Yo quiero once Sergio Ramos

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Sergio Ramos, historia del Real Madrid.
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Ojalá Sergio Ramos fuera como la tesis de Pedro Sánchez: que se pudiera plagiar sin problema. Ojalá hubiera una máquina así como la Termomix en la que tú metieras unos gayumbos y tres pelos (de la barba) de Sergio Ramos y te saliera otro Sergio Ramos. Ojalá se le pudiera clonar.

Ahora que se ha puesto de moda atizar a Ramos como si fuera un pulpo en plena cocción, puedo prometer y prometo que, si yo fuera entrenador –no lo permita el Señor– y tuviera esa Termomix de clonar gente, jugaría en mi equipo siempre con once Sergio Ramos. De portero, Sergio Ramos. De lateral derecho, Sergio Ramos. Centrales, Ramos y Ramos. Y así hasta el once.

¿Significa eso que Sergio Ramos es un jugador perfecto, omnipotente e infalible? Pues no, claro. Falla como cualquier defensa. Bueno, en realidad falla menos que casi todos los defensas del mundo. ¿Juega siempre bien? Pues tampoco. Tiene sus picos de forma en lo físico y en lo anímico. ¿Tiene fallos de concentración? También, aunque sus momentos buenos son más y mejores que sus momentos malos.

Me explico. Si tú pones en una balanza lo bueno y lo malo de Sergio Ramos para valorar su rendimiento, la conclusión es sencilla: te da diez veces lo que te quita. Igual si subimos, qué sé yo, a Benzema en esa balanza no sale tan bien parado el bueno de Karim.

No le perdonan el gol de Lisboa

Lo que ocurre es que Sergio Ramos tiene una legión de enemigos –casi todos antimadridistas, dicho sea para no mentir– y encima ha heredado los haters de Cristiano, que han trasladado sus complejos de uno al otro, porque para odiar al Real Madrid siempre es mejor ponerle cara. Por eso ahora la campaña anti-Ramos no se la hace ni La Sexta a Pablo Iglesias.

A Sergio Ramos no le perdonan. No le perdonan el gol de Lisboa y no le perdonan que diga las cosas claritas, sin circunloquios ni eufemismos. Que hable como el camarero del bar, como el taxista o como la ministra Delgado de cena con Villarejo. No le perdonan que alce la voz cuando toca con tal de defender a su club, a su selección o a sus compañeros. Por no perdonarle, no le perdonan ni si se corta el pelo a tijera o con maquinilla. Todo vale con tal de criticarle.

Será porque Sergio Ramos molesta. Y molesta su longevidad, porque a muchos antimadridistas les gustaría que se retirara o, por lo menos, que se fuera a la Premier o a Japón con Iniesta. Pues tiene pinta de que van a tener que seguir aguantando –no queda bonito decir mamando– porque, cuantas mas veces se caiga, más veces se va a levantar y a Ramos (para desgracia de sus haters) le queda más batería que a un Nokia de esos antiguos.

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