Elecciones de cromos repetidos

Elecciones de cromos repetidos

Hallaron su mandíbula hará dos décadas. Hoy sabemos más de él. Procede de África, es ancho, fuerte, peludo en exceso, con arcos ciliares incipientes y una capacidad craneal de 999 centímetros cúbicos. La inteligencia que le atribuyen no es para tirar cohetes, al andar entre el infradotado y el torpe. Su nivel tecnológico roza lo rudimentario. Vive de la caza y le va el canibalismo mogollón, cualquier cosa menos pasar hambre, que su meta es sobrevivir. Emite sonidos guturales pero no habla. Cubre a la hembra por delante y por detrás y odia que su chica se lave, para él el olor es como el cariño. Defeca y orina donde le da el aprieto. Este salvaje ocupa un eslabón clave en la evolución humana. Tiene peligro, aún así, debemos respetarlo.

Se llama Homo antecessor y le perturba que se dude de la sangre hispana que late en su corazón, pues fue concebido en un páramo burgalés y alumbrado en una caverna de la Dolina de Atapuerca. Asumido que descendemos de bestia semejante, me da el antojo de encadenar su eslabón a las afinidades electivas de Goethe, las cuales, oliéndose el tufo de las nuevas elecciones precocinadas por la parentela de antecessor, se apuntan al banquete, no vayan a faltarle rábanos picantes al mejunje. España, esa guapa crisálida políticamente en regresión, ensancha el mantel, dispone cubiertos para los afines, traga con el regodeo y se transmuta, por segunda vez consecutiva, en un sarcófago repleto de cromos repetidos. La genética está servida, los comensales van a ponerse las botas.

Para cualquier votante, la papeleta que emite contiene la dignidad de sus ilusiones cívicas. En cambio, para cualquier político, un voto equivale a un tonto, a hipnotizar y liar a otro desgraciado. El safari ha entrado en su fase repugnante. Hecha la puesta a punto a sus tristes egos, a su cultura de pacotilla, a su soberbia sin límites, los cuatro mosqueteros trotan de nuevo. Ajustado el look hortera de cada cual a tamaño de desplegable, de acuerdo a las manías de esos asesores de imagen que odian la modernidad, ya remozadas sus patrañas, regresan, ufanos, una vez más, para darnos gato por liebre. Resintonizadas sus ofertas de transparencia, cargados los trabucos con balas idílicas, los cuatro del Apocalipsis montan sus mulos lunancos (los de un anca más alta que otra) y, al trote de cojo éste y ése también, le sustraen el voto al primero que ven. Lo denominan técnicas de captación ¡Caray, qué banda!

Transparencia la del eslabón, que iba de frente, o por detrás, sin ocultar pretensiones. No se las daba de Narciso de llavero, como Pablo, que se caga en los lumpen y acaba en el catre del Pitufo gruñón. Ni quiso ser Pedro, ese muñeco hinchable que rechaza el helio e infla su globo con veleidades, por eso Susana lo puso en el disparadero, para que se rompa la crisma. Nuestro desinhibido antecessor tampoco habría envidiado la gracilidad monolítica de Mariano, por mucho que Soraya le agite, que adaptarse a los tiempos resulta tan duro como encajar en la época. Y qué decir del displicente Albert, a quien los poderes del aprendiz de brujo le han envenenado los sueños. Ojalá le salve su noble Inés, que continúa sin engañar a nadie, porque la bestia prehistórica no está por la labor. A los cuatro postulantes les pido que se olviden de ellos mismos y que, por una vez en la vida, nos dejen tener lo que sea bueno para todos nosotros. Si no es demasiado pedir.

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