FINAL DE COPA: BARCELONA VS SEVILLA

Piqué gobierna y Messi reina en la final de la histeria

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Los jugadores del Barcelona celebran el gol de Alba. (Reuters)
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Después de la política empezó el fútbol. Gracias a Dios. El Barça salió a tocar suavemente, como el pianista de Parada, y el Sevilla a correr, presionar y poner el partido a cámara rápida. A los de Luis Enrique les sorprendió el descaro sevillista de salida, como una colleja que no se esperaban.

El Sevilla era puro rock and roll y el Barça una balada de Jeanette. Pero el Barça tenía a Messi. Y también a Iniesta, que vio un desmarque de Luis Suárez y le puso un globito al área que remató el uruguayo de volea. Su disparo, por suerte para los hispalenses, se marchó a la derecha de Sergio Rico. Era el minuto 7 y la peor noticia para Emery es que Messi había salido más enchufado que los hijos de Pujol.

Rami en el Sevilla y Alves en el Barça demostraban cualidades impropias de un futbolista, complicaban la vida a sus compañeros y helaban la sangre a sus aficiones. Los hispalenses se sacudieron el susto de Suárez con un córner al que no llegó a cabecerar bien Rami en el segundo palo. La final consumía su primer cuarto de hora con ritmo, pero sin ocasiones claras.

Al Sevilla le faltaba Banega, demasiado retrasado al doble pivote por la baja de Mzonzi, y en el Barça lucía Iniesta, que llegó a marcarse incluso una ruleta a lo Zidane. A los 16 Coke dispuso en sus botas de la ocasión más clara del partido después de que Vitolo retratara a Jordi Alba, pero el capitán del Sevilla, tan certero en Basilea, tuvo el punto de mira más desviado que las cuentas de Zapatero.

Carriço y Luis Suárez: puro cine X

En le área del Sevilla Carriço grababa una peli porno con Luis Suárez de lo que le sobaba, pero Del Cerro Grande se tapaba los ojos como una mojigata. Los jugadores resbalaban constantemente en un césped regado del Calderón, algo imposible con Simeone en el banquillo. Mientras, el Sevilla iba asfixiando al Barça en lo físico, que parecía que fueran los azulgrana los que vinieran de jugar partido en miércoles.

Cada córner para los de Emery era un sufrimiento para el Barça, como cuando Messi tiene que hacer la Declaración de la Renta. Al Sevilla no le pesaba la final –y Banega crecía con el paso de los minutos– y al Barça el cartel de favorito le hacía rozaduras. Neymar no había rascado bola. Un disparo lejano de Alves ayudó a Luis Enrique a respirar un poco. Pero Banega empezó a jugar al fútbol y esa era la mejor noticia para Emery. Menudo futbolista… cuando quiere.

A los 36 minutos Mascherano vio una roja de libro, una roja indiscutible, una roja tan grande como el acueducto de Segovia. Piqué no llegó al salto con Iborra y el argentino tuvo que agarrar descaradamente durante tres padrenuestros a Gameiro, que se plantaba solo ante Ter Stegen. Del Cerro Grande no tuvo más remedio que expulsar al argentino. Era una roja de manual.

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Mascherano agarra clamorosamente a Gameiro. (AFP)

La falta en la frontal la botó Banega e hizo volar a Ter Stegen en una parada de póster. Si el Barça le vende para hacer caja, perderá a un portero para diez años. Los de Luis Enrique, tan acostumbrados a jugar contra diez, vivían por primera vez en sus carnes la dificultad de jugar con uno menos.

Los dos ‘Luchos’ rompen al Barça

Un cabezazo de Piqué en el minuto 44 pudo poner al Barcelona por delante, en pleno debate en el banquillo sobre cómo recomponer el equipo. Pero su remate se fue por encima del larguero de Sergio Rico. Y un caracoleo de Neymar en la frontal acabó en un tiro de Messi interrumpido por la pierna de Carriço. El primer tiempo moría en el área del Sevilla.

En la descanso, Luis Enrique tuvo una revelación como si fuera Santa Teresa pero en antipático. Quiso inventar el fútbol y cometió una torpeza de entrenador de juveniles. Quitó a Rakitic para meter a Mathieu y el Barça perdió el centro del campo. Banega podía jugar en chanchas y un disparo suyo en el 47 se estrelló en el palo derecho de Ter Stegen tras tocar ligeramente en Piqué.

Y a los 54 a Luis Enrique le crecieron los enanos como si fuera el Atleti en los tiempos de El Pupas. Luis Suárez, que no se había perdido ni un minuto en toda la temporada, se rompió los isquiotibiales y cayó al suelo como si le hubiera disparado un francotirador. El simpatiquísimo técnico asturiano metió a Rafinha por el uruguayo. El Barça, por primera vez en los últimos 20 años, tenía mala suerte en un partido.

