Los abrazos rotos

Los abrazos rotos
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Todo apunta a que el Partido Socialista decidirá de nuevo el panorama postelectoral. Da lo mismo que siga siendo la segunda fuerza o, como señalan la mayoría de las encuestas, la tercera —o como decía en el debate a cuatro su propio secretario general, la cuarta, quinta, sexta o séptima, para infarto de Susana—. Tendrá de nuevo la llave para abrir o cerrar puertas que nos saquen a todos de este bucle o, en su defecto, que nos lleven a las terceras elecciones.

Desde las azoteas socialistas, allí arriba, parecen tener muy claro que el juego es dar a entender que el PSOE es de izquierda, hasta las elecciones. Pero después, lo más probable es que permitan gobernar al PP junto a C’s o, incluso, sumarse a su alianza. La culpa se la echarán a Podemos, buscando cualquier «argumento» para que quede claro que han sido los de Pablo quienes no han querido pactar con el PSOE. Cosa que, por otro lado, también es cierta. En toda esta jugada falla Pedro, que de alguna manera está echando un pulso a los señores y señoras del PSOE: sabe que si se deja caer en manos de la derecha de manera tan absoluta, pasará a la historia como quien vendió el partido de manera innegable (no olvidemos que las bases socialistas son de izquierdas y tiene un Congreso a la vuelta de la esquina); tampoco está dispuesto a entregarse a Podemos, ya que la cúpula de su partido es más bien de derechas. Él quiere el tirabuzón imposible: ser la bisagra, el bálsamo que todo lo cure, el punto intermedio entre Podemos y Ciudadanos, entre sus bases y la dirección. Esa es la apuesta de Pedro: conseguir el trío de la «modernidad y el cambio». Casi como si el PSOE saliera así de la ecuación que lo sitúa mano a mano con el PP firmando el 135.

El PP no quiere pactar con nadie, así que de sus abrazos nos podemos olvidar. Ciudadanos pretende ser la bisagra entre el PP y el PSOE, porque para ellos, más allá de los socialistas está el abismo. Rivera quiere dar la imagen de centralidad -que en política no existe-, aunque cada vez más deja en evidencia ese veneno que escupe cuando tiene ocasión contra cualquier cosa que suene a izquierda. Empezaron bien, camuflándose como niños buenos, pero ahora que han mostrado su rancia esencia liberal-conservadora, el PP no le permite respirar.

Podemos, otros que tal bailan hacia la «centralidad del tablero». Quieren ser el equilibrio entre los comunistas y los socialistas; esa bisagra que venga a curar las heridas abiertas desde la ruptura en la Segunda Internacional —casi nada—. Esto, lógicamente, suponiendo que los socialistas fueran tales y los comunistas tuvieran algo de su esencia. Ni centralidad, ni izquierda, ni derecha, ni arriba ni abajo. Un totum revolutum donde cada uno intenta ser el centro de atención —eso sí—, pescar en río revuelto y aprovecharse de la mediocridad de los demás —que no es poco— para parecer un poco más alto, más listo y más guapo. Predican abrazos que ya vienen rotos porque ni ellos mismos se los creen.

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