Rajoy X 319 = Rajoy2

Rajoy X 319 = Rajoy2

Han sido 319 días de espera. 319 días sin un Gobierno. Más de diez meses en los cuales hemos asistido a dos elecciones, a investiduras abortadas, a la postración política de un secretario general del PSOE, hundido por sus propios errores y el fuego amigo de sus compañeros, hartos de su liderazgo o, según se mire, de su antiliderazgo. 319 días en los que la ‘nueva política’ ha ingresado en el geriátrico, haciéndose vieja al poco de nacer, con dos nuevas formaciones que han reproducido los errores de los partidos tradicionales. Un teatro en fin en el que un presidente en funciones ha toreado la situación con las tablas conocidas y con una capacidad de aguante que ha superado todos los pronósticos.

En este impasse, la economía ha aguantado de forma espectacular, sin apenas desgaste, mientras los ciudadanos, a pesar del hartazgo total hacia su clase política, han acabado por acostumbrarse a este absurdo baile de disfraces de unos personajes que, más que dialogar, se han enfrentado una y otra vez, en los medios y en las redes, evidenciando a golpe de ‘tuit’ o declaración extemporánea, su incapacidad trufada de frustración por una situación que solo se ha visto desbloqueada gracias a la cruel guerra civil desatada en el PSOE.

Rajoy: el ‘destrozapronósticos’

Pero al fin Rajoy fue investido. Y todos dieron por hecho que habría cambios sustanciales en el Ejecutivo. Siquiera por la necesitad, evidente por la composición de la Cámara, de tener ministros más dialogantes para un nuevo ciclo en el que la oposición será feroz. Pero 319 días después, lo que algunos dieron en llamar el nuevo ciclo político, no ha resultado ser más que Sáenz de Santamaría, Rafael Catalá, Cristóbal Montoro, Íñigo Méndez de Vigo, Fátima Báñez, Isabel García Tejerina y Luis de Guindos sigan siendo ministros. Y manteniendo, salvo un leve recorte en el poder de la vicepresidenta, las mismas carteras. Y todo presentado con un frío comunicado que nos ha traído de nuevo el Rajoy del plasma y la falta de ruedas de prensa. Al parecer, el ‘nuevo’ Rajoy del dialogo no será muy diferente al que conocimos con mayoría absoluta.

Regeneración y nuevo ciclo… ¡era esto!

El supuesto final de la etapa anterior, con sus escándalos de corrupción y errores de bulto en algunos ministerios, no ha sido más que la ‘expulsión’ del Gobierno del reprobado Jorge Fernández Díaz, del locuaz José Manuel García-Margallo y del desgastado Pedro Morenés, a los que ya todos daban por amortizados. Los cambios se resumen en la incorporación de Dolores de Cospedal, Dolors Montserrat, para asegurar la cuota catalana, Alfonso Dastis, Juan Ignacio Zoido, Íñigo de la Serna y Álvaro Nadal. Todas ellas personas pertenecientes al círculo más estrecho del presidente. La anunciada ‘mayor relevancia’ de Cospedal se resume en que entra en uno de los llamados ministerios de Estado, no político. Algo, por lo demás, difícil de compaginar con la Secretaría General de su partido. Gana presencia institucional, pero pierde influencia política. La renovación consistirá también en que el Gobierno tendrá un nuevo portavoz, aunque este vaya a ser un ministro como Íñigo Méndez de Vigo que ya estaba en el Ejecutivo. De hecho, el esperado nuevo perfil político del Gobierno se queda en el ministro de Educación, no precisamente reconocido por su pertenencia al núcleo duro del Ejecutivo y del PP. Su capacidad de comunicación es todavía un misterio. El cambio, supuestamente, le quita peso a Soraya Sáenz de Santamaría que mantiene la única vicepresidencia del gobierno y seguirá siendo la escudera de un presidente que necesita a su lado personas de su total confianza. Soraya pierde la portavocía y, por tanto, exposición pública. Pero refuerza su posición en materia autonómica, con la asunción de Administraciones Territoriales, que por cierto, pierde Montoro. El futuro de las relaciones del Ejecutivo con Cataluña estará en sus manos.

