Miedo escénico, piernas lastradas y, únicamente, un tiro de Asensio para voltear. Estar fuera, no ser capaz de anotar un gol para empatar, depender del silencio o el grito de la grada, sólo puede servir para creer. Toca superar el pánico, las miradas clandestinas al videomarcador, para volver a volar.  El momento más duro ha pasado, Alemania – con un juego y unas ocasiones que, con otra suerte, le hubiesen permitido hacer siete o nueve puntos – dice adiós, y nuestro destino fue resurrección. Aleluya.

Lo impensado sucedió, esa es la dinámica del fútbol, y los nuestros siguen en el camino del oro mundial. Fue ir por detrás, verse fuera para que la España voladora cayese al vacío sin más tabla de salvación que la mentalidad ganadora de los teutones. Del dinamismo al estatismo, la defensa de cinco y el sistema nipón bloqueó el ataque de los nuestros hasta el punto de que Alemania se quedó sin el favor de los españoles. Era imposible, también lo fue para los teutones y para los argentinos. Ellos, como nosotros, también pasaron de ir cuesta abajo y sin frenos a sentir la imposibilidad de ganar.

Sin Morata no hay otro tanque. Un centro puede ser una solución, así marcó el nueve, y una bendición cuando el rival juega con todos bajo el larguero. Por dentro, ya todos cierran a Busquets, y van como kamikazes contra Pedri y Gavi. Ellos son el alma del combinado nacional, el trío filosofal contra el más allá. Contra Alemania, marca al hombre para desordenar y agotar; en cambio, contra Japón, destrucción total de los espacios a ganar. Se busca antídoto para liberarles.

La clarividencia de Pedri, ahí está el paso a paso. El manejo, su dominio del tiempo y del espacio, y la percepción de que el trío filosofal tendrá que empezar en él ya que los rivales ya juegan para oscurecer a Busquets. Arriba, el falso nueve o el nueve, lo cierto es que la defensa de cinco se nos atraganta siempre que los rivales no sean uno menos en la medular. Fue y no fue, gozo o pesar; finalmente, aleluya.