Crónica de campaña

Vox no quiere ser ultraderecha

Santiago Abascal
Santiago Abascal, líder de VOX.

Vox, me dicen ellos mismos, no ha entrado en pérdidas. Pero albergan dudas porque entre la alegre muchachada de «hooligan» que sigue a Santi Abascal también ha cundido un cierto desencanto. Hay votantes que sospechan que el papel de su partido siempre va a ser de relleno, o de complemento indirecto del PP. Por eso esperan, me indican textualmente: «A ver cómo se nos da el Vistalegre II», o sea la concentración festiva del próximo domingo, un remedo de la anterior que crujió las entretelas de los populares y también de Ciudadanos.

Este será para Vox el primer test de una campaña singular en la que Abascal se va a dejar la piel sobre todo en Cataluña. Es curioso cómo, según destacan ellos mismos, «somos un partido transversal en toda España». Una prueba: la lista de Barcelona llevará en su segundo puesto a un concejal del Ayuntamiento de Pozuelo en Madrid, un político con su carrera profesional ya muy hecha, que guarda unas relaciones perfectas con la alcaldesa del PP cuya gestión, increíblemente, no gusta nada, pero que nada, a su propio partido.

Y es que Cataluña va a ser el eje promocional de Vox en esta campaña. En Vox, lo mismo que sucede en el PP y Ciudadanos, están con la mosca tras la oreja porque sospechan que si el orate Sánchez se las ve muy mal, lo mismo tira de coherencia con España, y anuncia, en plena campaña, un 155 en Cataluña, algo que dejaría al centro derecha con el pie cambiado. Los radicales de derecha viajan al Principado para ocupar las trincheras. Así lo proclaman de antemano: «Solo con nosotros -abundan- los electores están seguros; no vamos a dar un paso atrás». Creen que la insurrección ya es un hecho en Cataluña y piensan también que los siete individuos de la bencina ya en la cárcel, no son más que la prueba in vitro de lo que se prepara en Cataluña. En el fondo, Vox escama que el jefe de estos presuntos terroristas es el mismísimo Torra: «¿O es que nadie recuerda que los hijos del traidor son militantes del los CDR?». País de desmemoriados.

Y  después de Cataluña, Vox tiene en mente como ejes de su programa a los inmigrantes de aluvión y mafias, y a una enorme bajada de impuestos que competirá con la que prepara Casado. Con estos mimbres y, muy especialmente, con la presencia de Abascal en los debates que se puedan convocar, Vox está cierto de que, al menos, repetirá los resultados del primer partido, un tanteo suficiente para que el PP si se alza con el santo y la limosna en detrimento de Sánchez, tenga que contar obligatoriamente con ellos.

Tensión soterrada

En las dos almas que anidan en Vox: una, la institucional, la «moderada» perdóneseme el arriesgado calificativo, cubierta por el propio Abascal, y en la más excesiva del matrimonio Espinosa y el boina verde Ortega Smith, parece palparse una tensión soterrada sobre cómo llevarse con aliados exteriores que, de común y desde el principio, han tomado a Vox como la parte política de ellos mismos. ¿Soportará Vox esta vez que los talibanes insoportables de «Hazte Oír», sean los arietes de su campaña? ¿Dejará Abascal que Arsuaga intente decolorar el protagonismo de Abascal? El peligro existe y la contaminación también; lo sabe el presidente de Vox al que el sectarismo de «Haz Oír» y de la secta oprobiosa de «El Yunque» le producen, creo auténtica erisipela política.

Sin embargo y, a lo peor, estas divergencias de las que el cronista es un simple transmisor son una falacia oportunista. A lo peor es una pura especulación artera. En todo caso, para el asentamiento moderado de Vox sería una buena noticia que los cruzados de la fe, como se definen ellos mismos, esta vez se queden en sus oseras. Ya se ha visto cómo en Austria la ultraderecha se ha pegado un morrazo espectacular. Tengo la seguridad de que Abascal no se retratará con ella. No le va bien tan infausta compañía.

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