El presidente colombiano Álvaro Uribe, primer Premio OKDIARIO a los Valores Democráticos

Álvaro Uribe
Eduardo Inda entrega a Álvaro Uribe el Premio OKDIARIO a los Valores Democráticos, junto a Alberto D. Prieto. (Foto y Vídeo: E. Falcón y F. Toledo)

«¿Y dónde va a salir esto?». A la salida del hotel Ritz de Madrid, después del encuentro privado que el presidente Álvaro Uribe tuvo con el director de OKDIARIO, Eduardo Inda, un cliente abordó a este periodista. «Ese señor es un genio, de lo mejor que le ha pasado a América Latina». La conversación informal, bajo la marquesina del prestigioso establecimiento madrileño, guareciéndonos de la lluvia de verano cuyas gruesas gotas esquivaba el séquito de Uribe para que éste montara en su coche camino de una reunión con diputados del Partido Popular, es rápida pero afectuosa. El periodista se extraña, porque el acento del interlocutor no es colombiano: «Que les vaya bien, ese premio es merecido. Uribe es, sobre todo, un gran estadista… ¡Saludos de un ciudadano chileno!».

La anécdota sirve para ilustrar la trascendencia de este hombre, que dejó el Gobierno de Colombia hace ya siete años, pero cuya popularidad no sólo es creciente en su país, sino que lo ha convertido en un referente para todo el cono sur americano. Álvaro Uribe ha recibido de manos de Eduardo Inda el I Premio OKDIARIO a los Valores Democráticos y este periódico no podría haber estrenado el palmarés de sus reconocimientos con un ejemplo más nítido de lo que significa su propia impronta fundacional: la libertad individual, la democracia como compromiso radical y el inconformismo vital ante quienes claudican por presiones o debilidad frente a quienes desafían y ponen en peligro, día a día, estos compromisos.

Álvaro Uribe Vélez (Medellín, 4 de julio de 1952) presidió Colombia entre 2002 y 2010. Bajo su mandato, el país dio un salto económico y democrático como no se había conocido en las décadas precedentes. Y quizá como nadie esperaba. De ahí que el mayor mérito que se le atribuye es el de convertir a un pueblo sometido al miedo y a la resignación en una suma de ciudadanos conscientes de sus capacidades, confiados en el poder de sus capacidades y en la firmeza de un líder.

Y lo hizo no sólo hundiendo las sanguinarias cifras del narcocrimen de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el autobautizado Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros grupos terroristas que operaban en Colombia, que por entonces acumulaban más de 2.200 secuestros al año —dejándolos en la todavía odios cantidad de poco más de 200— y casi 30.000 asesinatos —que cayeron hasta los aún inaceptables 16.000—, sino que, en medio de esa vorágine sacó adelante la economía de Colombia.

Uribe es hoy el ex presidente mejor valorado de su país y de toda Latinoamérica probablemente por la impronta que dejó: redujo la inflación del 7% al 2%, el paró cayó del 16% al 11% y multiplicó por más de tres la inversión extranjera en su país, de los apenas 2.000 millones de dólares a los más de 7.000 millones que las empresas extranjeras se interesaron por invertir en Colombia en el último año de su mandato.

Todo esto no fue una improvisación, ni si quiera la obra de un visionario, sino la de un trabajador incansable desde la Casa de Nariño —sede de la Presidencia colombiana—, un hombre con una idea clara de país y de cómo engranarla: suya fue la llamada Política de Seguridad Democrática, cuya trascendencia y efectividad logró que fuera citada así, con capitulares, y que fuera inspiradora para otros países, incluso en la lucha del Gobierno español de José María Aznar contra el terrorismo de ETA.

