Los muros de la humillación

Los muros de la humillación

No pensaba escribir sobre Trump. En las últimas semanas el bombardeo mediático acerca de este espantajo de melena naranja y corbata roja nos tiene a todos algo saturados, pero la verdad es que, viendo cómo avanzan sus pocos días de mandato, no queda otra más que batirse. La decisión de construir un muro que ocupe la totalidad de la frontera entre Estados Unidos y México parece habernos pillado por sorpresa, a pesar de que era una de las medidas estrella en su programa electoral. Y es que el ciudadano medio anda ya tan acostumbrado a que los políticos no cumplan con sus promesas que hasta los propios republicanos están sorprendidos con la premura con la que se están llevando a cabo.

El hecho de levantar ese muro a lo largo de 3.200 kilómetros de frontera ya se antoja como una labor kafkiana; recuerda al relato de ‘La construcción de la muralla china’, donde generaciones de trabajadores iban muriendo sin ver jamás terminada aquella obra. En el caso de Trump es aún peor; él mismo se jacta ante las cámaras de que es un negocio redondo: «A ver si lo entendéis, morenos, vamos a construir un muro para que no entréis a nuestro país y además lo vais a pagar vosotros». Esto viene a ser lo mismo que a uno le hagan cavar el hoyo en el que después lo van a enterrar.

Aquí, por mucho que se diga, no es la seguridad lo que está en juego. Desde hace años ya hay parte de muro construido en casi un tercio de la frontera entre ambos países, el número de guardias fronterizos se ha multiplicado en las últimas dos décadas, y esto sólo ha servido para que los llamados espaldas mojadas tengan que dar un rodeo mayor, caminar durante más días atravesando el desierto de Sonora con temperaturas cercanas a los 50 grados hasta llegar –el que no muere antes– a Yuma. No es la seguridad, repito, lo que Trump ha elegido, sino la humillación. Humillar al débil y al pobre, que no sólo es débil y pobre, sino que además es molesto. Molesta tenerlos ahí abajo. Tan cerca. Y lo paradójico es que México es el gran aliado comercial de Estados Unidos; cada día se mueven 1.000 millones de dólares en la frontera entre ambos países, narcotráfico aparte, obviamente.

La Casa Blanca pone el ejemplo de los muros construidos por Israel desde 2002 en Cisjordania, muros que aíslan a los palestinos de forma inhumana e ilegal. Y en Europa mientras tanto nos escandaliza lo del muro de Trump. Constantemente se alude a la caída del muro de Berlín como paradigma de la modernidad, pero olvidamos los otros muros, los que no queremos ver o no nos interesan; las vallas de Melilla y sus cuchillas amenazantes; el muro de Calais, construido en territorio francés para impedir que los migrantes pasen al Reino Unido; los muros que nacen en Eslovenia, Hungría, Serbia. Y el mar Mediterráneo como padre de todos los muros, paredón y cementerio al mismo tiempo. Trump desde luego es un loco, pero, ¿y nosotros? ¿Nosotros qué somos?

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