La agenda del nº 2 de Junqueras revela que los golpistas saben que Cataluña no podría pagar las pensiones

Oriol Junqueras
Oriol Junqueras, ex vicepresidente de la Generalitat de Cataluña. (Foto: AFP)
Carlos Cuesta

La agenda manuscrita de Josep María Jové revela que los golpistas se han dedicado a engañar de forma masiva a la población. Afirmaban -y afirman- que tendrán fondos para mantener todas las prestaciones sociales de los catalanes, e, incluso, incrementarlas, pero en sus propias reuniones internas admitían que no sabían cómo hacer frente al pago de las pensiones públicas de los jubilados tras su pretendida ruptura con España.

La quiebra de sus finanzas les provocaría tener que aplicar subidas de impuestos masivas, recuperar los tributos que les ha tumbado ya el Tribunal Constitucional y, pese a todo ello, tendrían que paralizar partidas básicas como las destinadas a las prestaciones por jubilación o para el mantenimiento de las infraestructuras. Todo ello, sin descartar mecanismos que provocarían la expulsión automática de cualquier mercado y área económica de Cataluña, como la que acaba de publicar OKDIARIO: el impago de la deuda y la obligación que pretendían imponer a las entidades financieras de tener que afrontar condonaciones masivas y reestructuraciones de la deuda. Medidas todas ellas que sabían perfectamente que tendrían que adoptar porque, literalmente, carecían de capacidad de financiación autónoma del más mínimo estado del bienestar, pese a afirmar sistemáticamente que España les roba.

Las reuniones retratadas en la libreta de Josep María Jové -el número dos de Oriol Junqueras- revelan que el descontrol económico de los partidos separatistas superaba cualquier previsión. En las citas mantenidas a lo largo del año 2016 dejaron constancia de que sabían perfectamente que, tras la independencia, necesitarían una “reestructuración a fondo de la arquitectura financiera”, por ejemplo, del más básico mantenimiento de las carreteras. Porque “no podemos hacer inversión en mantenimiento para el conjunto del país”, tal y como admitían sin la más mínima vergüenza.
Es más, cuando anotaban necesidades presupuestarias que iban previendo, como las infraestructuras a desarrollar en Hospitalet, las anotaban entre exclamaciones: “¡39 MM más!”, mostrando que sabían que los gastos se disparaban sin tener previsto un mecanismo realista de financiación.

Pero, quizás, la partida más sensible de todas era el pago de las pensiones. Según el ideario separatista, los pensionistas catalanes no cobraban más por culpa de España. Porque “España nos roba”, como replicaban sin cesar. Pero, sin embargo, en las reuniones económicas, sobrevolaba una pregunta a la que nunca se llegó a dar respuesta: “¿Cómo garantizamos los derechos de las pensiones viniendo de donde venimos?”. Es más, en una de las reuniones se admitió: “No podemos hacer grandes cambios”. Pero, entonces, si rompían con el sistema público español, ¿cómo pagarían las pensiones? A esa pregunta no hubo respuesta. Por eso se optó por generar un argumentario estándar: “Las pensiones cotizadas son de los catalanes y no se les pueden quitar”.

Pero la realidad en absoluto es esa. El sistema español de pensiones es lo que técnica y legalmente se conoce como un sistema de reparto, no de capitalización. Y eso significa que se tiene derecho a cobrar si se permanece en el sistema, porque no se genera una bolsa de derechos cuantificados que corresponda a cada cotizante. Y es que cada generación de pensionistas cobra de las cotizaciones de los que trabajan en esos momentos, porque las cotizaciones de los actuales jubilados fueron ya agotadas previamente en el pago a sus mayores.

Los propios separatistas enumeraron las prestaciones recibidas gracias a estar en España -“hoy hay 127 prestaciones”- y reconocían que el margen era nulo para mantener o prometer, no sólo esas partidas, sino también alguna nueva con la que convencer a los catalanes de las bondades de romper con España.

Pero nada de ello les atemorizaba. Porque, para ellos, “para hacer la Seguridad Social catalana lo primero es tener el ente”. El cómo pagarlo no les parecía una prioridad, eso ya se vería más tarde: “Después el cómo, el quién y el qué”, añadían con tranquilidad.

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