¿Vicesecretarios? Ni están ni se les espera

Mucho hablar de la ‘cobra’ de Bisbal a Chenoa en el reencuentro de los triunfitos de OT, pero la verdadera ‘cobra’ ha sido la de Rajoy a sus tres vicesecretarios, jóvenes y prometedores, pero que se han quedado fuera de La Moncloa. Lo único que remeda un tímido relevo generacional es la entrada de Íñigo de la Serna. No parece un gran cambio de rumbo. Un nombre fuera de pronóstico que unir a la única sorpresa relevante: la entrada de Alfonso Dastis, un diplomático ajeno a la política y nuevo ministro de Asuntos Exteriores. Gran conocedor de las política comunitaria en un período en el que las relaciones con Bruselas serán claves y España tendrá que recuperar peso en el panorama internacional después de diez meses de ausencia.

¿La economía? Igual, gracias

Rajoy es de los que cree firmemente que, si algo funciona bien, cambiarlo es una tontería. Y el presidente está convencido de que la economía ha funcionado mejor que bien durante estos años. Por ello, el giro económico, sencillamente, no ha existido. Se mantienen Montoro, Báñez y De Guindos, este con competencias reforzadas. Y se incorpora Álvaro Nadal, cerebro de la política económica de la legislatura de la mayoría absoluta. Estos últimos tendrán que superar su antipatía para afrontar la reforma del sistema de pensiones, el recorte presupuestario de 5.500 millones exigido por Bruselas, la casi segura subida de impuestos y, junto con Báñez, la modificación de la reforma laboral en los términos pactados entre el PP y Ciudadanos. Rajoy se ha negado a ceder a ninguno de los dos la presidencia de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, decisión comprensible que evita lo que hubiera sido un grave conflicto y, como ya sabemos, al de Pontevedra, los conflictos no le gustan nada.

Puestos clave para Zoido y Cospedal

Juan Ignacio Zoido asumirá Interior. Este, tampoco salía en las quinielas, al igual que Íñigo De La Serna. Sin embargo, este político andaluz, muy cercano a Cospedal, refuerza un Ejecutivo de confianza y eminentemente masculino. Cinco mujeres y ocho hombres. Como si no hubiera sobrado testosterona en estos 319 días de espera, nos encontramos con un gobierno poco paritario.

Un Ejecutivo en el que se percibe otra de las acusadas características de Rajoy; su dificultad para despedir a gente y solucionar conflictos. Mal trago habrá pasado el gallego al anunciar a Margallo y a Fernández Díaz que prescindía de ellos. Rajoy, que es amigo de sus amigos y leal a sus personas de confianza, siempre ha esperado que sus ‘hombres’ dimitan para no tener que cesarles. ¿Cobardía? Es su esencia, en lo bueno y en lo malo. Rajoy nunca se retrata ni cambia de estilo.

Ahora solo hay que esperar para saber qué puerta giratoria o qué retiro dorado le toca al abrasado ex ministro del Interior, como ya estuvo a punto de hacer con José Manuel Soria, dimitido por mentir al ocultar sus intereses en algunos paraísos fiscales durante el escándalo de los papeles de Panamá. Por cierto que, quien ejecutó el nombramiento de Soria y luego dio diferentes versiones en el Parlamento fue Luis de Guindos, ahora reforzado en el Gobierno. Es evidente que en el PP ni la corrupción pasa factura, ni los errores se pagan muy caros.

Genio y figura

319 días después del inicio de una crisis institucional sin precedentes, Rajoy sigue siendo Rajoy. En estos días lo ha demostrado con tres gestos de personalidad reforzada: un discurso duro de advertencia el sábado antes de ser investido en el Congreso; un plazo de cuatro días   –una eternidad frente a la cacareada ‘urgencia nacional’- para dar a conocer la composición del Gabinete; un final de incertidumbre con una comunicación en las últimas horas de ese jueves y, finalmente, un Gobierno en cuya composición no se ha desmelenado para nada y que demuestra que experimentos, ninguno. Ahora menos que nunca.

«No pretendan imponerme lo que no puedo aceptar», dijo el sábado antes de recibir los votos favorables de los suyos y Ciudadanos y las abstenciones de gran parte de los socialistas. Con este consejo, Rajoy intentará gobernar; y si no puede, ya sabe dónde está el punto débil de los demás, sobre todo del PSOE: en las urnas. Él tiene el botón nuclear. Desde mayo podrá hacer explotar la bomba de unas nuevas elecciones si le hacen la vida imposible.

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