No diga Le Pen, diga Iglesias

No diga Le Pen, diga Iglesias

Le Pen e Iglesias. Frente Nacional y Podemos. Tan distantes en teoría como convergentes en la práctica. Ambos líderes y partidos transitan caminos políticos que comparten fin y filosofía: controlar la voluntad ciudadana a base de populismo. Para ellos, la finalidad del poder, al igual que para ‘El Príncipe’ de Nicolás Maquiavelo, no entiende de medios. Si atendemos a sus respectivos modus operandi no es de extrañar que los podemitas vean el reflejo de los franceses en sus propias acciones: discursos inflamados, agitación emocional, alardes retóricos y la creación de un enemigo invisible como medio para conquistar votos basados en la insatisfacción, el enfrentamiento y las carencias. Unas coincidencias que no sólo se dan en la vertiente teórica. Desde un punto de vista estrictamente político, en la Eurocámara han tenido posturas idénticas en temas tan disparatados como la salida de España y Francia del euro.

Otra de las características comunes es que no construyen nada, sólo trazan atestados catastrofistas de sociedades en crisis y, a partir de ellos, tratan de alcanzar el poder mediante promesas vacuas a los indignados con el sistema. Puro oportunismo contextual y discursivo, ya que sus respectivas existencias no tendrían sentido en un entorno de prosperidad. El propio Íñigo Errejón ha reconocido «un hilo de conexión» con el partido xenófobo de Francia. El número 2 de Podemos se declara admirador de sus postulados sobre «seguridad» y patria. Precisamente en esos ámbitos es donde Marine Le Pen asienta la arquitectura de su discurso político. La líder radical y su partido son firmes defensores del cierre de las fronteras y la desatención a inmigrantes y refugiados. Quizás no se hayan dado cuenta, pero ésas y no otras son algunas de las claves de la «seguridad nacional» que tanto parecen admirar en Podemos.

El partido morado también tiene su enemigo genérico y sin rostro. En su manida táctica de «buenos y malos», de «nosotros contra ellos», Pablo Iglesias y sus acólitos hablan de «los poderosos» en cada discurso. Como si de una letanía se tratase, cargan contra el rival invisible la estrategia de su acción política. Ambas generalizaciones apelan a la masa, nunca al individuo. La intención es aglutinar el mayor número de apoyos posibles, de ahí que sus postulados carezcan de objetivos concretos. Persiguen el voto al por mayor, venga de donde venga. Por eso el objetivo es ampliar el espectro al máximo y apelar a la empatía más que al intelecto. Afortunadamente, al menos en España, parece que la burbuja ha estallado para siempre después de que Podemos se dejara más de un millón de votos en las últimas elecciones generales. El futuro no se puede conquistar con las vísceras sino con argumentos objetivos y medidas concretas. La regeneración de nuestro país vale más que un experimento nuevo con olor a viejo.

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