Los trapos sucios del surcoreano presidente de Samsung

Los trapos sucios del surcoreano presidente de Samsung
Lee Kun-Hee, presidente de Samsung, saliendo de un juicio por evasión de impuestos. Foto: Getty)
María Villardón

Lee  Kun-Hee, el presidente de Samsung, no creció solo, se crió con nueve hermanos más en Corea del Sur, unos hermanos con los que hoy no se habla. ¿La razón? El dinero. Ya saben, cuando la riqueza entra por la puerta, el amor, aunque sea fraternal, sale por la ventana.  Hoy su hermano mayor le pide cientos de millones dólares por ocho millones de acciones de Samsung, alega que se las quedó bajo cuerda tras la muerte del padre.

Lo creerán o no, pero los negocios del padre del líder de Samsung Electronics, Lee Byung-Chul nada tenían que ver con la electrónica. El chaebol (negocio familiar) original comenzó con una empresa de alimentación que vendía fruta y pescado. La pequeña firma gozó de prosperidad hasta la invasión comunista de Seúl en 1948 cuando a los Lee les requisaron todos los bienes. La familia entera tuvo que huir a Busan, al sur del país, y comenzar a levantar de nuevo el pequeño imperio familiar. Esta historia es el germen de una gran firma internacional como Samsung.

La familia Lee es respetada en el país. ¡Cómo no! Ha sido una de las diez familias que formó parte del conocido “milagro del río Han”, de lanzar la industrialización de Corea del Sur al estrellato. Tras la guerra con Corea del Norte, firmas como Hyundai, Kia, LG, Daewoo o Samsung elevaron la economía surcoreana a las estrellas, y eso, en una sociedad como esta no se olvida bajo ningún concepto.

El sistema de los chaebol es muy usado en el país, son holdings empresariales que controlan industrias diversas y tienen una influencia altísima en la política surcoreana. El respeto a la familia es máximo, por ello, hasta que el jefe del clan no muere no hay sucesión. No hay ningún tipo de discusión con respecto a la autoridad, aunque en este caso, Lee Kun-Hee lleve más de dos años en coma tras un grave infarto al corazón. Esto fue en mayo de 2014, desde entonces las apariciones públicas son nulas.

Lee Kun-Hee estudió Económicas en la Universidad nipona de Waseda e hizo un máster en Administración de Empresas en la estadounidense George Washington. Una preparación más que respetable para ambicionar más poder, Kun-Hee ingresaba en Samsung en 1968, en una multinacional que ya tenía hoteles, prensa, constructoras, papelerías, electrónica, etc.

Para hacerse con el timón del gran barco de la electrónica tuvo que batirse con sus hermanos, pero fue él, con su ambición de superar la mediocridad quien atrapó el cetro de mando en diciembre de 1987. Poco a poco iría conquistando nuevos escalones de sus aspiraciones, en 1992 presentó su primer anuncio de neón en Nueva York, Samsung brillando como las tres estrellas de su logo en pleno Times Square.

Pero en 1993 los planes de Lee Kun-Hee ya no son de superación, sino de liderazgo. No quiere ser un productor de móviles baratos y bonitos, quiere ser el mejor, la referencia en el mercado. Por Navidad regaló a sus empleados uno de los móviles de Samsung, hasta sus oídos llegó el rumor de que los dispositivos eran una “patata”, así lo llamaban los propios empleados. Esto enfureció al presidente, obligó a todo el mundo a dejar en un montón en el patio de la fábrica todos los móviles regalados y los materiales de segunda que tenían. Allí, ante sus ojos, lo hizo arder, estaba quemando alrededor de 50 millones de dólares, mientras les gritó a todos: “A no ser que cambie, Samsung será segunda hasta la eternidad. Debéis cambiarlo todo, excepto vuestra mujer y vuestros hijos. El ratio de calidad debe estar al 10/10”. Es lo que se conoció como la declaración de Fráncfort, Lee Kun-Hee viajó con una comitiva de más de 500 personas a Alemania para gestar un plan que pondría a Samsung en primera línea del negocio electrónico en los próximos años.

Al mismo tiempo que conquistaba el mercado y se batía en duelo con sus competidores, Lee Kun-Hee estaba envuelto en tramas de corrupción y compra de políticos en Corea del Sur, pero no pasó jamás nada. Fue condenado, pidió perdón. Multas sí, dinero le sobra, pero el jefe Lee es más útil fuera que dentro de la cárcel. En 2008 se sienta en el banquillo, le condenan a 89 millones de dólares y tres años de prisión. Es absuelto por el Gobierno, a cambio de ejercer fuerza en el Comité Olímpico Internacional (COI) para que Pyeongchang sea sede de los Juegos Olímpicos de Invierno 2018. Desde luego, si esto es cierto, Lee Kun-Hee cumplió con su parte del trato.

Pero no crean que la corrupción es algo sorprendente en Corea del Sur, la tienen más que interiorizada, más cuando se trata de miembros de familias influyentes, incluso respetadas, a pesar de ser evasores fiscales y corruptos. “Cuanto más fuerte sopla el viento, más alta sube la cometa. Lo que necesitamos es sudor, sacrificio, valor y sabiduría para transformar esta crisis en una oportunidad”, decía en 1998 Lee Kon-Hee.

Gustaba el señor Lee Kun-Hee, al menos así lo está investigando la Fiscalía surcoreana, de acompañarse de prostitutas en ciertas ocasiones. Un hábito que está prohibido en Corea del Sur y que está penado con la cárcel y con multas de hasta 3.000 dólares. La empresa no comenta nada al respecto, “forma parte de su vida personal”, dicen. Como comprenderán, Lee Kun-Hee no se ha defendido de las acusaciones que destapaba el portal Newstapa a través de un video.

Samsung tiene un control de, nada más y nada menos, que del 17% del PIB de Corea del Sur, una razón de peso para que las autoridades surcoreanas hagan la vista gorda con sus deslices al filo de la ley, incluso con un intento de comprar al presidente del país. Nada se escapa al control de un patriarca como Lee Kun-Hee, nada, incluso con las Parcas a las puertas de su casa lo tiene todo bien atado. Lleva dos años en coma, pero su hijo Lee Jae-Yong no podrá sentarse en el sillón de mármol hasta que muera. Así son las creencias surcoreanas.

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