Cuenta atrás para alcanzar la Casa Blanca

Cuenta atrás para alcanzar la Casa Blanca

Cerrado el último debate en Las Vegas comienza la cuenta atrás. Tan sólo quedan veinte días para la gran cita electoral norteamericana de la que surgirá el sucesor de Barack Obama. Veinte días para que la primera mujer o el más sorprendente populista y bufón alcancen el sueño de pisar el despacho oval. Y, salvo que ocurra un hecho extraordinario, sorprendente, inesperado, el resultado parece estar ‘cantado’.

A Hillary Clinton tan sólo le queda cruzar los dedos y ‘tocar madera’ para no sufrir ningún accidente de última hora. El escándalo de los miles de correos que han sido su pesadilla electoral ha marcado su campaña sin hacer mella, hasta la fecha, en sus electores. Ahora lo importante es que no aparezcan más filtraciones comprometedoras o que, si las hubiera, no aparezca ninguna que pueda convertirse en su harakiri particular: alguna prueba catastrófica que la condene al abismo ante el cuerpo electoral. Si nada se tuerce —y parece ya difícil— Clinton es virtualmente ganadora para la mayoría de las encuestas, como la primera mujer presidente en la historia de los Estados Unidos de América.

Al republicano Donald Trump le queda, como último y desesperado recurso, intentar corregir, si aún es posible, los daños que se ha infligido él mismo en las últimas semanas, y sobre todo el de la pasada madrugada en España, cuando perdió su tercer debate por el margen más estrecho de todos, 52% ante un 39% según CNN. Una vez más no tanto por los errores y los méritos de Hillary Clinton como por sus habituales meteduras de pata. Dos en especial: poner en duda el resultado de las elecciones, si le es desfavorable, lo nunca visto en Estados Unidos y el tratamiento que dedicó a su oponente, a la que llegó a calificar como «una mujer asquerosa». Sus constantes acusaciones de fraude electoral, sus críticas a los medios de comunicación de estar comprados y ser corruptos al servicio de Hillary son un boomerang para sus ya residuales posibilidades de ganar estas elecciones.

En este último debate, Trump arrancó con disciplina, buen tono, asertivo en las respuestas, y contundente en las críticas. En un contexto además mucho más completo y rico en contenidos que en las dos ocasiones anteriores. Llegó incluso a arrinconar a Hillary en diferentes momentos. Pero al entrar de nuevo en el terreno de las denuncias sobre acosos sexuales —también en el de la política internacional— volvió a ser el bufón habitual. Volvió a ser ese payaso errático, salvaje y anárquico que ha hecho de sí mismo un personaje y una marca que no conoce ni las reglas del juego ni disciplina alguna. Está bien la espontaneidad, la creatividad, pero con sus insultos rompe la estrategia de sus asesores y tira a la basura los puntos ganados.

Un Trump fuera de control

En estos veinte días, ambos se enfrentan al reto de ganar para sí la confianza de ese porcentaje de indecisos —en torno a un 18%— aunque no se percibe que a Trump le quede espacio para corregir una estrategia que, si bien ha podido resultarle exitosa, no lo ha sido probablemente en la medida suficiente para conquistar la Casa Blanca.

Su actuación en este último cara a cara ratifica, sobre todo, que está cabreado y que pretende calentar a sus bases —que le profesan una fidelidad fanática, anublados por su populismo barato de triunfador insaciable— para que reaccionen si llega a cosechar un resultado adverso el próximo 8 de noviembre. Un propósito que, de confirmarse, generaría un escenario inquietante en un país más roto y polarizado que nunca. Un  país en el que la raza, el sexo o la religión va a direccionar, más que nunca, el voto final para el uno o la otra.

Cierto es que el republicano tiene sobradas razones para estar molesto. Va mal en las encuestas y retrocede en estados considerados ‘clave’ por su aporte de electores en este sistema de elección indirecta. Florida, Pensilvania, Nevada —escenario del debate de anoche— Michigan o, incluso también Ohio, uno de sus bastiones tradicionales pero en el que Hillary ha conseguido empatarle, son  buenos ejemplos de ello. Otros, tradicionalmente republicanos, empiezan también a virar hacia los demócratas. Utah y Arizona, sin ir más lejos. Si no ocurre algo imprevisto en estos días, camina hacia una derrota segura y dolorosa. Trump no admite derrotas, no acepta perder. Competitivo enfermizo, concibe cualquier carrera como una batalla donde acepta sólo un resultado: ganar.

Su estrategia le ha servido hasta ahora, para generar y cohesionar un movimiento político populista, lleno de demagogia, ganar a 18 adversarios, cosa impensable al principio, pero todo apunta a que no será suficiente para alcanzar la Casa Blanca. Mientras tanto Clinton, la antipática, la fría, la distante, la cerebral, saborea ya la victoria. Estoy seguro que nunca será una presidenta amada por los americanos, pero nadie duda que es mejor ella que un showman enamorado de sí mismo del que te puedes esperar cualquier cosa. La tranquilidad con la cual podría enfrentarse a estos últimos días de campaña, podría llevar Clinton y su equipo a librar otra importante batalla: la del Senado. Quebrar los republicanos también en la Cámara Alta, no parece una misión imposible.

Suele decirse que los debates no modifican el sentido final del voto. Pero cuando se acaban, empieza el último y vertiginoso tramo de la campaña. Lo que nadie duda es que de esta campaña nos quedará el sabor agridulce de estar viviendo una batalla entre dos candidatos que no llegan a convencer, que no enamoran.

Pero también en esto Clinton ha sido mucho más lista. Conocedora de sus puntos débiles ha sabido apoyarse, y seguirá haciéndolo, en Michelle Obama. Ella puede ganar puntos especialmente donde la candidata es débil: entre los jóvenes estadounidenses y los que querían la revolución de Bernie Sanders. Trump es incapaz de apoyarse en nadie, su ego desbordante le ha dejado solo.

El único riesgo que tiene tener a su lado Michelle Obama es que con cada aparición de la first lady, las debilidades de Hillary Clinton son y serán más obvias. Si se las compara, la candidata aparece mayor, frágil y  con ansiedad de poder. Michelle Obama, por el contrario, es tan exitosa porque ha conservado su espontaneidad, sencillez, libertad interior. La gente siente que a ella le interesa cada tema que aborda y que no lo hace por sobresalir. Michelle emociona donde Hillary llega sólo a convencer. ¿Llegáremos algún día a ver Michelle Obama presidenta de los Estados Unidos? A la espera de ese momento disfrutaremos de 20 días emocionantes de batalla y lucha para alcanzar el poder.

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