Eduardo Inda entregando un premio a Álvaro Uribe, expresidente de Colombia. (Foto: Francisco Toledo)
Eduardo Inda entregando un premio a Álvaro Uribe, expresidente de Colombia. (Foto: Francisco Toledo)

La Política de Seguridad Democrática se basaba sí en un recrecimiento de la presencia del Ejército y las fuerzas policiales en el país, pero sobre todo en implicar a la sociedad en la lucha contra el crimen. Fue esa deslegitimación social la que finalmente acabó debilitando a la narcoguerrilla de las FARC, que se vio obligada en los años posteriores a pedir árnica al Estado, lo mismo que hoy el ELN…

Uno se puede preguntar cómo es que su sucesor en la Presidencia del país no ha terminado de ser su digno heredero, como parecía en un principio, pues Juan Manuel Santos fue ‘ungido’ por Uribe para continuar su obra. Y uno se lo puede preguntar porque Santos, reciente Premio Nobel de la Paz, está logrando aparentemente culminar el proceso de paz de un país que ha vivido más de 50 años de violencia criminal: secuestros, extorsiones, reclutamiento forzado de menores para combatir o convertirse en esclavas sexuales, asesinatos, narcotráfico…

No hay cifras concretas, pero se calcula que en este más de medio siglo de existencia de las FARC, el ELN, las Autodefensas Unidas de Colombia, los paramilitares, los miembros del Ejército y otras fuerzas oficiales corrompidos… La violencia en Colombia ha causado casi 8 millones de víctimas, entre ellas 6 millones son desplazados, casi un millón son asesinados, 300.000 amenazados, 164.000 desaparecidos, 100.000 personas cuyas propiedades fueron arrebatadas o destruidas, 90.000 muertos en combate, más de 30.000 secuestrados, 11.000 víctimas de las minas antipersona, violados, torturados…

Santos inició un diálogo a escondidas con las FARC, traicionando el legado de Uribe, como se demostraría después en los términos en los que se redactó su pacto con los líderes narcoterroristas: prebendas económicas, sociales políticas, dinero, impunidad y representación en las instituciones regalada… La sociedad colombiana, hastiada de tanta muerte, aun así rechazó en plebiscito este acuerdo. Álvaro Uribe, junto a otro expresidente como, Andrés Pastrana, el ex procurador general del país, Alejandro Ordóñez y demás líderes democráticos lideraron una campaña incomprendida fuera de las fronteras colombianas: los acusaban de estar contra la paz, pero ellos lograron que calara su mensaje. No era contra la paz, era contra «esa paz, que no es tal», como dijo Uribe en una entrevista con este periódico.

Inconformista, incapaz de traicionarse a sí mismo y sus valores, se jugó todo su capital político en defensa de «un mejor acuerdo con los terroristas». Uribe siempre lo admitió: «Claro que hay que ceder, para conseguir pacificar el país hay que llegar a acuerdos incluso con los asesinos, pero no este acuerdo. La impunidad sólo trae más crimen». Y la gente votó aquel 2 de octubre de 2016, incluso después de que Santos se hiciera trampas al solitario y celebrara una ceremonia mundial en Cartagena de Indias, escenificando una ‘paz’ que su pueblo rechazó en sus términos poco después.

Aquella lección fue de esa sociedad que Uribe había empoderado durante sus ocho años en Nariño. Aquella lección de madurez democrática la dio el pueblo colombiano, que confió en sí mismo y en su fuerza como Estado fuerte y justo para arriesgar y ganar. Hoy, Álvaro Uribe, receptor del primer Premio OKDIARIO a los Valores Democráticos, es el político mejor valorado de su país, con casi dos tercios de apoyo popular. Mientras, Santos, con las FARC supuestamente desmovilizándose y en pleno proceso con el ELN, sólo cuenta con una favorabilidad del 12% y un rechazo del 81%.

«Mi compromiso es con los valores democráticos», decía Uribe satisfecho con el trofeo en la mano, «por eso aquella paz no era tal y por eso hoy denuncio el terrorismo criminal de la dictadura venezolana, de sus fuerzas militares, de sus colectivos armados y de las dos guerrillas narcoterroristas de Colombia, el ELN y la FARC», que han cruzado la frontera. Este periódico, también inconformista, libertario y radicalmente democrático, se honra de unir su cabecera al nombre de Álvaro Uribe Vélez.

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