CHAMPIONS: ATLÉTICO VS BARCELONA

El Atlético mueve montañas

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Griezmann celebra el 1-0 ante el Barcelona. (AFP)
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Blindaba de salida Simeone el centro del campo con cuatro en el medio: Gabi y Augusto como pivotes, con Koke y Saúl como falsos interiores. Era la batalla que quería ganar el Cholo: parar al Barça en su sala de máquinas para evitar que los tres tiburones de arriba olieran la sangre del área. Luis Enrique no se salía del guión y ponía su 4-3-3 habitual y sus once mejores futbolistas.

El Atlético tenía en el guión salir como el papel higiénico del chino: rascar hasta irritar la piel si es necesario. El plan del Barça era comportarse como una maruja en rebajas: tocar, tocar y tocar sin parar. Bullía el Calderón, fresco en el recuerdo el atraco del Camp Nou, dispuesto a intimidar –o acojonar, si se me permite– al rival y, a ser posible, al árbitro. Que lo que les quitó Brych se lo devolviera con intereses Rizzoli.

Chuflaba el Calderón al Barça en una primera posesión infernal como la de la niña de El Exorcista. Pero rápido empezó a dominar el Atlético, que completó dos disparos, uno alto de Gabi y otro lejano y centrado de Carrasco, en los primeros tres minutos del partido. Los rojiblancos tenían prisa por igualar la eliminatoria. Y el Calderón, también.

Por alguna de esas extrañas alineaciones de planetas de varias galaxias, el partido llegó a los primeros seis minutos sin ninguna falta. Sí que hubo una tercera aproximación del Atlético, que concluyó con un centro de Filipe Luis y un cabezazo amable de Griezmann que atrapó abajo Ter Stegen. A los del Cholo les sobraba decisión para buscar la portería del Barça economizando pases.

Luis Enrique, ‘El Enfurruñado’

Enfocaba la tele a Luis Enrique, con su cara clásica de ir oliendo a pedo, pero encima enfadado con el mundo. Luis Enrique en estado puro, vamos. Carrasco había encontrado el túnel de la M-30 a la espalda de un pasota Jordi Alba, cuyos despistes son legendarios, como los de Carmen Sevilla. El Barça tocaba andando, incluso parado, mientras que los rojiblancos querían robar y correr, como un atracador de poca monta.

Messi, Neymar y Suárez eran espectadores del concierto rojiblanco con entrada a pie de campo. Ni la olían. En la primera que tocó, el brasileño dio con sus huesos en el suelo merced a un viaje de Augusto, acción que repitió Godín con el propio Neymar cuando la pelota estaba incluso fuera del campo. Pero así es el Atlético, que si hay que repartir, se reparte.

Lui Suárez también se llevó su cucharadita de jarabe de palo con un pistotón de Filipe Luis. Rizzoli parecía tener todo bajo control. Los jugadores del Barça protestaban menos de lo habitual, quizá asustados por una reacción iracunda de un público ya de por sí encendido. El duelo se calentaba y Neymar hizo dos faltas seguidas con la torpeza de quien está acostumbrado a recibir pero no a pegar.

El partido se emboscó hasta el punto de que Messi bajó a defender. Bueno, vale, fue una vez sólo. Pero bajó. Carrasco era una patología para la que el Barça no encontraba diagnóstico ni mucho menos cura. Se escapaban los primeros 20 minutos y resistía el Barça guardando su renta inmerecida de un tanto como si fueran los papeles de Salamanca.

Godín, en modo Chuck Norris

Godín se puso definitivamente en modo Chuck Norris. Primero sacudió a su amigo Luis Suarez y luego a Iniesta le dejó un tatuaje de tacos en el empeine. Rizzoli se ponía serio pero se guardaba las tarjetas. Sabía que, una vez que desenfundara, las amarillas iban a ser como las Pringles: cuando haces pop ya no hay stop.

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Ter Stegen, en el suelo tras encajar el 1-0. (Reuters)

Y cuando parecía que el Atlético había perdido algo de empuje, apareció Saúl, un jugadorazo con una clase tremenda, para poner un centro de exterior, estilo Martín Vázquez, que cabeceó Griezmann dentro del área para marcar el primero. El Calderón se venía abajo. A Simeone se le ponía la vena del cuello como a la Patiño.

