El miedo de Puigdemont a ser detenido en Madrid es uno de los motivos de su plantón al Senado

Carles Puigdemont
Carles Puigdemont. (Foto: EFE)
Carlos Cuesta

Carles Puigdemont ha entrado en fase de miedo. La aplicación del 155 ha desencajado al presidente catalán, que empieza a temer que la historia de su golpe de Estado puede acabar con un capítulo penal y con su entrada, al menos preventiva, en prisión.

Así lo ha trasladado Carles Puigdemont en las reuniones que ha mantenido en los últimos días con su círculo más cercano para debatir su respuesta definitiva a la entrada del 155 en el Senado. Unas reuniones en las que se habló de una hipotética convocatoria de elecciones autonómicas o bautizadas como constituyentes, y, por supuesto, de la respuesta que podría dar Moncloa en ese caso; y en las que se habló del restablecimiento de la declaración unilateral de independencia, y, de nuevo, de la respuesta que daría el Gobierno de Mariano Rajoy. Pero, también, de la que podría dar la Fiscalía.

Y es que si se declara el pleno funcionamiento de la DUI que en estos momentos se encuentra en fase de letargo -quedó suspendida su efectividad quince segundos después de haber sido impulsada-, Carles Puigdemont empieza a pensar que el siguiente paso de la Fiscalía puede ser la solicitud de la medida cautelar de prisión preventiva, donde, con bastante probabilidad, podría acabar discutiendo sobre el proceso separatistas con Jordi Sánchez, Jordi Cuixart y Jordi Pujol Jr., pero en Soto del Real.

La discusión de esta posibilidad penal no pasó desapercibida para ninguno de los presentes en esas reuniones. Especialmente porque si se aprobaba la plena eficacia de la DUI y acto seguido se hacía acto de presencia en Madrid, en la Plaza de la Marina Española, en el Senado, para replicar al 155 dentro del Pleno o de la Comisión de la Cámara Alta, a lo mejor resultaba demasiado tentador para el Ministerio Público. Porque, si bien es cierto que una de las bazas para desanimar a adoptar esta medida cautelar es el traumatismo que supondría tener que ir a buscar a Puigdemont a su despacho de la Generalitat, cruzando entre simpatizantes separatistas, también es cierto que si él se desplaza a Madrid acaba de renunciar a ese parachoques natural.

La explicación se deslizó en las reuniones. Y el miedo del señor Puigdemont -cuya aparente épica rupturista se empieza a combinar en un buen número de ocasiones con los temblores internos-, unido a lo racional de esta argumentación, hicieron que el argumento cobrase fuerza.

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