. Ha dejado de ser la líder mejor valorada —le superan Juan Marín, de Ciudadanos y Maíllo, de Izquierda Unida—. Más de la mitad de la población considera que la gestión de la Junta es mala o muy mala y el 64% percibe como pésima la situación política de la Comunidad. Después de Susana no importa quien venga, porque el partido lo puede todo. Así llevamos casi 40 años. El ‘Sultanato’ tocará a su fin en Andalucía, pero Susana de España tiene aún carisma suficiente para presentarse en el Congreso de los Diputados y gritar, como Ricardo III: «Un escaño, un escaño, mi cortijo por un escaño».

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