El entierro del cisne Sánchez

El entierro del cisne Sánchez

No se puede explicar mejor el previsible naufragio de ese chulo de juegos recreativos que atiende al alias de Pedro Nono. En decir de Luis Herrero: “Sánchez ha puesto proa hacia el ojo del huracán”. La frase de Felipe González tampoco es manca: “Sin necesidad, me ha engañado”. Ya se admiten todo tipo de condolencias y toda clase de proposiciones para honrar la próxima muerte política de tan lindo como infatuado y soso cisne. Su pobre cociente intelectual se hunde con el peso del ancla de unas veleidades que le arrastran a preparar las pompas fúnebres submarinas en el Mar de Alborán. Se comenta que desea ser embalsamado con su hamaca de largo recorrido en el triángulo de las Bermudas andaluz. Tan hecho está al descanso y la desidia que busca tumbarse de una vez por todas. Los continuos fracasos le obligan a alterar el fabuloso testamento de Gil de Biedma en su poema ‘De Vita Beata’, con lo cual basta sustituir las palabras “noble” por lerdo, e “inteligencia” por soberbia, y tenemos el legado poético del Nono: “No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un lerdo arruinado entre las ruinas de mi soberbia”.

El cisne se consagró al culto de Apolo como dios de la música, por la extendida creencia de que, momentos antes de morir, cantaba muy dulcemente. El mito le reconoce un útil hermafroditismo, pues es masculino por su largo cuello de carácter fálico y femenino por su cuerpo sedoso. La imagen del torpe palmípedo se refiere de manera constante a la realización de un deseo imposible —ser el presidente en las lagunas del tiempo— a lo cual alude su infatigable estrategia de la martingala, valga el galicismo, un método de apuestas que tuvo fama allá por el siglo XVIII, o sea, modernidad al alza. La estrategia consiste en incurrir en una pérdida en un juego de azar, como es la política, y volver a apostar por el total perdido. Al cabo de unos ciclos de apuestas —de sucesivas elecciones generales— el ludópata cae en la trampa propia de las mentes simples y arruina sus afanes y los de las siglas que le dieron a conocer. Entonces oímos su agónico canto, que nace y muere en sí mismo, mientras esconde el pico entre el plumaje. Requiescat in pace, pajarraco.

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