Deuda inquietante

Deuda inquietante

No tenemos bien asumidos los peligros del endeudamiento que tiene dos fases: endeudarse, cosa más o menos fácil, sobre todo al calor de euforias crediticias y exuberancias económicas y, después, lo difícil y realmente complicado: pagar la deuda. El Fondo Monetario Internacional acaba de advertir sobre lo peliagudo del endeudamiento en el mundo y la conclusión, eufemísticamente hablando, es que su volumen resulta insostenible. Sin eufemismos, la consecuencia es peor: no se podrá pagar. Casi 136 billones de euros deben los estados —deuda pública—, familias y empresas —sin contar las entidades financieras—, lo que representa el 225% del producto interior bruto mundial. Para entendernos, eso es algo así como que una empresa que ingrese 100 euros al año deba, en el pasivo de su balance, 225 euros.

Panorama nada halagüeño porque se está cociendo una especie de reventón financiero. Las empresas saneadas manejan una deuda total que se sitúa por debajo de su cifra de ventas. Por ejemplo, Inditex, nuestra primera empresa por capitalización del IBEX 35, con más de 100.000 millones de euros, consolidándose como la gran enseña española en el concierto internacional, cerró el ejercicio 2015 con unos ingresos de casi 21.000 millones de euros y con una deuda total de 5.906 millones. La proporción resultante es que por cada euro de deuda se ingresan 3,53 euros. El corolario es evidente: Inditex es una empresa muy saneada cuyos activos al finalizar 2015 sumaban 17.357 millones de euros, su deuda de 5.906 millones equivalía al 34% de sus inversiones totales y sus recursos propios, de 11.451 millones de euros, representaban el 66%.

La deuda empresarial se disparó en los años de precrisis financiera y durante algunos ejercicios se mantuvo en alturas excelsas. Luego, la cordura se fue imponiendo y se inició un proceso de desapalancamiento voluntario, vendiendo activos, dimensionando estructuras excesivas o por la vía forzosa, y algo desagradable, de concursos y quitas, o buscando la reconversión de la deuda con vencimientos más a largo plazo. Las familias frenaron su deuda y se impuso el tino. Las alegrías de la compra de casas, en España, dejó paso a una mayor conciencia financiera y, con dolor y sacrificios, las aguas turbulentas de la deuda vuelven, más o menos, a sus cauces. El problema soterrado, aquel que no damos importancia pero que puede ser una lacra y todo un lastre en nuestras vidas y las de nuestros descendientes y de sus descendientes y de los descendientes de los descendientes… es la deuda pública. Porque esa, a fin de cuentas, constituye el mínimo que en el futuro tendremos que pagar los ciudadanos a través de impuestos para liquidar esos festivales que la clase política y gobernante organiza a costa nuestra.

La deuda pública de los estados presenta un doble perfil. A menudo, es la consecuencia del déficit público. O tienes un buen padrino que te cubra tus excesos de gasto sobre ingresos, o te endeudas. Esto, decíamos, es relativamente sencillo. Siempre hay alguien dispuesto a prestarte dinero que te cobrará un mayor o menor interés atendiendo a tu solvencia y a la capacidad que se tenga para hacer frente a los compromisos de pago. En la Eurozona y, en concreto, en España mientras tengamos a nuestro padrino Mario Draghi, tranquilos… aunque cuando Mario, o sea, el Banco Central Europeo deje de comprar deuda pública, las cosas se torcerán, los intereses —léase, prima de riesgo— irán en aumento y, al final, después de la fiesta habrá lamentos y sufrimientos. El otro perfil de esa deuda pública responde a su origen: ¿Se ha gastado en gasto corriente más de lo que se ha ingresado o viene dada por la financiación de obras e infraestructuras públicas? El gran problema actual es que la deuda pública, especialmente en España, va creciendo por culpa del desfase entre los gastos públicos y los ingresos. Cuando uno gasta más de lo que ingresa, está cavando su propia fosa de endeudamiento. Cuando lo hace el Estado es él quien nos cava sibilinamente nuestra fosa del sufrimiento.

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