Un puente que puede ser eterno

eduardo-inda
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Cualquiera diría que cuando alumbró su certera teoría de La Espiral del Silencio, Elisabeth Noelle-Neumann, una de las mentes más lúcidas de esa Alemania democrática que no era precisamente la mal llamada Alemania Democrática, estaba pensando en la Cataluña de esos dos grandes patriotas suizos que son Jordi Pujol y su hijo pródigo Artur Mas. La politóloga y socióloga berlinesa resumía con estas cuatro palabras y una serie de simples pero paradójicamente profundísimos gráficos lo que acontece en las sociedades democráticas y en las no tan democráticas, infinitamente más en las segundas que en las primeras, cuando la mayoría no se atreve a expresar su parecer en público. Por temor al sátrapa de turno, al demagogo de guardia o, sencillamente, por ese miedo invencible que le sobreviene a uno cuando quiere traspasar la esfera de su conciencia para disentir a la intemperie de estereotipos o lugares comunes. O, dándole la vuelta a la tortilla, de cómo la opinión pública imperante de forma natural o forzada marca el comportamiento de los individuos. Y no sólo a nivel global o político sino también en un colectivo tan pequeño pero tan intenso como es un equipo de fútbol, una comunidad de vecinos o una cofradía de pescadores. La masa siempre se lo piensa diez veces antes de toserle al capitán, al entrenador, al macho o la hembra alfa en definitiva. Y, finalmente, no le tose.

Para colegir que en la tierra de mis dos abuelas hay una impostación social no hace falta haber estudiado en Harvard, tener el coeficiente intelectual de Einstein o ser una rata de biblioteca. Con observar la realidad un poquito, tampoco mucho, se llega a una perogrullesca conclusión: la mayoría de los medios y la verdad oficial van por un lado; y la verdad real, la realidad fáctica, por otro. Esta bipolaridad ha acabado creando dos tipos de catalanes: los de primera y los de segunda. Los unos son los pata negra, los que gozan de todas las gracias gubernamentales, y los otros una suerte de parias que no tienen derecho a nada por mucho que la Constitución garantice el derecho a emplear una de las dos lenguas oficiales en su negocio o en el colegio de sus hijos. Por citar tan sólo dos ejemplos de una lista que se antoja interminable. Los intocables catalanes ni están ni se les espera en la sociedad civil. Cataluña es hoy día un universo piramidal de castas: en la mitad superior se hallan los elegidos y la mitad inferior la ocupan los seres humanos con voto pero sin voz.

Salvando las obvias distancias, se repite la historia del País Vasco. Ese sinvivir que padecieron vascos y navarros por mor de la dictadura de las armas etarras. Una estrategia del terror y de la persecución del disidente que provocó el éxodo de 250.000 personas, que hubieron de buscar refugio en la Comunidad Valenciana, en la limítrofe Burgos o en la tocante Cantabria, en Andalucía o en Madrid para conjurar el riesgo de ser asesinado, herido, torturado, secuestrado o extorsionado. El valiente que permanecía tenía que pasar por caja e inevitablemente a renunciar a dar su opinión o ser protagonista del debate público. Ésas eran las reglas: o las tomabas, o tomabas las de Villadiego o te descerrajaban un tiro. Esta huida es en términos cuantitativos y cualitativos similar en su naturaleza a la de los sirios que ponen pies en polvorosa para no correr el riesgo de ser degollados, crucificados, lanzados desde un décimo piso (homosexuales), masacrados o violadas o esclavizadas en el caso de las mujeres. La diferencia es que de ésta se habla y mucho con razón y aquélla pasó desapercibida en nuestro país en una espiral del silencio de manual. A los catalanes les va mejor. Ya lo advirtió hace muchos años el del RH, Xavier Arzalluz: “Cataluña es Euskadi pero sin pistolas, por eso les va mejor que a nosotros y por eso conseguirán antes la independencia”.

El Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat (CEO),  una de las pocas instancias institucionales dignas de ser calificada de independiente, constata empíricamente todo lo que digo y desmonta el mantra con el que nos aburren esos rupturistas que no salen del armario porque se ganan las habichuelas en Madrid. Ése que sostiene que Génova y Moncloa son una fábrica de independentistas. Una chorrada y una patraña como otra cualquiera. Veamos: el “sí” al adiós a España alcanzó su culmen en marzo de 2013 con el respaldo del 60%  de los catalanes. Ocho meses más tarde a ese 60% le había ocurrido lo que a las prendas de los Super China: que había encogido varias tallas quedándose en un 48%. En diciembre de 2014 las cosas estaban bastante más reñidas. Al punto que el “no” vencía al “sí” por apenas medio punto (45%-44,5%). En un lapso de siete meses el gap se agigantó: el pasado mes de julio el “no” goleaba al “sí”: 50%-42,9%. Dicho lo cual, y asumiendo las tesis de los antiespañoles que se travisten de equidistantes, es menester colegir que si antes había más independentistas “por culpa” de Rajoy ahora también debe haber menos “por culpa de Rajoy”. Si lo primero es impepinable lo segundo tiene que serlo a la fuerza.

El presidente del Gobierno ha acertado con su doble estrategia de apelar a la legalidad y de recurrir a las instancias europeas como racional dique de contención de una deriva que apela a los más primitivos instintos del ser humano. Si hubiera hecho caso a los que le pedían a gritos que mandase a la Guardia Civil, a la Policía e incluso ¡¡¡a la Legión!!! durante el referéndum de la Señorita Pepis hubiera convertido en víctimas a los victimarios generando automáticamente un efecto bumerán en forma de martirologio independentista. Dicho lo cual me pregunto en voz alta qué carajo hacía el ministro de Exteriores aceptando un debate con Junqueras que tenía perdido antes de saltar al cuadrilátero al consagrar por la vía de los hechos una bilateralidad que no existe ni existirá nunca.

Artur Mas hace trampas hasta el último minuto a sabiendas de que es la única carta que le queda en la manga para enmascarar su desplome. Se confunde en un tótum revolútum que hace virtualmente imposible saber cuántos diputados más ha perdido Mas: de los 70 que sumaban históricamente CDC y Unió pasó a 62 en 2010 y a 50 en 2012. Mañana puede que no lleguen ni a 30. Aunque esto último no lo sabremos a ciencia cierta nunca. Sean churras, sean merinas, tengan mayoría absoluta o no, los independentistas de Junts pel Sí y la CUP no superarán el 45% de los sufragios emitidos en unas elecciones en las que pasarán por la urnas entre un 60% y un 65% de las personas con derecho a voto. Los trucos de mal prestidigitador llegan al punto de invitar a los catalanes a practicar la democracia en pleno puente de la Mercé, cuatro días en los que la tentación de largarte a la playa, a la montaña o al extranjero y no volver hasta bien entrada la noche del domingo es total.

Conclusión: la Cataluña real es mayoritariamente constitucionalista y la oficial, la fabricada por La Espiral del Silencio, minoritariamente independentista. Da en el clavo el líder de esa mayoría cada vez menos silenciosa, Albert Rivera, cuando invita a ir a decir “no” a los golpistas mañana donde toca: en los colegios electorales. Los que hace años que pasan de política en una Cataluña en la que impera el pensamiento único gozan de la oportunidad de su vida de tumbar el minoritario independentismo para mucho tiempo. Si votan los que no votan nunca, si la participación excede el 70%, la Cataluña real tiene ante sí la oportunidad de su vida. Es fácil. Basta con volver antes a casa, dejar el puente en tres días y escoger la papeleta adecuada. La alternativa es tan tenebrosa que sólo de mentarla dan ganas de salir corriendo: que el puente del independentismo sea eterno.

Fe de errores: stricto sensu, el jefe histórico de Convergència Democrática de Catalunya es algo más que un probo helvético que ha contribuido a la riqueza nacional de la confederación cantonal. Patufet es un ciudadano del mundo: Panamá, Andorra, Liechtenstein, Luxemburgo, Jersey y Guernsey y esa Hong Kong que tanto mola a algunos que van dando lecciones de ética por ahí. Que no sólo de Suiza vive el hombre…

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