La noche que Enrique Iglesias estafó a 30.000 personas en su concierto de Santander

Enrique Iglesias
Concierto de Enrique Iglesias en Santander
María Villardón

Enrique Iglesias estafó a las 30.000 personas que pagaron por su concierto en El Sardinero de este sábado. No es que cantara mal, que nadie esperaba un recital al nivel de Plácido Domingo, es que ni siquiera cantó. Ni mal ni bien. Toda la hora y veinte minutos que duró el concierto se escuchó música instrumental y algunas frases sueltas que, intuíamos, eran las letras de sus canciones. Pero no solo es que el hijo de Julio Iglesias levantara la ira de los asistentes, no, la organización logística de las barras de refrigerio fue un auténtico despropósito. A mitad de concierto se quedaron sin suministros, ni una triste botella de agua se pudo comprar.

El concierto, de organización privada, las promotoras fueron Imago On Tour y la agencia IAG International. Fue patrocinado por el Gobierno de Cantabria, el Ayuntamiento de Santander y el Racing de Santander con motivo del Año Jubilar Lebaniego. La ciudad de Santander estaba revolucionada con el concierto de Enrique Iglesias. Los hoteles tenían las reservas que echaban fuego, los taxistas no paraban de hacer carreras, en los restaurantes no se cabía y la Plaza de Cañadío rebosaba de personal.

Se vendieron 30.000 entradas para el concierto de Enrique Iglesias en Santander, poniendo una media de 50 euros por entrada se recaudaron, tirando por lo bajo, alrededor de 1.500.000 euros. Se trataba del único concierto de Iglesias en España, imagino que Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, habrá pujado de lo lindo para traer a esta “estrella” internacional a su tierra, pero le ha lucido bien el pelo.

El hijo de Isabel Preysler salió media hora tarde (venga, vale) y cuando salió ni se presentó, ni un buenas noches, ni Cristo que lo fundó. NADA. Empezó con Súbeme la radio y el sonido era pésimo. “Fallo de sonido, empezamos bien”, se escuchaba alrededor. Pero nada de eso, los micros de sus compañeros en el escenario sonaban a la perfección. Comenzaba la estafa.

No fue capaz de pronunciar una frase entera, casi ni dos palabras seguidas. Por momentos parecía que iba a remontar, se ponía el micro en la boca, pero no, se le volvía a caer el aparato como si estuviera sufriendo un vahído o corría de un lado a otro del escenario como si le persiguiera la policía. Hombre, se merecía que le detuvieran las autoridades de la Interpol teniendo en cuenta semejante bochorno.

El público no esperaba un recital en Do Mayor, yo tampoco, desde luego que no, pero al menos, ya que él no iba a cantar ni una frase, podrían haber puesto un CD para que nos las pudiéramos bailar tranquilamente con una cervecita en la mano. ¡Ah, no! Que casi al comienzo del “espectáculo” ya no quedaba ni cerveza ni ginebra ni siquiera una triste botella de agua. Los asistentes se agolpaban en las fuentes de los baños para hidratarse y tomar un poco de agua. Iglesias sí que tenía víveres, al menos espirituosos, a tenor de la botella de güisqui de la que bebió ‘a morro’ y en mitad de su ‘no concierto’.

En un intento de recomponerse, el cantante, a través de una pasarela, llegó al centro del estadio y comenzaron a sonar los acordes de “Loco”. Una canción que ha cantado a duo con India Martínez, en esta ocasión la cantó con una de las chicas del coro. Ella cantaba maravillosamente, pero él parecía al borde del desmayo de manera continuada.

Al terminar la canción se abrazó a su acompañante durante más de cinco minutos. El estupor crecía por segundos. Tras dejar en libertad a la corista, tomó el micro y anunciaba que iba a decir unas palabras (por fin). “Os voy a decir dos cosas muy importantes porque siempre que canto en España me pongo muy nervioso: la primera “blablablá” (nadie le entendía) y la segunda “blablablá” (seguíamos sin entenderle). Ni sabe cantar ni sabe hablar, por lo que se ve.

“¡¡Queremos que salga tu padre!!”, “¡¡Enrique, estafador, fuera!!” o «Al menos se podría cortar un dedo con un dron, así habría espectáculo» fueron algunas de las frases que se oían entre el público. Bueno, eso y muchísimos insultos que, por respeto a ustedes y a mi delicada educación materna, no reproduciré aquí. Pero, se podrán hacer una idea. Enrique Iglesias salió allí a reírse de la gente que había pagado 8.000 de las antiguas pesetas para ver, al menos, como movía la boca en un triste playback. El personal no sabía si reír, llorar, bailar la música instrumental o darse a la bebida. Eso no se podía aguantar.

Desde la promotora Imago Producciones descartan hacer comentarios sobre la actuación de Iglesias. “Nosotros nos encargamos de que todo estuviera a punto, desde el punto de vista y la producción, pero no podemos hacer comentarios del propio concierto desde el punto de vista artístico”. Ciertamente, hay que destacar que la entrada de los asistentes estuvo muy organizada, todo estaba muy bien indicado y no había aglomeraciones de ningún tipo.

No presentó a su banda, ¿para qué? Ni tampoco dijo el típico: ¡¡Gracias, Santander!! ¿Para qué? Total, a él ya le habían pagado su caché y estaba en su jet privado camino de Miami librándose de un buen collejón.

Ahora, tras confesar que he ido a un concierto de Enrique Iglesias, comenzaré a recomponer de nuevo mi reputación y honorabilidad. 

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