Las monarquías del Golfo declaran «terrorista» a la milicia libanesa Hizbulá, aliada de Assad en Siria

Hasan Nasralá, Hezbolá
Hasan Nasralah, líder de Hizbula. (Getty)

La tregua en Siria está sirviendo para recolocar las piezas sobre el tablero. Hay escaramuzas guerreras, hay declaraciones incendiarias y hay reubicaciones estratégicas. Así se puede entender que las monarquías del Golfo Pérsico, lideradas por Arabia Saudí, hayan declarado «terrorista» a la milicia libanesa Hizbulá, una de las principales aliadas de Bashar al Assad en Siria.

Las seis monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han declarado «terrorista» al movimiento chií libanés Hizbulá, según ha anunciado este miércoles el secretario general del CCG.

Los Estados miembros del CCG -Arabia Saudí, Bahréin, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Kuwait- han tomado esta decisión debido a «la continuación de las acciones hostiles de las milicias (de Hizbulá), que reclutan a los jóvenes (del Golfo) para cometer actos terroristas», añadió Abdelatif Zayani.

Hay que destacar que Hizbulá está financiada por el régimen de los ayatolás de Irán y que es el grupo armado mejor equipado de la zona, más que cualquier ejército que no sea el israelí. Y que precisamente es contra Israel contra quien la mayoría de sus misiles apuntan desde la frontera norte del Estado de los judíos.

Alianzas de intereses

La alianza de intereses entre Jerusalén y Riad parece cada vez más clara, pues. El enemigo común, Irán, está emergiendo como potencia regional tras la firma el pasado julio del acuerdo nuclear con Estados Unidos, y su apoyo al ejército iraquí en su lucha contra el Estado Islámico.

Israel considera a Irán como su «mayor amenaza», y nunca ha aceptado de buen grado que Washington haya avalado a Teherán ante el mundo. Arabia Saudí, una monarquía suní, ve amenazada su prevalencia en la zona por la cada vez mayor influencia chií de Irán. Ambos países son teóricamente aliados de Estados Unidos en la región, pero ambos se sienten desamparados por la Administración Obama en el avispero de Oriente Próximo.

El viraje hacia Rusia de Israel, en acuerdos de suministro, explotación y refino de gas, pone en solfa el apoyo militar milmillonario de EEUU a Israel. Y la sobreproducción saudí de petróleo ha terminado por sacar del mercado las explotaciones de fracking estadounidenses, que amenazaban con quitarle cuota de mercado e influencia en el mundo.

La bajada del precio del petróleo subsiguiente también busca perjudicar a Teherán, recién bienvenida al mercado mundial del crudo y necesitada de inversiones ingentes para modernizar unas instalaciones obsoletas tras más de una década paradas por el embargo internacional.

Arabia Saudí y el resto de las monarquías del Golfo siguen inmersas en la guerra civil que asuela Yemen, el pequeño Estado fronterizo, donde milicias hutíes (chiíes, apoyadas por Irán) tratan de tomar el poder en lucha contra el régimen suní (con el apoyo saudí).

Además, el autoproclamado Estado islámico, inspirado en el salafismo wahabí de los saudíes, y el frente Al Nusra, franquicia en Siria de Al Qaeda, otro grupo auspiciado en su día por Riad, aparecen como los dos únicos enemigos de todos en la zona. Y, en realidad, como excusa de todos los actores en Siria (desde Assad a todos sus grupos opositores, pasando por la minoría kurda y todos los países que allí intervienen, como EEUU, Turquía, Rusia, Irán…) para reivindicar que sus bombardeos luchan contra los «terroristas».

Son guerras en un teatro ajeno, que en realidad enfrentan a las dos potencias de la zona, Irán y Arabia Saudí, y a las dos superpotencias mundiales, EEUU y Rusia, por el control y la influencia, con intereses cruzados económicos, energéticos y político-estratégicos. Estados Unidos y Rusia, y en menor medida la Unión Europea,  meten cuchara en un guiso que ya ha provocado más de 200.000 muertos y de ocho millones de desplazados en cinco años de bombardeos, degollamientos y regímenes medievales sobrevenidos.

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