uS.A.

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«In Trump we trust», gritaban el pasado viernes cientos de miles de simpatizantes del nuevo presidente de los Estados Unidos. Fue un claim desatado de furia que intentaba equilibrar las manifestaciones que por todo el país empezaban a organizarse contra el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Primero fueron jóvenes de rebeldía permanente, que mostraron su descontento con el magnate destrozando escaparates, dejando en mal lugar a esos analistas, periodistas y expertos de la cosa que insisten en que la violencia es sólo patrimonio de los alt-right. Al menos, a éstos se le va la fuerza por la boca. La extrema izquierda, sin embargo, muerde con la consistencia totalitaria de un rottweiler.

A esa juventud, abandonada por esa política de la burbuja que en Washington se hizo costra durante la administración Obama, le acompañó durante el fin de semana una gran representación femenina. Y digo bien lo de representación. Porque no todas las mujeres votaron en contra de Trump. De hecho, las mujeres blancas apoyaron más al magnate misógino, machista y retrógrado que a su contrincante, que era mujer y blanca. Quizá las celebrities, ocupadas en organizar marchas por las calles americanas, no tuvieron en cuenta este dato. Ellas han decidido que hablar por todas las mujeres. Acordaron en sus lujosas mansiones con servicio de interna a sueldo, que el feminismo son ellas, y que las mujeres blancas de la América real no son mujeres, porque no tienen su glamour ni votan con su inteligencia. Ellas se pueden permitir, como artistas sin miedo a la hipoteca ni a los apretones de fin de mes, que pueden hacer huelga de trabajo mientras Trump ocupe Washington. El resto de mujeres, que han visto perder sus empleos o los de sus maridos, no tienen derecho a creer que Trump es la solución. Porque Trump, en verdad, es «hijo» de Obama. Si el orador más brillante que ha dado Estados Unidos en la época contemporánea se hubiera dedicado a sonreír menos y gestionar mejor, hoy Trump seguiría fanfarroneando en televisión. Pero en la pasarela roja del famoseo estas cosas no se tienen en cuenta. ¡Qué vida más estresante la de Hollywood!

La desconsideración de las Meryl Streep, Madonna y Alicia Keys de turno hacia esa otra parte del país que estaba cansada de lo que ellas representan: esnobismo, elitismo, burbuja, soberbia —negando que Trump pudiera un día ser presidente— portadoras de privilegios —que se veían protegidos con la victoria de Hillary— obtiene ahora su fruto. Ellas no salen a proteger a las mujeres del machismo. Salen a protegerse a sí mismas y a su forma de vida, desconectada de la que millones de mujeres americanas que no compran en Tiffany ni tiene chófer viven cada día.

Explicaba el otro día en este digital que Trump no pasará a la historia por sus discursos. Es un orador sin talento ni talante que sin embargo sabe cómo crear el centro de atención social y mediática adecuado en torno a él. Pero no engaña a nadie. Él cree que un país debe gestionarse como una empresa, bajo los parámetros de control y mecanismo que rige una organización. Durante el proceso de transición hasta la toma de juramento, anunció, previa amenaza impositiva, que Ford no se llevaría sus fábricas a México. Prometió, junto al fundador de la empresa china Alibaba, un millón de empleos en los próximos años. Economía, economía, economía, dinero y dinero. El único discurso que entiende este hombre de maneras toscas y gruesas pero inteligencia afinada. Por eso pone al petrolero Tillerson al frente de la Secretaría de Estado. Considera que U S.A. se fundó con el dólar y debe ser el dólar quien guíe el nuevo despertar americano. Es un autócrata sin modales ni conocimiento de política, pero que representa el triunfo de la posmodernidad pasiva, esa que estos días está siendo rechazada en nombre de no sé qué democracia de élite.

Trump ya ha conseguido algo importante. Ha puesto el listón de las expectativas tan bajo, se espera tan poco de él, que cualquier iniciativa que acabe con éxito le hará subir en popularidad en esa América zombie que aún se quita las legañas de unos ojos frotados en la incomprensión. «Sí, pudimos y sí, lo hicimos», dijo Obama en su último discurso. Si de verdad lo hubiera hecho, si hubiera alcanzado logros de gestión sobresalientes, hoy Melania sólo sería otra mujer rica más, como las que lideran las manifestaciones antiTrump de estos días. Y quizá hubiera votado a Hillary.

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