Sevilla y olé

El balón era del Sevilla y el Barça no sabía adaptarse al nuevo escenario de jugar con uno menos. Es lo que tiene no estar acostumbrado. Krychowiak pudo marcar en el 64, pero su disparo lamió el poste por fuera. Messi empezó a arbitrar el partido con impunidad, pero los azulgranas parecían superados en todas las facetas del juego. Emery se estaba comiendo a un Luis Enrique, iluminado, que rozaba el ridículo.

El Barça, huérfano de la pelota, sufría más que un podemita en una comunión. El Sevilla merecía la victoria, pero le faltaba el gol. Pero entonces Iniesta pidió el balón y le hicieron una falta ideal para Messi. La afición del Sevilla contenía la respiración. Era el minuto 75, pero el disparo del argentino, flojo e inocente, lo atrapó sin apuros Sergio Rico.

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Messi lanza una falta en la final de Copa. (AFP)

Emery esperó al 79 para meter a Konoplyanka, mientras un Piqué inconmensurable sostenía al Barcelona. Lo del Sevilla era un asedio en toda regla, pero los azulgranas se aferraban con las uñas a la final. Competían. Sí, sufriendo, pero competían.

Histeria colectiva

Iborra pidió penalti en el 83 por un agarrón de Dani Alves, pero fue más piscina que pena máxima, las cosas como son. Ada Colau y Puigdemont hacían pucheritos en el palco. Para ellos, claro, era partido internacional. El partido se volvió loco y el Sevilla no lo supo controlar. Ni Emery, que tenía dos cambios y no los hizo.

Entonces, con el minuto 90 ya cumplido, Banega se quedó cerrando a Neymar y no tuvo más remedio que derribarle en la frontal. Del Cerro Grande no lo dudó y expulsó al argentino. Otra roja merecida. Messi disparó y Sergio Rico no cayó en la trampa de un tiro envenenado y despejó a córner. Se cernía una prórroga diez contra diez.

Sin Banega, el Sevilla no sabía qué hacer sin la pelota. El Barcelona caminaba, pero los de Emery tampoco tenían gasolina suficiente. El partido estaba para un crack. Los azulgranas tenían sobre el campo a Iniesta, Messi y Neymar. Los hispalenses, a Gameiro y poco más. Pero el momento del Sevilla parecía haber pasado ya.

Messi decide y Alba sentencia

Ambos equipos caminaban y sólo aceleraciones esporádicas de Neymar e Iniesta le ponían velocidad al partido. En el 95 apareció Gameiro en el área, pero su disparo lo taponó Mathieu en su primera buena acción del partido. Y un minuto después Messi le puso un pase maravilloso al desmarque de Jordi Alba, que ganó la espalda y la carrera a Vitolo para marcar ante un Sergio Rico que dejó su palo largo desprotegido. Era su primer gol de la temporada.

El Barcelona encarrilaba la final en el 96. Messi se sentía cómodo jugando andando y acelerando cuando le venía bien. El Sevilla ya no tenía fuerzas, ni Emery capacidad para mover el banquillo para intentar cambiar la crónica de una muerte anunciada. Un cabezazo de Piqué pudo ser el 2-0 de no aparecer una mano salvadora de Sergio Rico, que volvió a lucirse en un doble paradón ante Dani Alves. El Barcelona merecía el 2-0.

La prórroga sólo tenía color azulgrana, pero al Sevilla le quedaba un gol para el 1-1. Iniesta se gustaba en el centro del campo y la afición del Barcelona le ovacionaba en pleno. Los hispalenses se resistían a morir, sin saber que estaban medio muertos. A los de Emery sólo les quedaba la heroica, pero no le quedaban fuerzas.

El Barcelona olía a campeón, pero aún quedaban cinco minutos de final. El Sevilla no tenía piernas, pero aún le latía el corazón. A Emery se le olvidaba que tenía un cambio más. Igual que Luis Enrique, pero ambos técnicos no se fiaban de lo que tenían en el banquillo. Pudo sentenciar el partido Neymar después de un pase maravilloso de Iniesta, pero su remate era casi una cesión para que la atrapara Sergio Rico.

Una entrada de Carriço a Messi, en la que el argentino dio 30 exageradas vueltas de campana, acabó en amarilla para el sevillista, que protestó la acción y se fue a la calle. El Sevilla había muerto de pie. Y protestando. Un minuto después, Messi dribló y asistió a Neymar para que marcara el segundo, que sentenciaba el partido en el 122. El Barcelona alzaba una Copa en la que Piqué gobernó y Messi reinó en la final de la histeria.

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