Fundación Atapuerca: cómo gestionar un patrimonio de un millón de años

Atapuerca
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Emiliano Aguirre es un Jesuita de 91 años que acaba de crear un pequeño museo paleontológico en Ricla, Zaragoza. Su vida ha estado siempre ligada a este campo:  en el año 1976 desembarcó en Atapuerca y supo inmediatamente que los hallazgos de los yacimientos burgaleses eran una joya. Así que reunió un grupo de estudiantes y comenzó a buscar recursos para investigar.

Se puede imaginar que en aquellos años lograr financiación en España era una odisea. La situación económica no era la mejor. Y a nuestra ciencia aún le quedaban muchos años de evolución. Hay una palabra que sintetiza sus esfuerzos en esta primera etapa: convencer. Y vaya si lo hizo.

Pero Emiliano se jubila en el 92 y pasa el relevo a tres de sus discípulos, y hoy codirectores: Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell. Los dos primeros son paleontólogos y el tercero arqueólogo.

Los primeros años de estos investigadores parecen sacados de una novela. Acudían a excavar en sus vacaciones y con sus propios medios. La casa que alquilaban dejaba mucho que desear y comían cuando podían. Ahora la zona cuenta con vehículos para el traslado a los yacimientos, pero ellos tenían que hacerlo andando: una buena caminata con todo el equipo. Así lo relatan en su libro ‘Perdidos en la colina’, jalonado de las anécdotas y dificultades de los inicios.

En el 92 se produce un hito en la historia de la evolución: descubren cráneos de 430.000 años de antigüedad. Nada menos que un pre-neardental.  En el 97 el equipo recibe el premio Príncipe de Asturias. Un reconocimiento a su valor que reciben con una inmensa satisfacción. Y aún es mayor su alegría cuando en el año 2000 Atapuerca es nombrada Patrimonio de la Humanidad.

El proyecto ya es imparable y se crea la Fundación Atapuerca con el apoyo de dos empresas locales: el diario de Burgos y caja de Burgos. Por suerte, hoy cuenta con 20 entidades colaboradoras: desde la cervecera San Miguel a la empresa de calzado técnico Robusta.

¿Cuál es el secreto de su excelente relación después de tantos años? «Los cimientos de nuestro trabajo: el proyecto era lo más importante. Tenía que ver la luz como fuera. Y para logarlo acordamos un ‘pacto’: teníamos que estar unidos» relata Jose María Bermúdez de Castro. Sabían que el ‘divide y vencerás’ sería letal. Así que los 3 han hecho del trabajo en equipo su baluarte. Y es lo que también han proyectado a sus colaboradores.

«Además nos entendemos muy bien – continúa Jose María-. Somos un matrimonio bien avenido, con nuestras discusiones, claro. Nos lo pasamos bien juntos y la relación es entrañable».

Quizá lo que más sorprende de Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell es que no solo son investigadores. Son científicos todo terreno, que al final – seguramente sin quererlo – se han convertido en gestores. Porque han tenido que lidiar con la administración, buscar apoyos económicos, organizar los equipos y gestionar el proyecto. Y para ello tuvieron que dejar de lado su pasión: la investigación.

¿Qué equipo forma el proyecto? Más de 200 investigadores, 50 de ellos doctores. Y todos, trabajan sin cobrar. El trabajo se realiza de manera intensiva durante el verano, cuando se llevan a cabo las excavaciones. El resto del año lo dedican a investigar, estudiar y publicar hallazgos en revistas científicas.

Ahora, los tres mosqueteros de la arqueología tienen una obsesión: lograr que nuestros investigadores se queden en España. Y no es fácil, porque cuentan con una excelente formación y son contratados por Universidades extranjeras.

Su último reto: continuar internacionalizando Atapuerca, creando alianzas con fundaciones y entidades de diferentes países.

En eso están, con toda la ilusión de unos jóvenes de sesenta y pico años:

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