Rita como metástasis

Rita como metástasis

Hay una pulsión extraña en el PP que le obliga a destrozar en minutos lo que le lleva una legislatura construir. Tengo la sensación de que en Génova existe una especie de botón rojo de autodestrucción que activan cada vez que la cosa pinta oros, una necesidad imperiosa por autofastidiarse que empieza a no ser casual. En ese nivel de masoquismo político, prefieren el paseo en medios para dar explicaciones que actuar antes de que la tormenta de descrédito se desate. Todos en el PP parecen leer ese manual arriolista que prescribe la consabida receta que sostiene que «no hacer nada es hacer todo”.

En Moncloa se respiraba paz allá por 2012 hasta que Bárcenas empezó a capitalizar sus maitines. Cuando aquello pareció perderse en el olvido social, aparece dos años después la Púnica para despertar de su letargo radical a los indignados del bipartidismo, que empezaron a concentrarse en plazas y mesas redondas. Luego vino Gürtel, más tarde el caso Taula, Rus, Granados… Una interminable lista de despropósitos que explican parte del encallamiento político actual. Llevamos una semana en la que el primer sorbo de café lo tomamos mientras vemos a Rita Barberá pasear sus perlas en las pantallas de TV. Esta será la enésima columna sobre la senadora que nunca fue, pero no quiere dejar de serlo.

Rita fue marquesa, duquesa, condesa y reina de una taifa que aportó durante muchas elecciones al PP un tercio de sus votos. Votos que eran suyos, no del partido. Votos de chantaje. Influencias a cambio de silencio. Votantes a cambio de un dontancredismo que en Génova se hizo contumaz. Ese mirar para otro lado cuando el foco iluminaba la desgracia es la causa del deterioro de legitimidad que Rajoy y su equipo tienen ahora mismo. No se entiende esa resistencia en el PP a emprender una nueva línea política que sirva para ampliar su clientela sociológica. Ya sólo resisten los fieles que votan por ADN o los pragmáticos que votan por descarte. Pero es difícil persuadir a los nuevos votantes o recuperar a los que se fueron si cada día en la oficina es un destierro de la ética política.

Un PP que apueste por el triunvirato Cifuentes-Casado-Maroto es un PP fortalecido y con escudo. Una formación sin mácula y al que los adversarios tendrían difícil atacar donde hasta ahora sacan sus mayores réditos. Un liderazgo renovado para un tiempo regenerado. El propio Maroto hablaba ayer de dignidad y ejemplaridad como dos cualidades del buen político, criticando a la senadora valenciana por su empeño en aferrarse al escaño. Rita le replica, en un arrebato de política añeja, que no tiene más sueldo y patrimonio que el que le proporciona ese cargo en el Senado al que se agarra sin rubor ni rigor. Es lo que tiene llegar a la política para medrar y vivir y no para trabajar y servir.

Rita solo es la metástasis de un partido y un sistema. Como aquel personaje de la película El Político (1949), en la que un hombre bueno llamado Willy Stark entra con hermosos ideales en política y poco a poco se va corrompiendo hasta que le coge tanto cariño a la poltrona que la convierte en su único motivo de vida, podrido en su empeño de mantener el poder a toda costa. Algo así pasa hoy en la política española, con el PP como prescriptor de la inmundicia. Ya ni las lealtades viejas sirven en un escenario necesitado de formas renovadas. Juventud y temple, moderación y escucha. Este tiempo entre consensos debe servir de cura para huir de una época de costuras y desarreglos. Están a tiempo. El gran problema que tiene Rajoy y el partido es que, mientras este artículo se escribe, nuevos casos de corrupción alimentan la vergonzante cifra que servirá de sustento a los carroñeros habituales.

Ps: Ayer la Fiscalía pidió prisión de seis años para Griñán e inhabilitación de diez para Chaves por el caso ERE, el mayor escándalo de corrupción de la democracia española. Pero hablemos de Rita, escribamos solo tuits contra el PP, que así ciertas tertulias tendrán de qué vivir. Ya sabemos que si la izquierda se corrompe es porque se ha despistado. No como la derecha, que nació corrupta de fábrica y que llega a la política para institucionalizar el despropósito.

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