La Cataluña que queda para los no separatistas: «Tenemos miedo»

La Cataluña que queda para los no separatistas: «Tenemos miedo»
Manifestación en Barcelona por la unidad de España.
Carlos Cuesta

«¿Cómo puedo vivir yo a partir de ahora aquí?». Es la frase con la que Dolores Agenjo, la profesora que resistió de forma heroica el 9-N en Cataluña sin ceder las llaves de su instituto para intentar impedir la votación ilegal, resume la sensación de desesperación tras un 1-O en el que se medían las fuerzas el Estado y el separatismo y, lo cierto, es que el golpismo impuso la ley de su fuerza.

«Tenemos miedo», comenta otra persona, vecina de Barcelona y no separatista que prefiere ni tan siquiera dar su nombre. «Llevo todo el día en casa viendo las escenas por televisión con unas ganas enormes de llorar», añade.

Y es que Cataluña, ayer, y su capital -Barcelona- de forma más concreta, dieron la plena sensación de un territorio sin normas. De una región donde el pensamiento único cabalga a sus anchas y donde la libertad se esconde sin expectativas de que reaparezca. Donde intentar razonar con la sinrazón carece de sentido alguno. Donde los argumentos nada importan y donde los sentimientos inyectados a golpe de aula y subvención, año tras año, década a década, mandan sin freno. Donde caminar por las calles siendo identificado como una persona no separatista se ha convertido en todo un ejercicio digno de coleccionismo de insultos.

Y lo primero que vuelve a la cabeza de quienes simplemente hemos venido para cubrir informativamente la jornada del 1-O es, efectivamente, cómo será mañana para quienes no vuelven a ninguna redacción, ni a ningún otro rincón de España en el que poder expresar libremente una divergencia de opinión.

«No sois demócratas. Sois fascistas», increpaba ayer uno de los separatistas al periodista que les escribe. «No aceptáis nuestra identidad. No nos dejáis votar. Nos pretendéis imponer unas normas que no son nuestras», añadía. Un argumento repetido sin cesar, que tan sólo descansaba para dar paso al manido «os lleváis nuestro dinero». Nada importaba explicar que no es verdad, que Cataluña vive comercialmente del resto de España, que su ruptura sería su ruina, que sus pensiones dependen de la caja única nacional, que su historia es la del resto de españoles, o que su «derecho a decidir» es el mismo que ellos niegan al resto de españoles soberanos y a territorios de la propia Cataluña. Nada importa porque ni siquiera escuchan. Dan la espalda y desconectan, y es que, a fin de cuentas, es el «fascismo», según su versión, el que les habla para engañarles. Y para qué escuchar.

No ha hecho mella la corrupción de Convergencia. Ni el 3%, ni el Caso Palau, ni Pretoria, ni ningún otro escándalo. Para el pensamiento separatista «la corrupción es la española», como afirman sin cesar.

Y ese será el mañana de los constitucionalistas en Cataluña. El mañana de los profesores no separatistas, que compartirán desde este lunes aulas con esos mismos que, con el Tribunal Constitucional, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y la Fiscalía en contra, lo cierto, es que han conseguido imponer la ley de su fuerza. El mañana de los periodistas contrarios al 1-O, que deberán, desde hoy, buscar cobijo ante cualquier problema en esos mismos Mossos que no se movían por mantener los mandatos judiciales y la Constitución Española. El de los abogados, economistas, políticos o cualquier otra profesión con posibilidad de relevancia pública, o de los padres o simplemente ciudadanos que quieran expresar un pensamiento no nacionalista, porque sabrán todos ellos que, desde este domingo, lo cierto es que la prueba de fuerza del respeto a la ley tan sólo contó con el respaldo de los Policías Nacionales y Guardias Civiles presentes en Cataluña. Un colectivo que, en breve, quedará reducido por la dificultad de mantener un dispositivo similar fuera de sus ciudades habituales de forma muy prolongada.

Y es que este domingo Puigdemont, Junqueras, Turull, Trapero y demás responsables del golpe de estado consiguieron eludir las órdenes de respeto a la ley democrática. Lo cierto es que las urnas se ocultaron durante los días previos y pudieron ponerse sobre las mesas a tiempo para que ese referéndum violase las normas. Y lo cierto es que años de adoctrinamiento político en las escuelas demostraron haber logrado un fuerte impacto: el de hacer imposible dialogar con quien considera a España y a los constitucionalistas simplemente escoria.

Pero todo esto sucedía sólo para los que paseaban por esas calles o se informaban por medios libres. Porque la televisión y radio pública de Cataluña no dejaban de acusar durante todo el día a la Policía Nacional y a la Guardia Civil de abusos y violencia sin control.

Y es que en la tierra del editorial único, sentirse hoy y expresarse libremente contrario al nacionalismo se ha convertido en un extraño lujo en vías de extinción.

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