La chavización de España

Iglesias-Podemos
Pablo Iglesias con una imagen de Chávez al fondo.

Uno de los más monumentales pollos que se recuerdan en la Francia contemporánea se desencadenó en 1987 cuando el animal de Jean-Marie Le Pen, a la sazón líder del partido de moda, manifestó públicamente que las cámaras de gas nazis «son un detalle de la historia». Más que local, el escándalo fue internacional porque el fenómeno Frente Nacional subía en las encuestas como la espuma y se observaba con una mezcla de miedo y estupefacción en toda Europa. Fue el as que se sacó de la manga François Mitterrand para retrasar la llegada del RPR de Jacques Chirac al poder. El tan típico como tópico «divide y vencerás» que algunos han imitado por estos lares con los resultados por todos conocidos.

Pero hete aquí que en el país de Napoleón estas barbarités no salen gratis. Fue condenado por un delito de odio. Tres cuartos de lo mismo ocurrió 18 años después cuando insistió en sus tesis con su patanería habitual. Parafrasearse e insistir en sus odiosas tesis antisemitas le costó esta vez 30.000 euros de multa, más los otros 5.000 que le impusieron por apuntar que la presencia de gitanos en suelo galo le resulta «olorosa y urticante».

OKDIARIO ha resucitado esta semana el blog que Pablo Iglesias quiso borrar. Intento de borrar pruebas que quedó en un gatillazo más de un personaje que olvida que en la red todo pasa… pero todo queda, que diría el poeta. El sujeto de los dientes color carbón escribió en su blog El gesto de Antígona que «el Holocausto fue una decisión administrativa, un mero error burocrático». Por si acaso quedaba alguna duda de su maldad, de la banalización de un genocidio que costó la vida a 6 millones de personas, dio una vuelta tuerca de más al comparar a los miembros del Cuerpo Nacional de Policía con los carceleros de los campos de concentración. «No hay tanta diferencia entre los agentes que detienen migrantes en nuestras metrópolis y los guardias de las SS», comentó segundos antes de rebuznar una frase casi tan miserable como la anterior: «Ni los unos son comprometidos y honestos servidores de la ley ni los otros eran monstruos terribles».

«Rajoy forzado a dimitir tras afirmar que el Holocausto judío fue ‘un mero problema burocrático’». Éste sería el titular de los periódicos si el presidente del PP hubiera vomitado semejante animalada. Ciudadanos le habría mandado a esparragar y el PSOE le habría puesto bola negra con toda la razón del mundo. La continuidad del Gobierno popular pasaría por la salida del pontevedrés de Santiago: «O él o nosotros». Y al partido de la calle Génova no le hubiera quedado otra que tragar para evitar perder el poder. Feijóo, Cospedal, Casado, Soraya o el tapado o tapada de turno se habría colado por la rendija de las ventanas de La Moncloa antes de la medianoche.

En democracia más perverso aún que pensar determinadas cosas es expresarlas. Soltarlas públicamente. Hay límites que no se pueden traspasar. Y uno de ellos es el del antisemitismo, el del negacionismo, el del revisionismo y el de la banalización de una de las mayores tragedias colectivas de la historia de la humanidad. El pogromo. La masacre de seis millones de personas. El forzado suicidio de decenas de miles que, tal y como relata el gigantesco Viktor Frankl, preferían autoelectrocutarse contra las alambradas antes que pasar por el calvario que supone aguardar días y días una muerte trágica segura.

Que Pablo Iglesias piense así es lo normal en una mente totalitaria y estalinista como la suya. Lo que no es precisamente normal sino anormal es que estas palabras le salgan gratis en una sociedad democrática. Claro síntoma de la degradación ética de una sociedad. Degradación ética que tiene en buena parte de la clase periodística su más triste epítome. Pocos diarios de ámbito nacional, excepción hecha de La Razón, Abc, Esdiario, Libertad Digital y Periodista Digital, ha dedicado una mísera línea a esta revelación de nuestro reportero Miguel Ángel Ruiz Coll. Ni una sola de las grandes televisiones ha reservado un segundo para tamaño disparate verbal. También se hicieron los suecos cuando destapamos que en el chat interno de la cúpula podemita Iglesias declaraba textualmente: «Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase».

Todo ello demuestra el penoso estado de la libertad de expresión en un país que olvida con demasiada frecuencia que el único periodo democrático de verdad que ha vivido en toda su historia es el que va de 1977 a 2016. Item más: certifica que padecemos una dictadura podemita encubierta en la opinión pública. Sus descomunales errores de gestión en los ayuntamientos que presiden, sus tra-ca-tra-cas, sus chapuzas, sus lamentables espectáculos machistas, sus coqueteos con los asesinos etarras o con sus marcas negras y sus fascistoides provocaciones no encuentran prácticamente eco en la mayor parte de los media. La mayoría está podemizada por acción (unos muchos) u omisión (unos pocos).

El miedo es libre porque algunos no se han enterado que, tal y como advertía Roosevelt, «sólo hay que tener miedo al miedo». Ése es uno de los factores que explican el silencio ante el matonismo, el totalitarismo y el golfismo de esta banda. Matonismo, por cierto, que más allá de Eduardo Inda ha tenido su máxima expresión en periodistas de la talla y la raza de Alfonso Rojo o Antonio Martín Beaumont. El director de Esdiario tuvo que soportar que el político de los dientes color carbón le amenazase a través de un intermediario por osar publicar que pagaba en negro a los trabajadores de La Tuerka, por desvelar la financiación venezolana y por repicar su enésimo flirt con una de sus subordinadas. «Si sigues hablando de esto, te vamos a montar una campaña en las redes sociales para conseguir tu muerte civil», fue el mensaje que recibió por persona interpuesta. Días después, en la sala vip de La Sexta Noche, el hombre de la mina de carbón en la boca le espetó: «Ya sabes lo que hay, ¿no?». Las sicilianas advertencias se repitieron con el ex corresponsal de guerra. A los dos les tocó un pie porque han seguido contando lo que hay. Desgraciadamente, son la excepción que confirma una triste regla.

Las consecuencias de la chavización de España en términos de gobernabilidad no se dejarán ver a corto plazo. Seguramente tampoco a medio. La serpiente aún es pequeña. Tardará pero, a este paso, y con este incesante ritmo, algún día veremos a esta gentuza en el poder convirtiendo España en un Estado fallido en el epicentro de la Unión Europea. Cuando Jordi Pujol se propuso someter Cataluña sabía, porque es tan golfo como listo (imagínense si es listo), que no era una carrera de 100 metros. Ni siquiera de 800. Tampoco un 10.000. Tenía meridianamente claro que transformar 180 grados una sociedad es un maratón. Vamos, que lleva su tiempo. Y que para ello es condición sine qua non disponer de dos herramientas infalibles: las aulas y los medios. Los podemitas controlan muchas de nuestras universidades y tienen en primera posición de saludo a algunos de los medios y grupos más influyentes. Y ya se sabe que quien determina la opinión publicada, fija la opinión pública. Y quien vota es la opinión pública. Moraleja: pasarán. Antes o después. Pero pasarán. 

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