Godín quiso provocar a su amigo Luis Suárez fingiendo una agresión inexistente. Dos uruguayos juntos provocan más chispas que los Altos Hornos de Vizcaya por muy amiguetes que sean. En el minuto 41, aunque no se lo crean, llegó el primer tiro a puerta del Barça. Lo hizo Neymar desde 30 metros y lo atrapó Oblak, que estrenó los guantes. Respondió Carrasco con una Cabalgata de Reyes coast to coast, puede que algo chupón, que culminó con un envenenadísimo disparo que desvió abajo Ter Stegen.

En el arranque de la segunda parte el Barça quería apretar y el Atlético estaba encantado en su papel de tener que defenderse. Nadie en el mundo se siente más cómodo a la defensiva que el equipo de Simeone. No serán vistosos, pero son una pared. El reloj también era rojiblanco. Cada minuto, el Atlético estaba más cerca de las semifinales y el Barça se asomaba al precipicio.

El Atlético insiste

Pero el Atlético siguió buscando el segundo con la misma fe que el primero. Y lo tuvo en un cabezazo bombeado de Saúl en el 52, que se estrelló contra el travesaño. El susto espoleó al Barcelona, que empezó a acelerar en su fútbol y encogió algo a los del Cholo, que veían cómo se les había escapado el 2-0 por unos míseros centímetros.

Pero en un pelotazo largo en el 60 tuvo en sus botas Griezmann el segundo, pero llegó tan fundido de correr que su disparo lo atrapó sin apuros Ter Stegen. El plan de Simeone era sencillo: defender y contraatacar. Simeone braceaba sin descanso pidiendo el apoyo del público y el Barcelona se iba decididamente arriba. Al Calderón le aguardaba media hora de tortura. Quiero decir media hora más el descuento.

Una jugada de potrero de Luis Suárez estuvo en un tris de convertirse en el empate del Barça. El uruguayo culeó a Godín y se revolvió con un punterazo que llevaba muy mala leche, pero que atrapó Oblak bien colocado. El Barça, definitivamente, se había presentado a jugar en el Calderón. Sacrificó entonces Luis Enrique a Rakitic y Alves para meter a Arda y Sergi Roberto. Más madera.

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Godín enseña la marca de la agresión de Suárez. (Reuters)

Otra agresión perdonada a Luis Suárez

Rizzoli juzgó como amarilla otra agresión de Luis Suárez, la tercera de la eliminatoria, que metió un codazo alevoso a Godín con consecuencias irreparable para su pómulo, su párpado y quién sabe si su ojo. Simeone metía más músculo para la batalla: Thomas por Carrasco.

Al Atlético le quedaban 16 minutos para la gloria, pero ya estaba demasiado atrás, con los once jugadores metidos dentro de su área. Era como llevarse el dinero a Panamá: una operación arriesgada y que podía pagarse cara. Rizzoli perdonó también la roja a Neymar por una patada sin balón a Juanfran, pero el italiano había decidido hacerse el sueco con las tarjetas y sobrevivir al partido como quien se mete debajo de la mesa en una refriega.

Minuto 84 y el Atlético en semifinales. Sufría el Calderón como un penitente mientras acosaba el Barça. El partido se jugaba con 20 jugadores dentro del área de Oblak. El empate y el drama podían sobrevenir en cualquier momento. Y entonces, en una contra comandada por Filipe, llegó un penalti clamoroso de Iniesta, una mano como una catedral que Rizzoli no tuvo más remedio que pitar, pero (eso sí) perdonó la roja al héroe de la ídem.

Entonces Rizzoli echó una mano al Atlético al señalar fuera del área una mano clara de Gabi que había sido dentro. Después de perdonar tres expulsiones al Barça, el colegiado italiano (por fin) echaba una mano a los rojiblancos. La falta la botó Messi, al Calderón se le encogió el corazón, pero su disparo se fue arriba. Empezaba el descuento y a Simeone no le cabían más nervios en el cuerpo. Y al final el tiempo se cumplió, Rizzoli pitó y el Atlético pasó. Pasó porque fue mejor que el Barcelona. Pasó porque se lo mereció.

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